Chiapas
7


Armando Bartra
John Kenneth Turner: un testigo incómodo

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Presentación

Immanuel Wallerstein,
El CNA y Sudáfrica: pasado y presente de los movimientos de liberación en el sistema-mundo

Adelfo Regino Montes,
Los pueblos indígenas: diversidad negada

Laura Carlsen,
Autonomía indígena y usos y costumbres: la innovación de la tradición

Luis Hernández Navarro,
El laberinto de los equívocos: San Andrés y la lucha indígena

Ana Esther Ceceña,
La resistencia como espacio de construcción del nuevo mundo

Adriana López Monjardin y Dulce María Rebolledo,
Los municipios autónomos zapatistas

Antonio Paoli,
Comunidad tzeltal y socialización

Jorge Cadena Roa,
Acción colectiva y creación de alternativas

Ana Esther Ceceña,
El mundo del nosotros: entrevista con Carlos Lenkersdorf


PARA EL ARCHIVO

Armando Bartra,
John Kenneth Turner: un testigo incómodo

Francisco Pineda,
Frantz Fanon: Los Condenados de la tierra y el 68

La guerra psicológica en su dimensión urbana
(informe sobre violaciones a los derechos humanos contra organismos civiles)

Declaración política de la sociedad civil en su encuentro con el EZLN


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Chiapas 7


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Al extranjero que todos llevamos en el pasaporte.

Mejor resultado dio la publicación de Barbarous Mexico,
de Turner, porque Díaz cuidaba mucho lo que de su sabio
gobierno pudiesen decir fuera. Lo que dijera el pueblo
que lo sufría, le importaba un cacahuate.


Ernesto E. Guerra,
Luchas pre-revolucionarias, 1917

El golpe (México, D. F., febrero de 1913)

Es domingo y la ciudad aprovecha el armisticio para lamerse las heridas. Una semana antes Félix Díaz, Manuel Mondragón y los suyos se habían hecho fuertes en la Ciudadela, tras el fallido asalto al Palacio Nacional en que murió Bernardo Reyes. Siete días de cañoneo y escaramuzas han transformado el centro y las colonias Juárez y Cuauhtémoc en zona de demolición. Pero el domingo 16 se suspenden las hostilidades y los chilangos salen de sus madrigueras al recuento de los daños.

Entre caballos destripados, montones de cascajo y cadáveres humeantes, un hombre de bigote y perfil afilados trata de equilibrar su cámara fotográfica frente a los restos del Reloj Chino. Una súbita descarga de fusilería rompe la paz dominical y el armisticio. El fotógrafo corre rumbo al Caballito, cuando una brigada felixista le arrebata la cámara y se lo lleva al cuartel. "Tiene razón Felipe Ángeles", piensa mientras lo arrastran: "De lejos las ametralladoras suenan como una sábana que se rasga." En la Ciudadela se identifica como periodista estadounidense, pero el general Mondragón lo envía a la bartolina, un agujero repleto de soldados ebrios donde pasará siete horas.[1]

Entre tanto, en una casa de Enrique Cepeda, "Cepedita", se reúnen subrepticiamente Victoriano Huerta y Félix Díaz. A la media noche el jefe de los leales y el caudillo de los infidentes llegan al acuerdo de quitar a Madero y compartir el poder. Los del calabozo no lo saben, pero a estas alturas las explosiones que cimbran la Ciudadela y amenazan con enterrarlos vivos ya son pura finta. Más tarde el periodista escribirá en The World que el lunes acudió a su llamado de auxilio el embajador estadounidense. Es probable que el 17 de febrero Henry Lane Wilson haya visitado la Ciudadela, mas no en consuelo del compatriota en desgracia, sino para respaldar a los golpistas y ofrecer reconocimiento estadounidense al inminente gobierno usurpador. Y por no dejar, también entrevista al prisionero, quien en confianza reconoce llamarse John Kenneth Turner y haber ocultado su nombre: "Mi vida no valdrá nada si la gente de Félix Díaz se entera de que soy el autor de México Bárbaro".[2] Colérico como de costumbre, Wilson lo conmina a sincerarse con sus carceleros y se compromete a liberarlo esa misma noche.

En cuanto Turner se identifica, Mondragón lo condena a muerte por conspirar para el asesinato de Félix Díaz.

Mientras el periodista espera un fusilamiento que se pospone hasta tres veces, a diez cuadras de ahí, en el Palacio Nacional, Aureliano Blanquet toma presos al presidente y al vicepresidente de la república. Los golpistas han vencido.

El martes 18 callan los cañones y el pelotón se sigue demorando. Turner no sabe a qué atenerse pero, por si acaso, se come la carta de recomendación que trece meses antes le diera el presidente al término de una entrevista. "Usted es un hombre famoso. Su libro me ayudó mucho en la revolución", le había dicho Madero, mientras caminaban por el mismo balcón donde, en 1908, otro periodista, James Creelman, conversara con Porfirio Díaz.[3] Y mientras Turner se traga la carta, Madero y Pino Suárez están firmando su renuncia. Cuatro días después serán asesinados.

Al día siguiente los felixistas liberan a Turner. Sus amigos en los Estados Unidos lo atribuyen a la campaña iniciada allá en cuanto llegó la noticia de su prisión. Lo cierto es que hubiera sido inoportuno que los examotinados fusilaran a un periodista gringo, justo cuando Wilson reunía al cuerpo diplomático para darle el espaldarazo internacional a Victoriano Huerta.

La Decena Trágica ha terminado, los traidores desfilan entre vítores, la ciudad está de fiesta. Asqueado, John Kenneth Turner toma el tren a Veracruz para embarcarse de regreso a Estados Unidos.

El Ferrocarril Mexicano sale a las siete, y el desmañado periodista se adormece al paso de las familiares estaciones: San Cristóbal, Tepexpan, San Juan, Otumba, La Palma, Ometusco, Irolo, Apan... Ahí, en Apan, tomó su primer pulque... Eran los tiempos de don Porfirio y él aún no dominaba el español... Pero Lázaro era un buen guía, muy bueno... Soltepec, Guadalupe, Apizaco, Huamantla, San Marcos, Rinconada, San Andrés... A las doce y media el tren llega a Esperanza, donde cambian la locomotora por una de las dobles, de rodada corta, especial para las vertiginosas Cumbres de Maltrata... ¿Se volverá a marear? Quizá no; el que cinco años antes fuera presa de las náuseas no fue John, el periodista, sino un millonario yanqui en busca de oportunidades de inversión.

Barbarie (Sureste de la República Mexicana, septiembre de 1908)

Maltrata, Nogales, Orizaba, Sumidero, Fortín... A las siete de la noche el tren llega a Veracruz. John Kenneth Turner y Lázaro Gutiérrez de Lara han pasado los últimos días sobre ruedas: de Los Ángeles a El Paso, en el estribo del Southern Pacific, y después de Ciudad Juárez a la capital en el Ferrocarril Central Mexicano; dos jornadas a través de los páramos norteños, que palidecen frente a la inmersión en el trópico de las últimas doce horas. El gringo siente que por fin se acerca a las míticas plantaciones de Quintana Roo y Yucatán. Un destino que los indios de Sonora temen más que la muerte.

Ocho meses antes, decenas de yaquis se ahogaron al saltar por la borda del cañonero que los llevaba a cumplir trabajos forzados al Sureste. Entrevistado por Turner, el coronel Francisco Cruz, responsable del embarque, dio su versión: "Los yaquis se ahogaron, pero no por culpa de las autoridades. Fue suicidio... Esos indios quisieron frustar la ganancia que nos correspondía como comisión, y por eso arrojaron a sus hijos al mar y saltaron tras ellos. Yo estaba a bordo y lo vi".[4]

En el vapor Sinaloa, que los llevaba de Veracruz al puerto yucateco de Progreso, Lázaro y John encuentran a sus primeros yaquis. Casi todos los ciento cuatro deportados que viajaban en el carguero con doscientas cabezas de ganado son en realidad pimas y ópatas de Ures. Pero, como dice uno de ellos: "Todos somos yaquis para el general Torres [gobernador de Sonora]. Él no hace distinción".[5]

El compañerismo construido a fuerza de nortes inclementes termina cuatro días después, en Progreso, cuando los yaquis son estibados en vagones de tren rumbo a San Ignacio, y de ahí a las fincas, mientras que el gringo y el mestizo se mudan de nombre como de ropa, y viajan a Mérida en primera. Ahora son inversionistas olisqueando la oportunidad.

En el Yucatán henequenero, un puñado de criollos atrincherados en el Paseo Montejo impera sobre 125 mil mayas, ocho mil yaquis y similares importados de Sonora y tres mil chinos, que en realidad son coreanos. Pero la depresión económica de 1907 ha ciscado a la otrora orgullosa casta divina, que recibe a los supuestos empresarios con brazos y bolsillos de par en par.

Felipe Cantón, secretario de la Cámara Agrícola, pondera tanto las virtudes del negocio como del régimen laboral de los peones: "Es necesario pegarles, muy necesario; porque no hay otro modo de obligarles a hacer lo que uno quiere. ¿Qué otro medio hay para imponer la disciplina en las fincas? Si no los golpeáramos no harían nada".[6]

Entre carcajadas cómplices otro hacendado -grande y majestuoso como un cantante de ópera- justifica los castigos corporales por el proverbial masoquismo de las víctimas: "Tenemos que castigarlos. Así es su naturaleza, lo piden".[7]

En unos cuantos días de entrevistas a diversos hacendados, entre ellos Enrique Cámara Zavala "presidente del gremio finquero", visitan la plantación de San Antonio Yaxché y presencian el castigo de Rosanta Bajeca, un mozo yaqui azotado con cuerdas de henequén mojadas, por incumplir la cuota de dos mil pencas diarias. Por último se apartan del coñac y los habanos para conversar con un grupo de mujeres traídas desde Sonora.

Refugio, una joven chicoteada, muestra con pudor un asomo de las cicatrices mientras balconea la cruz de su género: "Cuando los hombres yaquis son azotados, mueren de vergüenza. Pero las mujeres podemos resistir ser golpeadas; nosotras no morimos..."

Las trasterradas exigen que el periodista anote en su cuaderno los nombres y direcciones de padres, hijos y maridos. Por si va a Sonora -dicen. Roto el hielo ellas lloran a pierna suelta. Lázaro pestañea con insistencia. John se dolerá, a destiempo, de su flema anglosajona.[8]

La siguiente escala en los círculos del progreso porfirista son las vegas cafetaleras de Valle Nacional, en Oaxaca. El regreso en barco hasta Veracruz, y de ahí en tren a la estación El Hule, prologa los últimos ocho kilómetros río arriba, a caballo, vadeando hasta cinco veces el Papaloapan. El difícil acceso es cerrojo de un infierno laboral que consume alrededor de quince mil trabajadores nuevos cada año.

"Al sexto o séptimo mes empiezan a morirse como las moscas en el invierno, y después no vale la pena conservarlos", pontifica Antonio Pla, administrador de las plantaciones de los Balsa. "Resulta más barato dejarlos morir; hay muchos más en los lugares de donde éstos vinieron."[9]

También entrevistan al alcalde de Valle Nacional, Manuel Lagunas, y a Rodolfo Pardo, el jefe político del distrito, quienes presumen el sistema enganche, un procedimiento autorizado por el gobierno y con tarifas ferroviarias subsidiadas, gracias al cual un hombre sale en cuarenta y cinco pesos y las mujeres y niños en sólo veintidós cincuenta.

"Todos los propietarios prefieren muchachos", comenta Lagunas. "Para plantar son tan buenos como los hombres [pero] duran más y cuestan menos."

Casi todos los trabajadores forzados de las plantaciones y monterías del Sureste son indios. En cambio Valle Nacional se surte de mestizos que colecta en el centro del país. Lo que no obsta para que las teorías justificadoras del trabajo forzado apelen a la naturaleza perezosa del indígena. Si muchos yaquis no son yaquis y los chinos de Yucatán son coreanos, qué más da que los galeotes del tabaco sean mestizos. También por falencia o vocación se pertenece a las razas inferiores.

Tras los fantasmas de la huelga de 1907, visitan la fábrica textil veracruzana de Río Blanco, y ya de regreso en la ciudad de México conversan con el periodista Paulino Martínez, editor de El Liberal y El Chinaco. Por último tratan de entrar al penal de Belén. Sin éxito, pues como todos los dictadores, Díaz oculta sus mazmorras.

El recorrido ha durado poco más de un mes. En octubre el periodista regresa a Estados Unidos, pero a fines de enero de 1909 vuelve a México, ahora acompañado por su esposa Ethel y con la cobertura de editor deportivo del diario en inglés Mexican Herald. Nadie se imagina que el experto tenista que en las mañanas actúa como juez en el torneo mexicano-estadounidense del Country Club de Churubusco por la noche recorre con su cámara los mesones de tres centavos, donde se hacinan los mexicanos desechados por el milagro modernizador.[10]

De sus lecturas y de sus relaciones con los smart del porfiriato, John obtiene un retrato del régimen: dócil sistema político-electoral, huelgas reprimidas, prensa amordazada, militarización, y algo que le apasiona: el contubernio de Díaz con los sectores más reaccionarios de la economía, la política y la prensa estadounidenses: "Acaso se diga que al oponerme al sistema de Díaz me opongo a los intereses de los Estados Unidos; si los intereses de Wall Street son los de los Estados Unidos me declaro culpable, y si favorece a estos intereses el que una nación como México sea crucificada, me opongo a los intereses de Estados Unidos".[11]

En abril de 1909 la pareja retorna a su país. Durante cinco meses John ha sido observador; ahora, al publicar sus experiencias, se transformará en testigo incómodo. El plan tramado un año antes en entrevista con Ricardo Flores Magón ha llegado a buen término.

Trasterrados (Los Ángeles, California, abril de 1908)

Entrevistar a Ricardo Flores Magón, Librado Rivera y Antonio Villarreal, presos en la cárcel del condado de Los Ángeles desde agosto de 1907, no había sido cosa fácil.

Acusados de violación a las leyes de neutralidad, por tratar de pasar a Ciudad Juárez y sumarse a la insurrección de 1906 encabezada por la Junta Organizadora del Partido Liberal, los mexicanos están prácticamente incomunicados. Pero John es terco. No sólo ha sido comisionado por el Express de Los Ángeles; en verdad desea conocer los motivos de esos hombres para tomar las armas. Díaz es un dictador, claro, pero ha pacificado y modernizado su país...

Nieto de un ministro metodista e hijo de un impresor de Portland, Oregon, el reportero se considera a sí mismo un hombre progresista. Ya en 1896, a los 17, había publicado su primer semanario de denuncia, el Stockton Saturday Night, y desde sus tiempos de estudiante en Berkeley, donde se casó con Ethel, frecuentaba a los socialistas. Así, en San Francisco le echaron una mano -y un ojo- al periodista ciego Jim Tucker, y al mudarse a Portland y luego a Los Ángeles, ahuyentados por el temblor de 1906, ambos ingresaron al partido.[12] Pero una cosa es trabajar con los sindicatos, hacer periodismo crítico y votar por la oposición, y otra meterse de guerrilleros. De plano los mexicanos se pasaban de melodramáticos.

La entrevista aclara algunas de sus dudas: "¿Por qué unos hombres cultos se alzaban en armas contra una República?... ¿Por qué deseaban derrocar a su gobierno? Porque éste había hecho a un lado la Constitución". Respondieron: "porque había abolido los derechos cívicos [...]; porque había desposeído al pueblo de sus tierras; porque había convertido a los trabajadores [...] en siervos, peones, y algunos de ellos, en verdaderos esclavos."

"Bueno", me dije, "si esto es verdad tengo que verlo."[13]

Además de John y Ethel, forman parte de la Liga por la Defensa de los Revolucionarios Mexicanos, integrada a mediados de 1908, el abogado Job Harriman, que lleva el caso penal junto con A. R. Holston, los sindicalistas Primrose y Frances Noel y el estudiante de leyes Jimmy Roche. El fundador es John Murray, neoyorquino descendiente de cuáqueros que había renunciado a su patrimonio por influencia de Tolstoi. Entusiasmo y dólares corren por cuenta de Elizabeth Darling Trowbridge, rica heredera de Massachusetts, quien a despecho de su pudiente madre se incorpora a la militancia socialista con todo y fortuna.[14]

Murray piensa que para mudar la percepción estadounidense de que Díaz es un tirano amable y un déspota gentil, alguno de ellos debe observar de primera mano el México profundo, y el 8 de mayo cruza la frontera con los dólares de Elizabeth y una carta de Flores Magón: "El portador de este documento es Mr. John Murray, periodista de ideas avanzadas..."[15]

El primer Juan que rinde testimonio sobre México se queda a la orilla de un gran reportaje; entra a la cárcel de San Juan de Ulúa, en Veracruz, pero no lo dejan entrevistar a los presos políticos; llega a las puertas de Valle Nacional, mas no puede visitar las plantaciones. Ethel Turner, quien conoció sus artículos, dice que era material "vital e interesante, pero nada sensacional".[16] Al no conseguir un editor de alcance nacional, Murray se marcha con Elizabeth y Ethel a Tucson, Arizona, donde publican la revista filomagonista The Border en cuyas páginas aparece, finalmente, el reportaje.

Entretanto, dispuesto a sobrar donde Murray quedó corto, Turner se asocia con Lázaro Gutiérrez de Lara, abogado, periodista y editor del periódico Revolución, recién salido de la cárcel. Dirigente de la huelga de Cananea y sobreviviente del alzamiento magonista de 1906, Lázaro es también un hombre de buena familia; ha sido juez en Chihuahua y funcionario de la Secretaría de Relaciones Exteriores. Además, y eso cuenta, tiene un hermano médico bien conectado con los círculos porfiristas. Para 1908 Lázaro es un perseguido político cuya vida peligra si cruza la frontera con su nombre. Pero si opositores locales y extranjeros progresistas son mal vistos por el gobierno de Díaz, a los inversionistas yanquis se les abren todas las puertas. Así, con los dólares de Elizabeth y trocando xenofobia por malinchismo, Lázaro y John emprenden de incógnito su aventura mexicana...

Al término de su inmersión en los infiernos tropicales, Turner se va a Tucson a redactar, y en diciembre, con el texto terminado, marcha a Nueva York en busca de editor. Pero los interesados quieren un reportaje más largo, que abarque el sistema político porfirista; de modo que el 20 de enero de 1909 telegrafía a Ethel para que se reúna con él y juntos vayan a México. En abril el matrimonio regresa a su patria, y en octubre el magno reportaje comienza a publicarse en las páginas de la American Magazine.

Editado por Lincoln Steffens, Ida Tarfel, Ray Stannard Baker y Finlay Peter Dunne, la American Magazine vende alrededor de 300 mil ejemplares mensuales, número que espera incrementar con la dramática denuncia. Para ello los editores imponen el amarillista título de Barbarous Mexico, que a John le disgusta, y la primera entrega, "Esclavos de Yucatán", lleva fotografías de las plantaciones, dibujos de George Varian y, precediéndola, un editorial en grandes letras: "Conforme usted lea [...] los artículos siguiendo al autor en su aventura [...] tendrá que admitir que la ‘República’ mexicana es una [...] vergüenza".[17]

El reportaje escuece aun antes de aparecer. En septiembre, la American Magazine lo anuncia para su próximo número y desde ese momento el diario El Imparcial -subsidiado vocero del gobierno porfirista- despliega una profusa campaña: "El escritor [...] ha empapado su pluma en la mentira [...] Lo único bárbaro que se descubre es el criterio de su autor".[18] Y el clásico revire chauvinista: "Para informar [...] de hechos como los que narra [...] no tenía necesidad de salir de su país [...] Podríamos escribir también nosotros unos ‘Estados Unidos Bárbaros’ que empalidecerían las páginas de Mr. Turner".[19] El 11 de septiembre la Sociedad de la Colonia Americana inserta en el Mexican Herald una protesta dirigida a la American Magazine donde califican el artículo -aún inédito- como "exageraciones absurdas" y "falsedades premeditadas".[20] Poco después E. D. Smith, uno de los firmantes de la queja, demanda sin éxito al presidente Taft que "prohíba usar el servicio de correo norteamericano a la American Magazine".[21] Y no podía faltar la acusación de financiamiento inconfesable: El Tiempo, de Victoriano Agüeros, sugiere que la compañía petrolera Standard Oil pagó para que se publicara el reportaje, debido a que Díaz favorece a sus competidoras británicas.[22] Entrevistado por Otheman Stevens, don Porfirio es concluyente: "Los hombres que han propagado esas especies pertenecen a la clase de individuos que ustedes llaman ‘indeseables’. Los ‘indeseables’ han querido hacer de su despecho un heroísmo... El gobierno ha sido demasiado tolerante y de sobra suave con ellos".[23] Tolerante y todo, copias del número de noviembre de la American Magazine son secuestradas por las autoridades porfiristas.[24]

Después de la entrega de diciembre, los dueños de la American Magazine dejan de publicar Barbarous Mexico, precisamente cuando seguían las entregas referentes a la complicidad del gobierno estadounidense con la dictadura. Y cuando John los acusa públicamente de "cobardes" ellos salen con que son "libres como el viento". Durante 1910 Turner difunde siete capítulos adicionales del reportaje en Appeal to Reason, uno en International Socialist Review y otro más en Pacific Monthly.[25]

Pero no todo son desmentidos periodísticos, loas a Díaz y presiones a los editores. Los enemigos de la dictadura refugiados en Estados Unidos y sus amigos estadounidenses son asediados por los diplomáticos mexicanos y por el gobierno de Washington. El cónsul de Los Ángeles, por ejemplo, ofreció dinero a cambio de información sobre el viaje de John y Lázaro. En 1910 Turner lo denuncia ante congresistas estadounidenses: "Un mexicano llamado Alcántara me dijo que el cónsul [...] Antonio Lozano trató de sobornarlo para que dijera dónde había ido Lara y trató de reclutarlo de fijo como detective para espiar a los refugiados políticos mexicanos".[26]

Como parte del acoso, en octubre de 1909 Gutiérrez de Lara es detenido por las autoridades estadounidenses y sólo la protesta impide su deportación a una muerte segura en México. El propio Turner es objeto de investigación federal, y también él está a punto de ser deportado... pero a Inglaterra, pues por algún tiempo el Departamento de Justicia está convencido de que el periodista de Portland y un anarquista inglés llamado John Turner son la misma persona.[27] Por lo visto en todas partes se cuecen xenofobias.

Todo el que escribe contra el régimen porfirista está en la mira. Carlo de Fornaro, periodista italiano radicado en México desde 1906 y por un tiempo editor dominical de El Diario, publica "Díaz, Czar of Mexico", y termina en la cárcel acusado de libelo criminal por el abogado Joaquín Casasús -exembajador mexicano en Washington-, contratado al efecto por El Imparcial.[28] También escuecen los reportajes de Murray en The Border y los artículos de Elizabeth en Appeal to Reason y en Western Miners, de modo que la noche del 10 de enero de 1909 la imprenta donde publican su periódico es destruida por desconocidos.[29]

Arturo M. Elías, cónsul en Phoenix, Arizona, piensa que la cuña debe ser del mismo palo:

Soy del parecer que con objeto de contrarrestar el incremento que pudieran ejercer en nuestras masas estas publicaciones sediciosas y subversivas, por la poca cultura y conocimiento de las sabias instituciones y buen gobierno que nos rigen, se críe un periódico que las ilustre y fomente en ellas el amor y el patriotismo; para lo cual creo necesario que de alguna manera y sin gasto dispendioso para nuestro erario, se tenga un arreglo con un periodista honrado y capaz, o bien se adquiera una planta para el objeto, apareciendo siempre [el periódico] como órgano particular e independiente.[30]

Pero para qué criar nuevas publicaciones amistosas, cuando el imperio periodístico más grande del mundo se dispone a desplegar su inmenso poder en defensa del patriarca.

Las plumas de Hearst (México, marzo de 1910)

Periodistas rasos, Turner y Gutiérrez de Lara habían iniciado su odisea mexicana viajando como tramps de Los Ángeles a El Paso. En cambio, el "coloso de la prensa estadounidense" visita México a bordo de un lujoso coche privado del Ferrocarril Central, galantería de Ignacio Sepúlveda, subordinado de Miramón, imperialista en los años de Maximiliano y consejero de la embajada estadounidense en tiempos de don Porfirio.

William Randolph Hearst, quien en otros viajes había empleado su carro-palacio "Constitution", viene para "descansar de las fatigas de varios años"; pero también a "conocer al gran hombre de los mexicanos, al general Porfirio Díaz". Y cuando el periodista de El Imparcial recoge su opinión sobre Barbarous Mexico, sabe lo que ésta pesa, pues William es dueño del New York American, del New York Journal, del Chicago Examiner, del Chicago American, del San Francisco Examiner, del Los Angeles Examiner, entre otros grandes periódicos.

-¿Usted no ignora que México ha sido víctima de injustos ataques en algún magazine americano?
-Los he visto y no he prestado crédito a tan ruines versiones; en mis periódicos es bien distinto. Dos escritores de mi staff, Otheman Stevens y Alfred Henry Lewis, han publicado extensos artículos sobre el particular.[31]

Y, efectivamente, las plumas complacientes de los hombres de Hearst recogen la versión alba y ministerial del país donde su patrón tiene puestos el corazón y la cartera (el magnate es dueño de un millón de hectáreas en Chihuahua, donde, cercadas por 250 millas de alambre de púas, ramonean sesenta mil vacas Hereford y ciento veinticinco mil borregos finos).[32]

"He vivido cinco semanas bajo el gobierno del autócrata, y lo he encontrado el más democrático que jamás conociera." Así empieza Otheman su testimonio. Y continúa en el mismo tenor:

México está gobernado por un dictador que ha sido al mismo tiempo un hombre de altas miras y [...] un administrador bien dotado; un dictador que ha amado a su país más que cualquier otro. [Los estadounidenses] saben bien que el presidente Díaz es México; que las elecciones son manipuladas y que los votos vienen a ofrecerlos las propiedades. Saben que Díaz nombra a cada uno de los senadores y diputados, y se alegran efectivamente de que en un hombre de sereno juicio y de sus ideas y ecuanimidad radique el poder.

Y concluye en otro artículo:

No hay nada en el mundo tan tímido como un dólar, excepto dos dólares [...] Si hubiera injusticias en México, si hubiera esclavitud, si hubiera infracciones a la ley, si se ejecutaran en fin cualesquiera de esos hechos [...] que pudieran justificar el calificativo de bárbaro, las casas bancarias lo sabrían y los recursos de México yacerían inertes [...] No podría encontrarse argumento más poderoso para demostrar la estabilidad y aptitud del gobierno mexicano, que el hecho de que más de mil millones de dólares de dinero americano se hayan invertido en aquella república.[33]

Para documentar el Profitable Mexico, no es necesario vadear ríos ni entrevistar yaquis: basta arrimarse al poder. Y Díaz, cuyas declaraciones importantes siempre son a periodistas extranjeros, habla de dólares con Otheman: "La gran corriente de americanos y capital suyo que está ingresando en el país crea intereses combinados", dice Díaz. "Todo lo que favorezca en México a los americanos favorecerá a México y lo que les perjudique nos perjudicará." Y cuando el periodista sugiere "favorecer una forma más estrecha de unión entre las dos naciones, algo así como una alianza comercial, quizá con la supresión de restricciones aduaneras", el patriarca globalizador se anticipa ochenta años a una historia que en mala hora interrumpiera la revolución: "Si los Estados Unidos presentaran algún proyecto como el que usted señala, recibiría la más favorable consideración por parte de México".[34]

Pero no todo son buenos business; también se abordan temas espinosos:

Pregunté... a su Excelencia [sic] respecto a los yaquis [...] se dice que [son] sometidos a la esclavitud:
-No existe aquí cosa alguna parecida al "peonaje" que se ha descrito para difamar a México [...] Los yaquis son una raza admirable [...] si se exceptúa su instinto sanguinario [...] que desgraciadamente constituye el rasgo dominante de su carácter [...] En cuanto a su deportación, ésta fue una medida política exigida por consideraciones humanitarias.[35]

La versión oficial del problema indio se plasma en una entrevista de Elisha Hollingsworth Talbot al general Torres, gobernador de Sonora, publicada en El Imparcial el 7 de febrero de 1910:

Todas estas historias son concebidas por la enemistad y por la ignorancia. Los agricultores de Yucatán son los ciudadanos más inteligentes y refinados de la república [...] Los únicos seres en todo México contra quienes puede lanzarse el cargo de barbarie son los indios de Sonora y Yucatán, cuya resistencia a todo influjo civilizador parece haberles conquistado la simpatía de ciertos escritores. Estos indios han retardado el progreso. No ha quedado al gobierno otro camino que seguir, después que fracasaron todos los medios pacíficos, que imponerse por la fuerza [...] En vez de exterminarlos, como hizo el gobierno de los Estados Unidos con los apaches y otras tribus asesinas, nosotros los enviamos a Yucatán. De ahí volverán a sus antiguos hogares tan pronto como se hayan reformado [...] Tampoco se ha deportado nunca familia alguna mexicana, sino solamente yaquis [que como es sabido son ciudadanos suecos. A. B.].[36]

Salvo el presidente de la república, nadie se atreve a negar la existencia de esclavitud por deudas. En lo referente a las plantaciones huleras, el tema lo había documentado Herman Whitaker en "The Planter", publicado en American Magazine en febrero de 1910, y los ingleses Arnold y Frost tocaron el caso del henequén en Yucatán, el Egipto mexicano, libro de arqueología con veinte páginas de actualidad sobre el trabajo forzado.[37] Pero los extranjeros no descubren a la opinión pública el esclavismo a la mexicana. El primer escándalo periodístico grande lo había armado en 1885 el chiapaneco Ángel Pola, quien a los veinticuatro años publica en El Socialista una serie de artículos sobre su tierra, titulados "Los escándalos de la esclavitud en México": "Son miles de hermanos nuestros [...] que arrastran cadenas en los breñales [...] que tienen vendida [...] su vida a los ricos y despiadados propietarios".

Consigna también declaraciones memorables de Miguel Utrilla, exgobernador de Chiapas:

-¿Y usted cree que los propietarios hagan uso, para castigar, de los grilletes, el cepo y la cadena?
-Allá ni nos extraña esa clase de martirios, es cosa de todos los días.
-¿Cree usted que pueda justificarse semejante conducta?
-Sólo puede explicarse por la falta de educación de los sirvientes, por su carácter severo y rudo, por la pereza que les es proverbial.[38]

A Pola no lo bajan de "falso profeta" y "mal hijo de Chiapas", pero nadie recusa unas denuncias que veinte años después siguen vigentes. Quizá por eso los hombres de Hearst no niegan la barbarie; la justifican. En un artículo de Otheman, publicado en Cosmopolitan Magazine en marzo de 1910, éste reconoce que: "Si un enganchado se rebela o es indolente o flojo, el palo del capataz [...] se hace sentir sobre sus espaldas". Pero su análisis sigue la lógica racista de Otho Peust -el sociólogo alemán a quien el ministro de Fomento había encargado la agricultura mexicana- y concluye: "Hay un aspecto que convierte un abuso en un derecho y es la necesidad. La legislación que impidiera hoy el trabajo [forzado] acarrearía males mayores, pues destruiría la inversión de millones".[39] La esclavitud no es elegante, pero cómo hace falta.

"Filibusteros" (Baja California, México, marzo de 1911)

"El más benevolente de los dictadores, el más amable de los tiranos y el más gentil de los déspotas necesarios para la felicidad de México", del que hablaba el Chicago Tribune el 22 de febrero de 1909, fue destronado dos años después. Las loas mercenarias no lo salvaron. En cambio, el periodismo de investigación sí apresuró su caída.

Desde octubre de 1909 Barbarous Mexico no deja de sacar roncha, y en febrero de 1911, cuatro meses después del alzamiento maderista, aparece todo junto publicado por la editorial socialista de Chicago, Charles H. Kerr and Company, y en Inglaterra por Cassel and Company. El Telegram, de Portland, lo anuncia como "el libro que causó una guerra civil". En los siguientes tres años tendrá cuatro reediciones.[40]

Entre tanto John y Ethel siguen en la brecha. El 3 de agosto de 1910 reciben a las puertas de la cárcel a Ricardo, Librado y Antonio, quienes han cumplido tres años de prisión. Los líderes del Partido Liberal se instalan en Los Ángeles, publican de nuevo su semanario Regeneración y, escamados porque algunos de sus simpatizantes se están diluyendo en el maderismo insurrecto, organizan una fuerza rebelde propia en Baja California.

El periodista participa sin tapujos: compra armas en Estados Unidos y las envía como maquinaria agrícola a Jim Wilson, un amigo granjero de Holtville, California, quien las lleva en carretera a la frontera donde son recogidas por la noche.

Al estallar la rebelión con la toma de Mexicali el 29 de enero de 1911, John se revela como notable organizador; sirve como correo a los líderes del Partido Liberal que están en Los Ángeles, y pasa alimentos bajo las narices del capitán Babcock, encargado de cuidar la frontera:

-No se trata de una violación a las leyes de neutralidad.
-Lo admito... pero no permitiré a nadie el traslado de mercancía.
-Entonces ¿dispararás contra mí?[41]

Enrique de la Sierra, cónsul mexicano en Caléxico, reporta su presencia: "John Kenneth Turner fue visto en Los Ángeles el día anterior comprando municiones y rifles [...] pasó a Mexicali y estuvo examinando las posiciones de los revoltosos".[42]

Y no es el único extranjero. Entre la realidad y el happening político, el Mexicali liberado congrega a mexicanos mestizos e indios cucapás, pero también a numerosos ingleses, canadienses e italianos internacionalistas, atraídos por una generosa revolución en curso. Jack London, un adherente de lujo, redacta un saludo a los combatientes:

Y nosotros los socialistas, anarquistas, vagabundos, bandoleros, delincuentes e indeseables ciudadanos de Estados Unidos [...] apoyamos totalmente su esfuerzo [...] Todos los adjetivos con que ustedes son difamados también se nos imputan a nosotros; pero cuando los corruptos [...] calumnian [...] los hombres honestos [...] no podemos esperar otra cosa que ser llamados "ilegales". ¡Seámoslo! Me declaro yo también "ilegal" y revolucionario.[43]

Pero Díaz aún tiene amigos poderosos. William Randolph Hearst, Harry Chandler y Harrison Gray Otis, dueño de la California Land and Cattle Company, organizan una campaña de prensa contra la apertura magonista a los extranjeros. "¡Filibusteros!" es el anatema. Para emporcar más el cuadro contratan a Dick Ferris, cómico y político menor, quien proclama a los cuatro vientos su decisión de comprar o tomar por la fuerza la península, y publica anuncios en el New York Times requiriendo "mil hombres con experiencia militar".[44] Con esta pantomima se enturbia la imagen solidaria de sindicalistas como Joe Hill y socialistas como Turner, al tiempo que se ocultan los verdaderos intereses injerencistas y anexionistas del gobierno estadounidense y de magnates como Hearst, Otis y Chandler.

En México, la denuncia periodística de la acción "filibustera" se apoya en el antiextranjerismo ramplón. Así, con una xenofobia a contrapelo de su apellido, el canciller Creel lanza a sus cónsules fronterizos a la caza de alienígenas. Enrique de la Sierra, de Caléxico, denuncia a los masiosares:

La presencia de revoltosos en Mexicali y Baja California [...] sigue reforzándose constantemente. Multitud de vagabundos americanos, socialistas y miembros de una Industrial Workers of the World, también socialista, con tendencias anarquistas, afluyen a la frontera cruzando hacia México [...] La deplorable circunstancia de que los revoltosos mexicanos hayan recurrido al concurso y auxilio de los socialistas de este país lo hace más peligroso; no para la estabilidad del gobierno, no; pero sí para la tranquilidad internacional de la República y quizá para la autonomía e integridad del territorio de Baja California.[45]

Y entre estos peligrosos extranjeros que ponen en riesgo la soberanía e integridad de la patria hay

algunos escritores de cierta nota en Estados Unidos, mezclados entre los directores del filibusterismo. Uno de ellos [...] el novelista Jack London [...] y el otro [...] John Kenneth Turner, famoso en nuestro país por la publicación de su libro México Bárbaro.[46]

¿Turner filibustero? ¿Con qué cara acusar de intervencionismo al hombre que más hizo para impedir que el gobierno estadounidense se inmiscuyera en México? Al respecto el juicio de Ethel es impecable: "Algo de enorme importancia había sucedido [con la publicación de México Bárbaro]. Cuando estalló la revolución de 1910, era imposible para los Estados Unidos mandar tropas a través de la frontera para proteger al ‘benevolente Díaz’. El público norteamericano sabía demasiado".[47]

En las primeras dos décadas del siglo, John Kenneth Turner es el más empecinado defensor de nuestra soberanía nacional. No sólo desenmascara en un memorable reportaje los intereses económicos y políticos estadounidenses que sostienen la dictadura de Díaz: cuando la Decena Trágica, denuncia en la prensa estadounidense el papel del embajador Wilson en el asesinato de Madero; a fines de 1914 reportea la intervención estadounidense en Veracruz y exige la salida de sus compatriotas armados; en 1916 viaja a México dos veces y en textos como ¿Quién es Pancho Villa? y La intervención en México y sus nefandos actores, repudia la incursión del general Pershing; después de la primera guerra mundial escribe el libro Manos fuera de México, y en 1919 publica en The Nation un claridoso artículo titulado "Por qué debemos dejar a México en paz", donde se lee: "Se nos asegura de diferentes maneras que podríamos y deberíamos restablecer el orden en México, ‘limpiar’ el país de bandidos y especuladores, dar a México un buen gobierno y mejorar sus condiciones económicas; que de cualquier manera México ‘es tarea nuestra según la doctrina Monroe’ [...] Todos estos argumentos son falaces".[48]

¿Qué periodismo nos amenaza? ¿La imprentita de Tucson donde John Murray, Elizabeth y Ethel publican The Border, o el imperio amarillo que William Randolp Hearst dirige desde Chicago? ¿Quiénes ponen en peligro la soberanía nacional? ¿Los wolies alucinados que pasan a Baja California en 1911 o los marines que desembarcan en Veracruz en 1914? ¿Quién es un extranjero pernicioso: el gringo de la cámara fotográfica al que quieren fusilar los felixistas o el embajador estadounidense que fragua el asesinato de Madero? ¿Dónde está el "masiosare", en John Kenneth Turner o en Henry Lane Wilson? Ésta es la cuestión.

A veces John y Ethel pierden la brújula y se desmoralizan. Así les sucede en 1911, cuando fracasa la revolución magonista de Baja California, al tiempo que los maderistas toman Ciudad Juárez y Díaz sale al exilio. Como otros socialistas honestos, ellos piensan que el Partido Liberal no puede pelear a la vez contra los federales y contra el Plan de San Luis, y que a Madero hay que darle una oportunidad. "Cuando Díaz abandonó el poder y se restableció la paz, consideré muy desacertado continuar la lucha armada", escribe John años después.[49]

Descorazonados, los Turner se refugian en la comuna de Carmel, ubicada en la costa de California y animada por artistas y literatos como Upton Sinclair, Jack London, Sinclair Lewis y el poeta George Sterling, quien los acoge mientras construyen su propia casa. En esos días John debuta como actor en el Forest Theater de Carmel, prestando su afilado rostro al Shylock de El mercader de Venecia. Los muy conservadores años de la posguerra también son malos para los Turner, y aunque en 1912 John viaja a Morelos, donde entrevista a los zapatistas Genovevo de la O, Otilio Montaño y Gildardo Magaña, por esos días escribe ya muy poco. En 1941 publica su último libro, Desafío a Carlos Marx. John Kenneth Turner muere en 1948, sin haber visto traducido al español su magno reportaje. Para nuestra vergüenza, la primera edición castellana de México Bárbaro es de 1955, cuarenta y seis años después de que fuera redactado.

Ninguneo póstumo (México, D. F., 1955)

Aun en las discrepancias, los magonistas reconocieron y estimaron la integridad de Turner. Madero leyó las primeras entregas de su reportaje desde noviembre de 1909, gracias a que se lo mandó Manuel Urquidi,[50] y ya en la presidencia exaltó su importancia para la revolución. Tan temprano como en la XXVI Legislatura de 1912, Luis Cabrera proclamó: "Turner tenía razón y los artículos de México Bárbaro son apenas un ligero [...] bosquejo de lo que pasa en todas partes del país, todavía en los momentos actuales".[51]

Pero estos precoces reconocimientos no bastaron para que el libro se difundiera en México.

Para colmo, la primera edición castellana de 1955 va acompañada de un desafortunado comentario de Daniel Cosío Villegas, que no baja a México Bárbaro de "panfleto político, denuncia negra y sin matiz", obra de una "mente elemental", donde "nada hay de profundo y poco de inteligente". Para acabarla de amolar, don Daniel pone en entredicho el viaje y hasta la existencia de John: "Yo he acabado por dudar si realmente existió el señor Turner".[52]

Pero no todo es mala leche del historiador profesional frente a un texto periodístico de circunstancias. También hay observaciones afiladas, como la que llama la atención sobre la actualidad de México Bárbaro respecto del problema indio: "Porfirio Díaz y su gobierno", escribe Cosío Villegas, "no vieron [en las rebeliones indias] sino una cuestión de orden y disciplina y, en consecuencia, no pensaron más que en la situación militar". Y la revolución no suprimió esa lógica aberrante.

Ese monstruo de necedad que se llamó Francisco Bulnes -sigue don Daniel- se alarmaba, todavía en 1920 [...], ante la pretensión que tuvieron los yaquis de seguirse gobernando ellos mismos como lo habían hecho toda la vida. Bulnes se preguntaba indignado cómo podía imaginarse y consentirse una república dentro de una república.[53]

Tras balconear a los Bulnes de todos los tiempos, Cosío Villegas termina un comentario que empezó mal, con palabras que eran oportunas en 1955 y lo son más en el fin del milenio:

Horror, miedo, sobresalto, indignación [...] todo eso podrá crear la lectura de México Bárbaro [...] Pero el lector de hoy recordará enseguida que Turner habla del México de 1910 [...] ¡Bendito sea Dios que no existen ya semejantes cosas, tal horror, tal miedo, ese sobresalto, aquella indignación! [...] Ojalá que el lector de hoy, llegado a ese punto de satisfacción, se preguntara súbitamente: ¿Estamos hoy tan lejos de aquella desgraciada situación? ¿Nos hemos alejado tanto de ella que podamos dormir tranquilos? ¿Es el indio maya de hoy tan dueño de sus destinos?[54]


Notas:

[1]

Sobre la detención de Turner, ver su artículo del 8 de mayo en el World de Nueva York. También Elizabeth Trowbridge Saravia, mecanoscrito de Ethel D. Turner, y la introducción de Sinclair Snow a Barbarous Mexico, University of Texas Press, Austin y Londres, 1969.

[2]

Turner, ibid.

[3]

Carta de J. K. Turner a Ethel, citada por Snow, op. cit., p. XXV.

[4]

John Kenneth Turner, México Bárbaro, Cordemex, México, 1965, p. 35.

[5]

Ibid., p. 44.

[6]

Ibid., p. 20.

[7]

Ibid., p. 19.

[8]

Ibid., pp. 43-45.

[9]

Ibid., p. 84.

[10]

Ibid., pp. 101-02. Snow, op. cit., p. 16.

[11]

Turner, op. cit., p. 302.

[12]

Snow, op. cit., pp. XI-XII.

[13]

Turner, op. cit., p. 10.

[14]

Snow, op. cit., pp. XIV-XV. Ethel Turner, op. cit., pp. 1-12.

[15]

Ibid., p. 8.

[16]

Ibid., p. 8.

[17]

Citado por Snow, op. cit., p. XVII.

[18]

Editorial de El Imparcial, t. XXVII, n. 4 743, 13 de septiembre de 1909, p. 3.

[19]

Ibid., n. 4 788, 29 de octubre de 1909, p. 3.

[20]

Ibid., n. 4 743, 13 de septiembre de 1909, p. 3.

[21]

Snow, op. cit., p. XIX.

[22]

Editorial de El Tiempo, año XXVIII, n. 9 028, 7 de diciembre de 1910, p. 1.

[23]

Otheman Stevens, "México hoy y mañana", El Imparcial, t. XXVIII, n. 4 943, 1 de abril de 1910, p. 1.

[24]

Snow, op. cit., p. XIX.

[25]

Ibid., pp. XX-XXII.

[26]

"Hearings of the Committee of Rules", Cámara de Representantes, Estados Unidos, junio de 1910, p. 80.

[27]

Colin M. MacLachlan, Anarchism and the Mexican Revolution, University of California Press, 1991, p. 31.

[28]

Ibid., p. 31.

[29]

Ethel Turner, op. cit., p. 10-11.

[30]

Manuel González Ramírez (prólogo, coordinación y notas), Epistolario y textos de Ricardo Flores Magón, Fondo de Cultura Económica, México, 1964, p. 215.

[31]

El Imparcial, t. XXVIII, n. 4 934, 27 de marzo de 1910, p. 1.

[32]

Turner, op. cit., p. 227.

[33]

De los artículos "El progresista México", El Imparcial, t. XXVIII, n. 4 904, 4 905 y 4 906, 21, 22 y 23 de febrero de 1910, y "México hoy y mañana", El Imparcial, t. XXVIII, n. 4 843, 1 de abril de 1910, p. 1.

[34]

Ibid., n. 4 943, 1 de abril de 1910, p. 1.

[35]

Ibid.

[36]

Elisha Hollingsworth Talbot, "La verdad sobre México", El Imparcial, t. XXVIII, n. 4 890, 7 de febrero de 1910.

[37]

Turner, op. cit., p. 221.

[38]

Armando Bartra, El México bárbaro, plantaciones y monterías del Sureste durante el porfiriato, El Atajo, México, 1996, pp. 396-97.

[39]

Turner, op. cit., p. 199.

[40]

Snow, op. cit., p. XXII, y Mariano Gómez Gutiérrez (Blas Lara), La vida que yo viví, Luz y Vida, México, 1954, p. 161.

[41]

Jesús González Monroy, Ricardo Flores Magón y su actitud en la Baja California, Academia Literaria, México, 1962, pp. 72-73.

[42]

Documentos históricos de la revolución mexicana, X, "Actividades políticas y revolucionarias de los hermanos Flores Magón", Jus, México, 1966, p. 148.

[43]

Salvador Hernández Padilla, El magonismo, historia de una pasión libertaria, 1900-1922, Era, México, 1984, pp. 147-48.

[44]

Ibid., p. 145.

[45]

Documentos históricos..., op. cit., p. 155.

[46]

Ibid., p. 265.

[47]

Ethel Turner, op. cit., p. 12.

[48]

El Universal, 21, 22 y 23 de diciembre de 1919.

[49]

Monroy, op. cit., p. 102.

[50]

Carta de Madero a Urquidi, 22 de diciembre de 1909, en Documentos históricos de la revolución mexicana, XI, "Precursores de la revolución mexicana 1906-1910", Jus, México, 1966, p. 180.

[51]

Diario de debates de la Cámara de Diputados, año I, periodo I, XXVI Legislatura, México, 3 de diciembre de 1912.

[52]

Daniel Cosío Villegas, "Lección de barbarie", comentario sobre México Bárbaro, en Problemas agrícolas e industriales de México, México, 1955, p. 189.

[53]

Ibid., p. 192.

[54]

Ibid., p. 193.



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1999 (México: ERA-IIEc)


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