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Ramón Vera Herrera
Veredas para retomar nuestro camino
(o cómo seguir algunas pistas wixárikas)
Introducción
Cómo intentar aproximarnos a un territorio que sigue invisible para quien juzga el mundo como si fuera unitario. Cómo reconstruir el tramado de saberes que como veredas por el monte conforman el diseño oculto del imaginario mesoamericano, pleno de saberes y misterio, de sueño y narraciones. Cómo intentar la sintonía con la experiencia del pueblo wixárika sin traicionar el sentido de ese equilibrio que los hace uno de los conglomerados más tradicionales y al mismo tiempo más "modernos" en el buen sentido del término. Por encima de todo, reconocer que, pese a la violencia padecida desde dentro y sobre todo desde fuera del mundo de los wixáritari, su tarea de "cuidar el mundo", como ellos mismos afirman, los tiene soñando y reflexionando cómo ofrecer soluciones a sus problemas y también a los nuestros. En las siguientes fotografías, existen quizá pistas que van desgranando saberes que nos son vitales. La propuesta es entonces un viaje por el interior del "corazón del mundo", recorriendo veredas y parajes de nosotros mismos, a través de la resistencia de un pueblo cuyo nombre significa algo como "donde encarna lo humano" (o allá donde el águila).
El viaje como camino
Entrar al paisaje
Bancos de San Hipólito es una de las esquinas del territorio huichol. Aunque se halla en Durango, toda su vida religiosa, agraria y política está directamente relacionada con la comunidad de San Andrés Cohamiata, en el municipio de Mezquitic en Jalisco (véase Mapa 1). Bancos es una puerta excelente al mundo wixárika porque resume muy bien los conflictos de invasiones de tierras y la ilógica división política de las entidades y municipios que mantiene divididos a varios pueblos indígenas. Toda la zona, una especie de mano que da forma al norte de Jalisco, entra y sale del estado por Durango, Zacatecas y Nayarit en una región que es indivisible en orografía, recursos e historia. Saber, además, que el arrinconamiento de los huicholes de Bancos obedece a una lógica caciquil que los tiene escindidos de sus amigos, familiares y autoridades por el arrinconamiento resultante de las invasiones mueve inmediatamente a cuestionar la relación de la sociedad mexicana con los pueblos indios. Como eso se ha dicho hasta el cansancio, quizá sea mejor descender poco a poco de la avioneta en la que uno llega con facilidad a Huasamota, Durango, pueblo mestizo desde donde es más fácil llegar a Bancos para introducirnos al enorme tejido de signos, historias y reflejos de lo que hoy es la vida huichola. La avioneta se inclina para tomar el giro que la acomodará momentos después en la pista polvosa de Huasamota, Durango un hueco entre los montes y quebradas.
El vuelo permitió dilucidar las sinuosidades color plata del río, que serpentea como dicen los mitos mesoamericanos que debe circular la energía vital de todos los seres. Y el río, los ríos, son seres en esta región, y no cosas, como desde la ciudad se piensan.
Desde el aire, los caseríos son manchones de verde arbolado y techos de palma y lámina de zinc. Delinean sus corrales y algún parcelado. Algunos se asientan junto a las vegas de los ríos, pero muchos son rancherías desperdigadas en joyas engarzadas entre cerros protectores, en laderas escarpadas donde se perfilan diseños extraños color tierra: son las veredas y los senderos que suben y cruzan, rodean y se pierden entre macizos de chaparral y bosque. La vista panorámica podría invitar a verlo todo como paisaje, como mero fondo o escenografía para la vida.
El citadino tiende a ese sesgo de apreciación. Tanto ser pasajeros o turistas nos ha cambiado. Si viajamos por tierra a las altas velocidades de hoy, la cinta asfáltica nos forma la ilusión de que las distancias se acortan, y en lo confortable de una cápsula que se mueve por nosotros nos conectamos vía la radio con una diversidad de sitios y discursos. En esa lógica, el trayecto es cuando mucho paisaje que dejamos atrás para llegar a nuestro destino. Es un paréntesis entre nuestras actividades y lo borroneamos subjetivamente. Si somos pasajeros tendemos a situarnos en el pasado y en el futuro (tal vez por eso el mote de pasajeros).
Pero la vida para las comunidades de ese microcosmos rural convive, fluye y refluye con ese entorno. Roca, astilla, espiga, espina, cascada, tierra, mirada y paso se pertenecen; la atención que se origina entre todo lo vivo forma corredores de sentido profundo. A eso la gente anclada a un universo comunitario, sobre todo rural, le llama territorio. Y todo vive: las piedras, la pared musgosa de las montañas, el bosque, el pastizal, los chaparrales; los arroyos y los ojos de agua donde las corrientes filtradas de manantiales cercanos se asientan y crean nuevos parajes y sus infinitas interacciones. Sobre todo, territorio para los huicholes son las relaciones humanas.
Sobrevolar ese territorio, en principio huichol, es un rito de paso que hace sentir la fuerza y la configuración, la ubicación y direccionalidad de ese espacio.
Jesús María, tierra cora, se quedó más al sur, en las márgenes del río. Mesa del Nayar es la única escala para que descienda un hombre que tiene por encomienda y goce visitar a los casi ermitaños franciscanos, que conviven con los coras en uno de los mundos más alucinantes y menos narrados de la sierra (porque corren rumores de zonas a las que nadie entra ni sale, tal es el dominio del narco que siembra amapola y mantiene casi en calidad de esclavos a algunas comunidades; porque corren los rumores de comunidades mestizas, armadas, que reivindican al narco como resistencia, la cual se ejerce con orgullo desde los doce o trece años; porque, dicen otros, hay muchos que sirven de "burritos" para bajar goma a Tepic. Porque el mestizo sigue insistiendo en que los coras tienen ritos innombrables sobre todo porque el Discovery Channel no los ha fijado en algún confortable asidero del exotismo).
Aterrizar en Huasamota enfrenta a los viajeros a una alta pared montañosa que se extiende en capas que la vista tiende a juntar como una sola apariencia afín de roca y verde polvoso, como el camino que parte de la casa donde se espera "la corrida" de la avioneta. Sólo Rigo y el otro señor miran la flexibilidad de las alas al rozar las ruedas el suelo. Esperaban noticias de parientes que siguen sin volver.
El grupo que desciende pregunta por el mejor camino a Bancos de San Hipólito. ¿Es largo hasta allá? Según, contesta un paisano. Se puede uno ir por la carretera y después tomar el lecho del arroyo, allá en Máipura. O se puede cruzar por aquí arriba, directo por las crestas al Puerto de Huamuchil, ya de ahí nomás la bajada a Bancos de Calítique.
Dice que es mejor por ahí, que si quieren los encamina, porque tiene que ir a Huamuchil a recoger una potranca de su patrón.
Los viajeros bajan por el camino hacia el desayunadero del pueblo, mirados con azoro por los adolescentes que limpian sus huertas escolares. Para ellos y para el pueblo entero es raro ver extranjeros, citadinos, en ese rincón de Durango.
En los pueblos de la sierra todo se sabe. Un hueco en una cortina y los ojos barren a los viajeros mientras se enfilan por la calle que baja hasta la notaría. El dueño de la tienda mira el sombrero de uno, el suéter de la otra, las botas no tan gastadas del tercero, el andar del cuarto.
Las mujeres del desayunadero los reciben con sonrisas y un caldo de nopales. El patio central, de tierra, se adivina tras una puerta por donde entran y salen unas muchachitas coras que ayudan en la lavada de trastes, a jicarazos, mientras las dueñas cocinan para los parroquianos: unos seis vaqueros, el nuevo médico de la clínica de salud, el profesor encargado del programa del INEA.
Un paseo al baño y se reinaugura el mundo que ha permanecido incambiable en cuanto a hábitos sanitarios: un cuarto, sin techo, con piso de tierra, cubierto en muchos rincones y amplias zonas de la pared del fondo con mierda seca y no tan seca y papeles azules y rosas, restos de periódico arrugados. Una silla de madera con un agujero ancho y pertinente sirve para no cansar el cuerpo de las ancianas que más lo usan.
Las señoras piden disculpas por el "cuarto", como si adivinaran otros modos allá en el mundo que llegó desde los confines de la televisión. Una muchacha suspende el lavado y ofrece agua y jabón de ropa para las manos. La cortesía de la sierra no hace preguntas, y cualquier viajero es un viajero y ya. Pero por más buenas migas que uno haya hecho con los habitantes mestizos de un pueblo donde el presidente municipal es un mexicanero y donde las relaciones con los indios son afables, los comerciantes marcan sus distancias con frases al descuido y miradas de reojo porque uno se encamina a una comunidad huichola. Huasamota no tiene conflictos agrarios con Bancos de San Hipólito, pero en la región por lo menos los de San Lucas de Jalpan son enemigos acérrimos de que alguien venga a perturbar un estado de cosas, un aislamiento donde ellos poseen las herramientas, los mejores terrenos y las conexiones para ejercer control político y mercantil; donde los wixáritari son los huicholitos a quienes se ha ido arrinconando en sus propios terrenos mediante invasiones continuas.
Veredas
Ir a Bancos de San Hipólito o a Huasamota no es sólo cubrir un trayecto y una distancia geográfica. También entra uno a un corredor hacia el pasado, aunque esto es aparente. En realidad no es que se viaje al pasado, sino que se entra a un espacio, a un corredor si se quiere, en donde el pasado continúa, tiene vigencia, existe por la larga duración de modos de trabajo, visión del mundo, asideros prácticos y concreciones de ese pasado que el trabajo produjo y mantiene vivo.
Toda la zona entraña formas de ser que tienen un pasado que se remonta al siglo XVI. Se cuenta que Huasamota, una de las puertas de entrada a ese rincón del mundo, es anterior a la ciudad de Durango y quizá la primera población castellana en la entidad. Las mujeres que atienden en la fonda del pueblo, cocineras y patronas, abuelas de varios e informantes de todo el que cruza el umbral de su casa, lo plantearon de una manera más que contundente al contestar qué tan viejo era Huasamota. Una de ellas dijo: "Los decires van más lejos que mi memoria", y la otra miró un momento y replicó: "No se qué tan antigua sea Huasamota pero ya varias veces se han muerto gentes de más de cien años".
El profesor del INEA contaba que Huasamota es muy de antes y que su existencia se aferra a las siembras antiguas y a la ganadería. Durante la Cristiada, fue uno de los bastiones de los rebeldes y desde ahí se irradió idea y hombres ávidos de Cristo Rey y de otro trato con el gobierno federal. Es de por sí un pueblo aislado. Su relación con el mundo externo se ata muy frágilmente por carretera, porque apenas dos veces por semana sale un camión hacia Jesús María, buscando contacto con Nayarit y de ahí a Tepic. En cambio su conexión con la cabecera municipal, Mezquital, Durango, es tan borrosa que el camión llega sólo dos veces al mes y tarda unas quince horas en arribar a sus posibles conexiones con el resto del estado. No extraña entonces que la avioneta supla en mucho la comunicación y que ésta sea principalmente con Ixtlán del Río que, siendo Nayarit, se enfila a Jalisco y con el propio Tepic. Tampoco extraña que por tierra se busque llegar a Huejuquilla, todavía Jalisco, para entroncar con una salida a Fresnillo, en Zacatecas. Ese camino, de terracería, no está falto de incidentes y la beligerancia de los mestizos de San Juan Peyotán y San Lucas de Jalpa les impide a los wixárika buscar viaje por esos caminos.
Porque si Huasamota está retirado, dirían los lugareños, Bancos de San Hipólito está literalmente cercado por Bancos de Calítique, San Lucas y San Juan Peyotán, lo que obliga a los wixárika que habitan Bancos de San Hipólito a tomar cualquiera de tres rutas para salir o entrar a su casa. Según la ocasión, se busca caminar vía Las Guitarras y Brasiles, cruzando la tierra de sus enemigos, asunto molesto si son descubiertos. Esto los ha hecho hábiles para rastrear veredas alternativas en el monte que les permiten evadir encuentros no deseados, dibujando con sus pasos senderos que aparecen y desaparecen (y que a veces son más directos y rápidos que el camino mestizo). Son senderos que muestran más su uso y las condiciones de su relación con los mestizos que las ventajas topográficas de la vereda en cuestión. Éste es sin duda el camino más usado por los habitantes de Bancos.
La segunda posibilidad es caminar cruzando macizos montañosos por el Puerto de Huamuchil, directo hacia Huasamota, sin cruzar tierras de San Juan Peyotán. Este camino se usa, pero tiene pasos difíciles y muy patinosos en las lluvias; es más largo y más pesado por las subidas y bajadas que implica. Los vaqueros de Huasamota como Rigo Arellano recorren este tramo con frecuencia transitando por el camino que llamaremos mestizo, porque su idea, su trabajo continuo de mantenimiento, es obra de los huasamoteros más que de los huicholes. El camino wixárika va paralelo casi todo el trayecto, pero se entrecruza en tramos con el camino mestizo. Es reconocible el camino mestizo porque hace uso de las abundantes rocas para crear una especie de trazo de piedra, con escaleras esculpidas con herramientas rudimentarias en las cuestas empinadas, terrazas con muritos de contención en los pasos difíciles y un mantenimiento de la vegetación. Está hecho, por así decirlo, para perdurar. La gente de Huasamota dice que el camino es más viejo que cualquiera de los pobladores y seguro es así. El camino huichol se dibuja y desdibuja, pero también se mantiene, toda vez que la gente de Huamuchil y la del Puerto de Huamuchil va y viene a Bancos o a Huasamota bajando y subiendo vaquillas. Es un camino seguro en lo que se refiere a caciques, pero se acerca más al cruzar de quienes merodean robando ganado y transportando mercancías que no deben resaltar en ningún caso.
La tercera opción, la más dificultosa, la que más peligros entraña, es el camino de La Torrecilla, que conecta más directamente a los wixárika con su comunidad original, su ancestral referencia espiritual, sitio donde se realiza la fiesta, reivindicación común en términos agrario-políticos: San Andrés Cohamiata, una de las cuatro importantes comunidades huicholas, en Jalisco. El camino de La Torrecilla rompe definitivamente los cercos mestizos y lleva en pocas horas a las veredas que bajan a San Andrés, Tierra Blanca e incluso San Miguel Huaixtita, pero tiene pasos muy arriesgados. El más azaroso es La Torrecilla en sí, referencia que da nombre al camino por ser el sitio más temido. Es un paso pegado a la pared de riscos despojados de vegetación, a más de trescientos metros del siguiente nivel del suelo, muy angosto, con piso resbaloso y una pendiente que aumenta la dificultad. Sólo los huicholes se aventuran por esos lares, lo que hace este trayecto ideal para evitar encuentros desafortunados, pero la muerte ronda.
Tres días antes de nuestra primera visita a Bancos, un viejo había resbalado o tropezado en La Torrecilla y su cuerpo había caído al vacío para quedar atrapado entre dos grandes rocas a más de ciento cincuenta metros por encima de la comunidad, sin acceso directo desde abajo ni desde arriba. Fue muy duro para la gente de Bancos saber que el cuerpo se mantenía insepulto, al acoso de las aves de rapiña que se encargaron de descarnar el cadáver en los días que estuvo ahí, sin que nadie se pudiera subir o bajar por más ganas que tuvieran de recogerlo. Las ceremonias para alojar al espíritu del señor como se debe entre los huicholes no podían cumplirse, y era triste saberlo ahí, como una figura huidiza. Finalmente, su cuñado, otro viejo de casi noventa años como el desafortunado viajero, después de reclamar a todos los parientes "su falta de huevos" (siendo que "él habría ido por ustedes, carajos"), remontó, ayudado por sus hijos, el camino a La Torrecilla y desde ahí realizó el salvamento del cuerpo, a saber cómo.
El camino como trabajo
Caminar entre Huasamota y Bancos de San Hipólito guiados por Rigo Arellano de ida y por los wixáritari de regreso fue descubrir todos los vestigios de una cultura trashumante implícita en las maneras de designar los parajes y los mismos caminos. Así, una patilla es el sendero que va pegado al risco y que tiene el voladero a un lado, mientras que la ceja es la ruta que remonta tangencialmente el macizo internándose un poco en la parte superior de los cerros. Un puerto es la meseta, pequeña, que queda entre dos macizos rocosos; los puertos pueden ser verdaderos enclaves de vegetación, remansos escondidos de flores gigantes y árboles extraños. Los puertos pueden ser también ventanas, desde donde se divisa el resto de las crestas, que siguen sin fin hasta el horizonte y desde donde el camino se mira en perspectiva. Sin embargo, hay ventanas que sólo son huecos entre las rocas y que no conforman un puerto en sí.
Para quienes ejercen el camino como parte de la vida cotidiana, caminar es un trabajo. Y en el trabajo se reflexiona con los otros, se da sentido a lo que se vive relacionando historias con canciones, una rama baja con lo sucedido a don Rogaciano, una roca de dibujos extraños con la vez que cayó un rayo, un resbalón con la manera apropiada de pisar, un macizo boscoso con una lumbrada entre vaqueros, y de ahí a las referencias a la andanza, los amores que quedaron, los hechos de valentía y las sombras del alma y consejas. Caminar es lo contrario a verlo todo como paisaje, porque uno se interna cuidando cada paso, cada guijarro, y en cada paraje uno recorre una vez más lo que permanece de años y lo vuelve a formar. Es decir, del camino no se sirve uno, no es una comodidad, es experiencia acumulada y nueva que se ejerce y se revivifica. Y nuestra atención tiende a estar en varios planos a la vez: el piso, su rugosidad o lisura, los obstáculos y vericuetos, los diseños que llaman nuestra vista, el modo de andar, trepando o descendiendo, el brinco preciso, la respiración pertinente, el animal que cruza, el vado correcto en un arroyo, el mejor sitio para defecar, para cubrirse del viento, para acampar en la noche, el mismo ritmo del paso. Hay entre los huicholes un dicho que resume esta idea del ritmo: es mejor el hombre que anuncia bien su paso al echar a andar. El hombre que anuncia un paso y después se cansa no merece confianza.
Para los huicholes y seguro para todos los conglomerados humanos atados a la tierra, sobre todo entre quienes habitan sierras, desiertos, bosques y selvas, caminar es un concentrado de vivir y entraña los mismos asegunes. Entonces la relación de uno con el todo es total y uno es parte de eso que se mueve reciclando la noche y el día.
El guía, por ejemplo, era muy pendiente de los sonidos, y de su localización. Tenía una sensibilidad especial para ubicar su distancia y su posición y para identificar qué lo había producido. Para él, los ojos, los oídos, las manos y las piernas tenían que ponerse de acuerdo para avanzar por un territorio donde cada sitio, objeto y recorrido implica decisiones automáticas, que no obedecen a lo ya aprendido del sitio, sino a una actitud continua de deslinde y decisión. Esto no es una vicisitud en la vida sino vivir.
Y también está por supuesto el camino en sí mismo. No el sendero o el corredor al lado del voladero, sino el internarse en la sierra por una zona particular. El camino a Huamuchil es difícil, pero tiene todo el tiempo connotaciones humanas. El camino que cruza Las Guitarras y Brasiles, nombres de parajes que signan historias pendientes de contar, pero que en la memoria colectiva siguen manteniendo un tramado de sentidos y referencias, es también un encuentro con el misterio. Un misterio que no hay por qué explicar pero que pueden compartir los que transitan esas vertientes de la sierra. Quizá con el viaje interior que se dispara con el andar, el viajero se hace sensible a las emanaciones de parajes y sitios y, así, recorrer esas pendientes cruzando puertos, vallecitos, cejas y patillas lo hace a uno cruzar zonas donde todo, hasta la atmósfera, es rosa o verde, marrón o casi negro de la grisura. Puertos de flores amarillas más altas que un jinete o ámbitos de luz dorada, cobre o plata. Zonas en las que uno quisiera permanecer para siempre, tal es la limpidez del aire, la sensación de paz interior que conllevan, la respiración pausada que provoca el paso por entre los encinos y los robles. Pero hay otras que disparan miedo y aprensión, angustia y hasta vómito (y que no tienen la asociación fácil de colores en que la zona negra sería la que más aprensiones provocara). Una de las más difíciles, por ejemplo, fue ese puerto con flores amarillas que parecía encantador a la distancia y que, ya en medio, hizo a varios de los jinetes revolverse en la silla. Pero son sensaciones que desaparecen al trasponer el umbral de la influencia, el quicio de una grieta hacia uno mismo en la que pesa nuestra emocionalidad o nuestra aprensión. Pero que no dura ni dos segundos más allá de los límites inmateriales de ese ámbito y da paso a una zona de gozo profundo, descanso de la mirada y energía para seguir caminando. Es en estas zonas donde los wixárika tienden a buscar descanso cuando éste es necesario. Ni una sola vez se propuso un descanso en alguna de las zonas de sensación desagradable.
De regreso a Huasamota por Brasiles, el viaje se prolongó hasta las tres de la madrugada. Al divisarse Huasamota más allá del río y de las milpas aledañas, los wixárika tomaron tres precauciones que remiten de nuevo a las maneras de los viajeros de tiempo inmemorial: primero, los jinetes bajaron por el camino mestizo hasta un playón del río en las orillas del pueblo, mientras el grupo de caminantes se internó en el sendero huichol; ahí buscaron leña y cuidaron de lejos a los jinetes; como tercera precaución, se instaló en ese playón un campamento con lumbrada y cobijas, y enfáticamente insistieron los wixárika en no entrar al pueblo a esas horas porque los modos del viajero dictan no hacerlo so pena de ser considerados bandoleros y presa de los perros, sueltos, de los vecinos. Si son buenas personas, reza la conseja, se muestran a la orilla de la primera casa y permanecen ahí, para que con la luz del alba se les dé la bienvenida amistosa que todo viajero honesto merece. Y así lo hicieron los huasamoteros, que llegaron a ofrecer por la mañana un poco de caña, panes, raspadura de piloncillo y hasta café. Modos al fin que debieron ser usuales en muchas partes del mundo allá por la Edad Media y que siguen vigentes en la sierra de Durango.
Más cerca, en nuestros días, lo que se trasmina es el hecho de que la supercarretera tendida hacia el futuro distante de un destino menosprecia el recorrido en aras de un objetivo dizque concreto. En cambio, para los wixárika y para otros pueblos y personas inmersas en la lógica rural, el recorrido es tan importante como el arribo, y en lugar de la carretera pavimentada, la lógica barre el territorio incursionando en las veredas que se bifurcan, los trazos que se cruzan, relacionando, discerniendo, abrazando el recorrido para retornar a uno mismo, sea cual sea la cosmovisión que se tenga, porque el viaje así nos predispone a la atención a tiempos dispares, a sutilezas del espacio en el que indisolublemente nos movemos, y en el que todo lo que hacemos vale por sí mismo y no sólo por llegar a algún lado.
El cuidado del mundo
Los wixáritari tienen sus ideas particulares, que a veces los extraños no entienden fácilmente. Quizá por eso Maria Stenzel, una agradable y lúcida fotógrafa de National Geographic, que recorrió la zona de Bancos, se sorprendió tanto cuando estando en una asamblea preguntó: "Y ¿quiénes son o dónde están los hombres sabios de Bancos?", y alguien le respondió: "Ve usted a esos señores que no se pusieron al frente, ni traen ropas de gala, ni han hablado casi nada, ese que ni sombrero trae? Son los ancianos de aquí. Muchos caminan días de una ranchería a otra, porque andan cuidando el mundo".
Ese cuidado lo cubre todo. Meterio, por ejemplo, uno de los marakate más entrañables y reconocidos en toda la Huichola, trae desde hace ya unos años la idea, basada en un sueño que tuvo, de que tiene que ir a Roma porque ahí se encuentra el verdadero San Andrés.
Hace unos años, la imagen de madera del santo, que permaneció mucho tiempo en Tateikie (San Andrés Cohamiata), sucumbió en un incendio. Las autoridades, como es debido, repusieron la imagen con una nueva. Pero Meterio soñó que ésa no era la verdadera y que el auténtico San Andrés se hallaba en el interior de un árbol allá donde nació Cristo. Dicen que su descripción del sitio es visualmente bastante precisa un árbol en unas colinas que contiene a San Andrés, no como si estuviera preso, sino conformándolo. Bastaría devastarlo para que naturalmente la imagen fuera tomando cuerpo. Hay quien le señaló que por la descripción del sitio, y por aquello de que sería encontrado en el lugar donde nació Cristo, el sitio no era Roma, sino Israel. Otros insisten que, si dijo Roma, se vaya a Roma. Como alguien le dijera que no le dejarían cortar el árbol, Meterio respondió con bastante aplomo que bastaría con hacer una ceremonia para recuperar la esencia del santo y que después encargaría especialmente una figura de San Andrés para imbuirla del espíritu.
Seguramente muchos disentirán profundamente de esta discusión en torno al sueño de un anciano. Pero para la tradición extendida y milenaria de las personas que buscan multiplicar los sentidos de la vida y la historia, el sentirse responsables no culpables sigue siendo motor de sutilezas y atisbos. El impulso de Meterio implica un acto de responsabilidad, si se quiere de bondad, pero sobre todo de búsqueda ansiosa por hallar un orden y que éste corresponda con los tiempos y la experiencia. No importa en lo absoluto que desde acá haya quien juzgue su acción como inútil. Lo que Meterio reinaugura con su acto es una actitud para los otros, para el resto de su comunidad y, si se puede, de todos los que caigan dentro de sus sueños, sus reflexiones y sus impulsos amorosos. Por eso buscar a San Andrés puede ser un acto para todos, así en genérico. Y eso tendremos que valorarlo y valorarlo si le apostamos a contribuir a los sentidos de la existencia y a no imponer órdenes, sino buscar los órdenes que perentoriamente se organizan en los fenómenos de la existencia. Ese sentido especial de responsabilidad insiste Elías Canetti, esa búsqueda y cuidado de la capacidad de metamorfosis humana, es uno de los regalos más importantes que nos vienen de lo remoto, y no habría que perderla; los relatos y cualquiera de las formas de buscar los milagros y transfiguraciones que pueblan los días son expresiones de ese compromiso extraño que hizo escribir a uno de los muertos de la Segunda Guerra Mundial cuyo diario se halló entre las ruinas de Berlín: "Si hubiera sido en verdad escritor, habría impedido la guerra". Algo que por supuesto no puede ser cierto, apunta Canetti, pero que eleva a personas como ese escritor a buscar afanosamente salidas al misterio que nos circunda, a crear sentido. Los pueblos indios parecen haber encontrado algo más: el saber siempre es colectivo.
Fue Meterio el marakame quien dijo alguna vez: "Sólo entre todos sabemos todo".
Un buen vivir
Los wixárika son muy afectos a encontrar en el camino cosas de comer, porque su cultura recolectora aún los lleva a vivir del bosque, que tiene semillas, vainas, frutos, cortezas, hierbas y matorrales comestibles y curativos. Una de las grandes sorpresas para los asépticos urbanos es descubrir que aprecian mucho el agua de algunas pozas rezumantes de hojas y aparente podredumbre, porque para ellos ésa es el agua más rica en sustancias vitales. Un verdadero té de hojas de monte que pocos citadinos se atreverían a consumir.
Se piensa también que los pueblos que no tienen acceso a los adelantos técnicos contemporáneos necesariamente viven mal, pasando hambre y sumidos en la ignorancia. La versión actual de este racismo desacredita cualquier descubrimiento de buen vivir entre los pueblos indígenas aludiendo siempre a la frase "no hay que idealizarlos", o "por supuesto tienen muchos saberes, pero les faltan las condiciones materiales para ejercerlos", o la más contundente: "en los pueblos y comunidades siempre habrá violencia y opresión por parte de los propios indígenas; nadie querría vivir en una comunidad; lo que pasa es que a ellos no les queda otra, porque no han producido una cultura eficiente".
En Bancos de San Hipólito la gente sabe vivir. Esto no significa que no tengan privaciones ni que su situación no deba cambiar. Pero algunos de sus habitantes aprovechan de una manera sorprendente los escasos recursos con los que cuentan. Por ejemplo, un señor distribuyó el espacio de su casa de forma armónica y hasta ecológica. Dividió su terreno en tres partes paralelas, la central unos setenta centímetros más alta que las dos restantes. En ésta tiene su casa, como muchas casas huicholas, dividida también en varias construcciones. El fogón es una de ellas, y el resto de la cocina está al aire libre, bajo un cobertizo con techo de palma. Los cuartos para dormir tienen también techo de palma y un piso elevado que forma una especie de palafito en tierra, para evitar que trepen alimañas. Son sumamente frescos y acogedores. Otro cobertizo más a ras del suelo sirve para alojar huéspedes y viajeros: está a ras de piso que para alojar a todos los que quepan. En la parte izquierda puso a sus animales, que no pueden trepar el desnivel. En la parte derecha, puso una huerta cuyo suelo alimenta con una especie de composta con residuos orgánicos.
Aparte de algunas delicias propias de la región como la sopa de nopales, que también consumen los mestizos, las mujeres wixárika preparan un atole especialmente pensado para reanimar a los cansados a base de maíz plagado con huitlacoche, conocido como chinari y que tonifica el estómago y da energía.
Está claro que vivir bien no conlleva necesariamente ninguno de los indicadores de calidad de vida tan publicitados desde la UNESCO, ni desde el Banco Mundial. Por supuesto son importantes y nadie debe vivir en condiciones "inhumanas". Pero ¿qué son las condiciones humanas? Los huicholes son campesinos pobres y no cuentan con drenaje ni letrinas, por ejemplo, pero su idea del mundo, su modo de convivir y gozar lo que hacen los hace vivir extraordinariamente bien, porque la intensidad de su camino y de sus relaciones, su manera de enfrentar lo que llega, no pueden medirse. Como diría Eugenio Bermejillo: "No puede medirse el buen vivir en número de litros de champagne ingeridos, o en veces que uno visitó la playa para rascarse la panza; uno lo mide en intensidad de lo que uno vive, en la búsqueda de la utopía, aunque ésta no sea posible". En su territorio, los wixáritari siguen persiguiendo la utopía, y ésta pasa por compartir, por tenerse, por cuidarse entre sí, que ya es mucho. Pero ¿qué no hay violencia ni malos tratos entre los huicholes? Sí, también. Pero la idea del respeto sigue vigente y hay quienes la esparcen con mucha fe en la confianza, en las transformaciones, en lo humano, pues.
Satélites
Alrededor de la Tierra giran por lo menos veinticuatro satélites. Cada uno es como un reloj que da solamente la hora que le asignaron por donde quiera que pasa. Como no hay modo de que su recorrido sea discontinuo, el reloj coteja toda la serie de horas y puede ubicar en "tiempo real" un punto geográfico. Tiempo real significa que no se vale de los usos horarios, ésos sí discretos de hora en hora, sino que da la ubicación exacta a los nanosegundos. Sus constructores, la inteligencia militar estadounidense, se reservan el derecho de imponer un factor de conversión a los sistemas para que no haya a quien se le ocurra utilizarlos para bombardear un sitio, salvo ellos. Este pequeño retraso es suficiente para garantizarles seguridad aérea.
Estos satélites tienen varias utilidades pacíficas. Permiten medir perímetros, establecer geometrías y trazar mapas muy precisos.
El conflicto de tierras en la sierra ha orillado a los huicholes a medir su territorio muchas veces. Las coordenadas exactas y antiguas, unos trazos estampados con hierros de marcar ganado en las mojoneras, o las ofrendas que ubican peñas y cerros como puntos sagrados, les han permitido trazar y retrazar el mapa de su ámbito de convivencia y continuidad. Hace un año los huicholes y sus asesores les solicitaron a algunos ingenieros del Iteso de Guadalajara que les hicieran un trazado de varios perímetros, cruciales para las demandas agrarias que han interpuesto por las invasiones que les han quitado miles de hectáreas de su territorio.
Los huicholes se encantaron con el hallazgo de la tecnología espacial que estos ingenieros les ofrecieron. Así, el día de la medición, se encaminan a varios cerros sagrados. Van cargados de ofrendas, tortillas, agua y unos aparatos. Quien no entiende piensa que miran el paisaje, cuando en realidad se están reconociendo. En el círculo de piedras que contiene restos de las ofrendas nuevas está la mojonera que marca uno de los ángulos cruciales para la medición. Se revisa la marca de los hierros de la comunidad: ahí está, basta sólo limpiarle la tierra para que sus rastros muestren los signos. Con algo de ceremonia, montan el tripié y luego el plato que captará el paso de los satélites. Se conectan unos cables a la computadora portátil y pronto está lista la señal que les permitirá triangular y anotar su posición exacta. Es tan natural eso de las estrellas y el espacio que el salto de la tradición a la tecnología de punta pasa por algunas explicaciones breves y ya.
Con un pie en el pasado ancestral y otro que defiende su derecho a ser actuales sin perderse en el caldo de cultivo de la modernidad, entre el mito y la conciencia histórica, los wixáritari están decididos a no dejarse.
La defensa de su territorio
Es cierto que nadie puede hacer más de lo que los dioses nos permiten hacer en este mundo. Es cierto que nosotros los huicholes nada más trabajamos por vivir una vida muy limitada... pero cada quien debe aspirar al progreso y a la justicia... Hay que tener un pensamiento, un sentimiento moral y luchar por lo que los dioses nos dieron desde el comienzo del mundo. Eso está escrito en plumas y piedras... sólo la lucha puede cambiar nuestra vida.
Pedro de Haro a Fernando Benítez,
Los indios de México, volumen II
Mesa del Tirador
30 de julio de 1997. Más de 2 mil comuneros wixáritari pertenecientes a Tateikie, Tuapurie y Wuatua (San Andrés Cohamiata, Santa Catarina Cuexcomatitlán y San Sebastián Teponahuaxtlán, como se les conoce en la geografía mestiza), más el anexo de San Sebastián, Tuxpam, se reunieron en asamblea permanente en Mesa del Tirador en Tuxpam, municipio de Bolaños, para exigir del gobierno federal y del gobierno de Jalisco medidas claras y acciones decididas para resolver el agudo problema agrario.1 Emprendían así una amplia movilización en defensa abierta de la integridad de su territorio ancestral.
No surgió de la nada. Ya el 8 de mayo habían emprendido negociaciones con el gobierno de Jalisco y suponían que con el de Nayarit. Los comuneros de Tuxpam y San Sebastián no tenían dónde sembrar y era urgente habilitar unos terrenos de Mesa del Tirador que estaban en litigio con los ganaderos nayaritas (véase Mapa 2). El 13 de mayo y ante una asamblea, se logró un compromiso de la Procuraduría Agraria a nivel federal en el que se acordó que el 20 del mismo mes se realizaría una reunión para analizar caso por caso y las propuestas y responsabilidades del gobierno. Fue mucho el trabajo de las comunidades para recabar todos los datos pertinentes para defender su alegato. Una de las propuestas huicholas era abrir una negociación campesino a campesino, que no fuera en paquete, porque ya antes se habían intentado arreglos con grupos de posesionarios, algunos dispuestos a negociar, pero que finalmente no habían prosperado, pues desde el palacio de gobierno de Nayarit había llegado una negativa por todos los posesionarios.2
Entre el 20 de mayo y mediados de junio, las autoridades de San Sebastián y Tuxpam se reunieron varias veces con los funcionarios de Jalisco. Según los calendarios acordados, el 17 y el 18 de junio se mandaría llamar al primero de cuatro grupos de posesionarios (siete de los cuales se decía podían llegar a un arreglo pronto). A la cita asistió también un funcionario del gobierno de Nayarit, Jaime Sánchez, y Rogelio Ábrego, que dijo ser el representante y se arrogó la responsabilidad pidiendo un plazo para pensarlo.
Se planteó una nueva reunión para el 3 y 4 de julio, pero nadie se presentó a dialogar con los huicholes. El aviso a la Asociación Jalisciense de Apoyo a Grupos Indígenas (instancia independiente avalada plenamente por las comunidades huicholas como su asesora legal) llegó vía la Procuraduría Agraria de México apenas un día antes. Los wixáritari habían viajado, esperaron y se regresaron. Después se enteraron que se había puesto nueva fecha (dónde, cómo se puso esa fecha, eso sí no lo supieron). El 9 de julio se les programaba una nueva reunión, pero el 8 se enteraron que tampoco sucedería; que la nueva reunión ocurriría el 24.
Quizá eso fue lo que derramó el vaso, porque el 18 de julio llegaron a Guadalajara las autoridades agrarias de San Sebastián y Tuxpam a dar aviso que la nueva reunión no sería el 24, sino el 30 de julio y que el sitio sería Mesa del Tirador. Citaron ahí al director de Conciliación y Arbitraje de la Procuraduría Agraria y a otros funcionarios. Estaban muy molestos.
Paralelamente, el 24 de julio, algunos huicholes, éstos de San Andrés Cohamiata, encontraron a los de Santa Rosa del Nayar marcando pinos. El 25 regresaron al sitio y estuvieron observando los movimientos de los santarroseros. Eran unos cien y varios ingenieros; parecían estar deslindando. El 26 de julio, unos 260 comuneros de San Andrés rodearon a los de Santa Rosa y les dijeron que se fueran o serían consignados a las autoridades. Los de Santa Rosa sacaron los machetes. Después de varios amagos y gracias a que los huicholes no respondieron a la provocación, el incidente no pasó de un cruce de machetes y un machete decomisado. Lo peor es que había un compromiso firmado por parte de los de Santa Rosa de no intentar predar la madera de San Andrés (lo que habían intentado un año antes); pero, como se supo, los de Santa Rosa estaban apalabrados con Productos Forestales de Durango para explotar bosques pertenecientes a San Andrés. Tenían en sus manos un adelanto de 360 mil pesos.
Estas dos contrariedades hicieron que los huicholes buscaran nuevos lazos entre las cuatro comunidades y todos asumieron el compromiso frontal de defender el territorio huichol. No era una movilización ideológica, sino una sentida exigencia no sólo de las comunidades sino de sus autoridades tradicionales, que en estas reivindicaciones se involucraron por completo.
El plantón-ultimátum de Mesa del Tirador unió a las cuatro comunidades huicholas para decir no al tortuguismo burocrático y a la irresponsabilidad administrativa que, como se sabe, alimentan la impunidad de caciques y ganaderos mestizos, los cuales recurren entonces a la violencia para dirimir asuntos que el pueblo wixárika decidió resolver, siempre, por las vías legales y pacíficas a su alcance. Los funcionarios gubernamentales terminaron firmando con las autoridades wixárika un documento que hoy se conoce como Acuerdos de Mesa del Tirador y que, todavía hoy, a varios meses de firmado, sienta las bases de un programa de reivindicaciones y un compromiso gubernamental expreso y abierto a supervisión.
En el comunicado de Mesa del Tirador, emitido el 30 de julio de 1997 por las autoridades agrarias y tradicionales del pueblo wixárika, se hacía alusión directa al problema de las invasiones, pero iban más allá y su reclamo se tornaba fundamental:
Ya no aceptaremos más mentiras, ni menos de lo que nos corresponde; nosotros hemos hablado con títulos que provienen de tiempos de la colonia, con resoluciones presidenciales. Es decir, con documentos que avalan plenamente nuestros derechos; en cambio, quienes nos invaden, han hablado con papeles que se firman entre ellos mismos y que todas las opiniones legales han desautorizado. A pesar de esto, el gobierno los ha solapado durante más de cuarenta años y ellos han pisado nuestra dignidad confiados en la impunidad que les ofrecen sus amigos poderosos. No estamos dispuestos a seguir con esto, ya basta.
[...] Cuando nos hemos ido por la vía legal y hemos iniciado juicios y los hemos ganado, como en el caso del ejido El Refugio contra San Andrés Cohamiata, nuestros hermanos de San Andrés ganaron y ¿qué ha pasado? Nada, fueron años de ir y venir al Tribunal, de gastos de dinero del que carecemos, ¿para qué?, para que ni aun con los juicios ganados definitivamente, cosa juzgada como dicen los jueces, nos cumplan, ¿a dónde nos están empujando?
El realeo
16 de agosto de 1997. Más de mil comuneros wixáritari de las cuatro comunidades huicholas de Jalisco realizaron un realeo que duró tres días en terrenos que el Tribunal Agrario de Zacatecas reconoció hace dos años y medio como parte del territorio huichol de San Andrés, y que diversos invasores ganaderos de El Refugio violaron desde entonces.
El realeo consistió en rastrear, perseguir, lazar y reunir a todo el ganado que cruzó ilegalmente los límites dispuestos por la ejecución agraria del 23 de febrero de 1995, en la cual se dictaminó a favor de los comuneros tateikietari la posesión de 1 700 hectáreas que por años estuvieron en litigio con el ejido mestizo El Refugio. El 10 de agosto cansados de la reiterada invasión de ganado de El Refugio en Zacatecas y San Juan Peyotán en Nayarit, la rotura de postería y de alambres y los daños en sus cosechas, los huicholes presentaron las formalidades y notificaciones correspondientes ante las autoridades de Jalisco y, amparados en la ley agraria (y con la presencia de efectivos de la Policía de Seguridad Pública del estado), iniciaron la búsqueda de vacas, toros, caballos y uno que otro burro, identificaron los hierros de marca y reunieron a todo el ganado (en total 197 cabezas) en el corral de San Andrés Cohamiata. Ahí lo pusieron a disposición de los dueños, previo pago de una multa más cargos por los daños ocasionados y la firma de un convenio compromiso de no cruzar de nueva cuenta los límites fijados por la ejecución agraria de 1995.
El miércoles 13, el corral de San Andrés Cohamiata, cercano a una de las barrancas que circundan la comunidad, se hallaba ya repleto de ganado. Los relinchos y los mugidos subrayaban el rumor de una multitud de comuneros extrañados de ver llegar a muchos de los mestizos de El Refugio, por primera vez, a la Casa de la Madre o Tateikie como le conocen, a pagarles a ellos por los daños. La gente se juntaba en pequeños grupos para comentar, mientras consumían pepitas, fruta y refrescos que varios vendían entre el público. Unos permanecían sentados junto a los árboles, otros de pie pendientes de algún garañón que buscaba montar una yegua, todos atentos a los lazos de los vaqueros que separaban el ganado de quien se acercaba a pagar su cuota para llevárselo de regreso. Las camionetas se llenaban de cebúes y vaquillas. Por momentos, algún grupo de potros intentaba salir en estampida. Lloviznaba sin que a nadie pareciera importarle. Los altoparlantes apostados en un vehículo aledaño a las cercas resonaban la metálica voz del comisariado de Bienes Comunales, Ernesto Hernández de la Cruz que, con acentos huicholes, anunció tajante en castellano: "El compromiso que tienen que firmar para que les devolvamos su ganado deja claro que el pagador se compromete a no volver a introducir su ganado, ni dañar ningún cerco de nuestro territorio. De lo contrario se considerará sancionarlos con el doble o triple de la cantidad ahora pagada". El pago de la multa se fijó en 250 pesos por cabeza de ganado, o una cantidad global que incluía los daños a las cercas y cosechas, cerrada en 15 mil pesos. Estas cantidades estuvieron avaladas por las autoridades jaliscienses.
Un comunero tateikietari (de San Andrés Cohamiata) comentaba ufano: "Desde el plantón de Mesa del Tirador hace unos días, la gente se da cuenta que está más reconocida. No va a ser tan fácil que haya quien meta su ganado a nuestros terrenos. O nos respetan o tendrán que pagar. Si hubiéramos empujado más, hasta 300 pesos les sacamos por cabeza de ganado, y les habríamos rebajado un poco por firmar el convenio de no invadirnos sin hacerse los remolones. No se nos vaya a ocurrir comenzarles a cobrar por todos los años que metieron sus vacas: nos quedarían debiendo quién sabe qué tantos miles de pesos".
El 16 de agosto terminaba el plazo para que los dueños del ganado pasaran a recogerlo y a pagar sus adeudos (al final quedaron alrededor de 12 cabezas de ganado sin reclamar, principalmente de los mestizos de San Juan Peyotán, con quienes en el pasado los wixáritari han tenido un sinfín de problemas). El realeo sentó dos precedentes: que fue suscrito por las autoridades de Jalisco y que significó un pago por daños que los ejidatarios de El Refugio tuvieron que asumir. Es la primera vez, quizá en el país, que un pueblo indígena logra hacerles pagar a los invasores mestizos por los daños ocasionados, con el aval de las autoridades, es decir, por la vía legal (véase Mapa 3).
Durante el realeo de San Andrés, las autoridades huicholas emitieron un segundo comunicado dirigido a La Voz de los Cuatro Pueblos, radiodifusora que transmite desde Jesús María, Nayarit, a los rincones de las sierras Cora y Huichola, e hicieron algunas observaciones y aclaraciones entre las que destacan:
[...] En el caso de San Andrés, tenemos la situación que, aunque ya le ganamos completamente un juicio al ejido El Refugio, y aun así, no nos quieren respetar. Han trozado nuestros alambres y posterías, y siguen metiendo su ganado a nuestros terrenos. Esto ya no lo permitiremos [...] escuchando las noticias se dice que los huicholes sacamos veinticinco familias, lo cual es mentira. Hicimos un realeo autorizado oficialmente los días 10 y 11 del presente mes y sólo ganado desalojamos de nuestras tierras.
Además de insistir en que les asiste el derecho para desalojar el ganado del territorio wixárika, y reiterar los motivos para llevar a cabo el plantón de Mesa del Tirador, enfatizaron también sus razones para exigir el cumplimiento de los Acuerdos de San Andrés, "traducidos como propuesta de reformas constitucionales por la Comisión de Concordia y Pacificación", cuestión ya planteada en su comunicado del 30 de julio y que ahora resaltan diciendo:
En Mesa del Tirador siguió por casi tres semanas plantada una representación de las cuatro comunidades para dar seguimiento al cumplimiento escalonado de acuerdos por parte de los gobiernos federal y de Jalisco.
Cuentan que uno de esos días los de Puente de Camotlán se toparon en el camino con un huichol solo. Como iban a caballo intentaron lazarlo y lo persiguieron, atisbados de lejos por un comando de la policía jalisciense. Cuando le tendieron el lazo y ya muy cerca de los jinetes, el hombre, aun con los brazos rodeados, logró aventarle su machete al caballo más próximo, con tal tino que se lo clavó en el corazón. El caballo se desplomó y el huichol pudo librarse. La policía vio que lo iban a lazar de nuevo, y entonces intervino disparando sobre otro de los caballos. El huichol, por fin, escapó.
Una espinosa flor
Para los wixáritari, cuya tarea expresada es cuidar el mundo, defender su territorio es un paso natural en este cuidado. Su mundo es ese territorio en donde cruzan la vida con experiencia compartida y no sólo tierra, porque sobre todo es casa, es ámbito de reformulación y metamorfosis continua. Por eso se horrorizaron en septiembre de 1996 cuando, quizá por un malentendido o por ver las acciones del gobierno federal muy decididas, parecía existir la posibilidad de que unilateralmente se declarara Reserva de la Biosfera buena parte de su territorio.
En ese entonces enviaron3 una carta al presidente Zedillo en la que le decían:
La paz es la hermosa flor que el pueblo wixárika ha cultivado desde los antiguos tiempos. Con esa flor que es la paz pedimos que se detenga la propuesta y los presupuestos económicos para la Reserva de la Biosfera. Con la flor de la paz pedimos no vuelvan a utilizar el sello de nuestra organización para gestionar a nuestro nombre ningún proyecto. Con la flor de la paz pedimos nuevamente que nos devuelvan nuestras tierras, que no nos impongan leyes forestales que nos obliguen a dañar nuestros bosques, que nos dejen decidir. Con la flor por siempre pedimos respeto. Somos cultivadores, cantamos y rezamos por la vida. Ése es nuestro cargo, señor presidente, sembrar, agradecer, pedir vida y salud para todos los seres vivos del mundo. Si el suyo es velar por los derechos de todos los mexicanos, le pedimos justicia. Lo saludamos nuevamente. Panpariyutsi, gracias.
Su propuesta consiste en declarar nuestra casa como Reserva de la Biosfera y patrimonio mundial de la humanidad. Se oye bonita la propuesta pero para llegar a ella se han gastado más de 3 millones de pesos en el llamado Estudio del Manejo Integral de los Recursos Naturales (EMIRN) cuyos resultados, documentos y mapas a pesar de pertenecernos no los tenemos ni hemos visto sus frutos. Han utilizado el EMIRN como si fuera de su propiedad y autoría para usos que nos afectan directamente y que no nos son consultados [...] queremos ser nosotros los que bajo nuestras propias formas culturales establezcamos las maneras de proteger y conservar nuestro hábitat y territorio sagrado.
Sí, inquieta esa flor espinosa que es la paz. Los wixárika les están mostrando a todos el valor del respeto, que a veces asume una mordacidad, como buen respeto no pusilánime. Ése es su cuidado del mundo, cuando se ponen de colectivos, que se les da. Lo directo de su discurso lo han usado ya antes cuando corrieron a los franciscanos que construyeron un templo católico en terrenos comunales, sin consultarles y sin respetar las mínimas sutilezas, si se considera que construir una iglesia con forma de templo huichol es ya un agravante para quienes no profesan siquiera la religión católica que los franciscanos intentaron imponerles hasta en la escuela.
Por eso es muy interesante difundir el informe detallado que la Asociación Jalisciense de Apoyo a Grupos Indígenas (AJAGI) preparó en defensa de los huicholes, a quienes una opinión pública poco informada tildó de intransigentes religiosos al estilo chamula, sin prueba alguna y sin querer entender las profundas definiciones que se jugaban. AJAGI ha acompañado el proceso del pueblo wixárika de manera respetuosa y avalada plenamente por la comunidad. En el informe se lee:
Este síntoma anuncia que se ha llegado a uno de los límites de la relación entre los pueblos indios y el resto de la sociedad. Si en el resto del país toman fuerza las demandas de autonomía, entre los huicholes esta demanda quizá aún no formulada de manera concreta contiene una de sus justificaciones menos contempladas: la reivindicación de los lazos míticos cargados de sentido que otorgan a este conglomerado referencias concretas de existencia y equilibrio.
Los huicholes, como el resto de los pueblos indios del país, han fortalecido en años recientes su presencia, su organización y sus reivindicaciones. Quizá más que para otros pueblos indios, la más fundamental demanda wixárika es la recuperación de su territorio. Esto se ha traducido en demandas agrarias que se llevan a efecto desde hace muchos años pero que a últimas fechas lograron ya dos resoluciones favorables a ellos, oponiéndose a sus vecinos mestizos. Sin embargo, para el pueblo wixárika el territorio es algo más que lo geográfico o lo agrario, o el control de sus recursos naturales. Para ellos es el espacio donde se despliegan sus lazos con lo sagrado y a partir de lo sagrado adquieren forma sus relaciones con el entorno.
Tanta fuerza tiene la tradición entre los huicholes que a últimas fechas comienza un proceso concreto por establecer un centro de educación que responda con contenidos pertinentes a sus condiciones y que contenga elementos centrales a la repercusión de su cultura.
En este contexto, la labor de los franciscanos es vista por la mayoría de los huicholes como una labor que, si bien ha establecido un trabajo pastoral sacramental, poco ha trabajado en aras de una pastoral social, es decir, los franciscanos han tomado a los huicholes como objeto de evangelización y no como sujetos de su propia historia.
Esto es causa de resentimiento en la comunidad, pues durante cuarenta años ha intentado lidiar con lo que considera transgresiones a su cultura, a su forma de ver el mundo, y no les ayuda a remontar las desigualdades a las que están sujetos.
Durante el conflicto actual, resaltan dos hechos que dispararon la reacción airada de las autoridades y comuneros huicholes. La primera es la construcción de un templo católico en forma de templo tradicional huichol. Esto les parece una afrenta a su visión de lo sagrado. Por si fuera poco, el templo se comenzó a instalar en terrenos comunales que de facto le fueron arrebatados a la comunidad.
Es interesante resaltar aquí un pasaje del diagnóstico que hace el Instituto Nacional Indigenista con respecto a este particular: "la permanencia de los franciscanos en las comunidades huicholas no crea derechos de propiedad sobre las tierras en las que se encuentran las instalaciones, en este sentido la misión franciscana debe respetar tanto los derechos territoriales como los culturales que asisten a los huicholes procurando no contravenir las decisiones que por asamblea de la comunidad hayan sido aprobadas. A este efecto hay que enfatizar que la salida o permanencia de dicha misión deberá estar sujeta a los procedimientos legales, tomando en cuenta la opinión de todas las partes".
El otro elemento del conflicto es la educación. Si los huicholes han estado pugnando por una secundaria que refleje los intereses y elementos propios y que la comunidad impulsa en cooperación con expertos en educación participativa, en cambio la dirección de Educación Indígena en Jalisco, que debía ser afín a estos intentos, ha delegado en los franciscanos la instalación de telesecundarias que a fin de cuentas no alteran mínimamente la idea convencional de la educación bilingüe que se otorga a las comunidades y no ayuda a los wixárika a asumir sus propios procesos y contraviene los principios educativos consagrados en la Constitución.
Estos dos aspectos conforman el centro del conflicto, que desde afuera aparece en los medios de comunicación como un problema de intolerancia hacia los católicos.
Si analizamos un poco la situación nos daremos cuenta que quienes esgrimen este argumento no consideran posible que haya conglomerados que no pertenecen a una de las tantas congregaciones cristianas o para el caso judías. Se piensa por racismo, desinformación o desinterés que no existen núcleos de población que reivindican otras formas de religiosidad ancestrales que sólo tangencialmente se conectan con la cosmovisión judeocristiana.
Para los huicholes, cuya tradición religiosa no está tan entreverada con las enseñanzas del cristianismo y el catolicismo que barrieron o enmascararon el conocimiento ancestral de muchos otros pueblos, es lógico que la comunidad sea extremadamente sensible a toda intromisión que rompa con un sistema de vínculos que regulan la vida general de los individuos y los clanes. Las autoridades religiosas huicholas, anclaje de la continuidad de sus tradiciones, siguen teniendo un enorme peso en su vida cotidiana. Entonces, preguntaríamos, intolerancia de quién hacia quién.
Si los huicholes de San Andrés Cohamiata aceptaron la presencia de los franciscanos en la zona por espacio de cuarenta años, eso no significa que aceptaran sus maneras de actuar por el solo hecho de ser religiosos. Tendríamos que arribar entonces a una cultura donde los acuerdos entre las personas estén sujetos a revisión continua y al reconocimiento de que las congregaciones religiosas, en particular las que tienen una enorme estructura política como es el caso de la Iglesia católica, pueden estar sujetas a revisión porque no constituyen más que una autoridad moral y no una autoridad real más que para quienes han decidido pertenecer a estas instituciones.
Es importante entender por qué los huicholes piden centralmente que se revise el papel jugado por los franciscanos en la Sierra Huichola, y por qué se remiten a las decisiones de asamblea. Desde afuera se menosprecia o se trastoca el sentido tan fuerte que tienen para los conglomerados indígenas la asamblea comunitaria o la asamblea de las organizaciones regionales. La asamblea es el espacio conjunto de las voces individuales y no un colectivo amorfo. En ellas, el individuo puede expresar y hacerse oír y como tal influir centralmente en las decisiones. Es el espacio de todos para saberlo todo.4
La construcción colectiva del saber
La frase de Meterio marakame de que sólo entre todos sabemos todo adquiere uno de sus sentidos en esa lucha común que decidieron emprender cuando los funcionarios los veían como producto de consumo internacional y lucimiento de los gobernadores en turno, por lo menos en Nayarit, que les reconoce posibilidades de atracción de ingresos. Pero su sentido más profundo lo adquiere en la asamblea de comuneros. Ése es uno de los espacios no en donde todos deciden, nada más. Se piensa erróneamente que el consenso es una modalidad de la votación que en vez de contar votos secretos o manos alzadas exige un cien por cien de correspondencia. No se piensa entonces que, para los wixárika y para otros pueblos, la asamblea no es el espacio para votar sino para parlamentar en el sentido más lato del término, es decir, para dar su palabra y pensar juntos. El consenso es el producto de la reflexión colectiva, no de la votación "premoderna". Arribar a un consenso es haber armado el rompecabezas que logra una gestalt de las opiniones y experiencias de cada uno de los presentes, no de la masiva aceptación de algún punto ni el ejercicio poco comprometido de la encuesta que se cree decisión. Es confianza, por más que a veces no se entiendan o sepan que alguno se quiere pasar de vivo. Y el modo entonces es directo, sin rodeos, diciendo todo lo que hay que decir no para orillar al rompimiento pero estableciendo el punto sin transigir por pusilanimidad.
Los huicholes asisten a una asamblea no con las formalidades que acostumbran los urbanos sino con modos de fiesta, como si asistieran al teatro. Y tan lo toman así que se acuclillan, se sientan en polines o en el pasto; forman grupos que platican y cuentan anécdotas. Las mujeres entre los wixárika sí participan, y también comentan entre ellas, mientras tejen o bordan, sentadas en grupos femeninos o con sus maridos. Algunos tejen sombreros, pero todos comen mangos, chicharrón de harina con chile, y deciden que los cigarros de cualquiera que se atreva a exhibirlos son propiedad comunal. Parecería dispersión, pero reactúan un modo de convivencia muy del Renacimiento: los sucesos del escenario son el nodo por donde pasa todo lo que hablan; los vaivenes de la representación pueden hacer que alguien del público pida la palabra y participe cambiando el foco. Entonces, los actores en escena quienes llevan la asamblea acotan, platican o asienten. A veces todos parecen caer en un adormilamiento o ver hacia adentro con ojos de pupila dilatada. Unos escupen, otros fuman macuche o tabaco comercial, pero la carga recorre a todos y los jalonea a veces para increpar a alguno de los del escenario que no respondió como el público pensaba.
Donde encarna lo humano
Pensándolo bien, es cierto que uno idealiza lo que observa y siente por lo menos entre los wixáritari. Tanto así que se les mitifica demasiado pensándolos como encarnación de los mitos y visiones del mundo con los que se puebla el imaginario de varias generaciones. El huichol realmente existente es mucho más que eso, por fortuna; pero es verdad que sus referentes son un mundo interior que se expresa en los actos mínimos cotidianos. Sin embargo, somos más solemnes acá en la ciudad. La idea del respeto es irónica y mordaz, directa y desparpajada en la Sierra Huichola. Su inmemorial uso de alucinógenos que los vincula a las culturas más antiguas del mundo y su equilibrio entre modos sedentarios y modos caminantes, entre ser recolectores-cazadores y campesinos dedicados a la siembra, su religión primigenia vigente y su responsabilidad por cuidar el mundo los hacen raro y magnífico ejemplo de la fuerza y lucidez de los pueblos indios de México, y del respeto que exigen al gobierno y a la sociedad en general.
Quizá entonces lo que se idealiza es lo que para los wixárika es ideal también. Lo que persiguen abiertamente, aunque a veces, muchas, no se logre. ¿Tiene un sitio ese ideal en el imaginario mexicano? Ellos piensan que sí. Si fuera de otra forma no increparían a los funcionarios para que rectifiquen y sean más auténticos. Esto puede resumirse en los últimos tres párrafos de su evaluación a la Consulta Gubernamental sobre Derechos y Participación Indígenas, con la que el gobierno intentó achicar los resultados de los Acuerdos de San Andrés Sakamchen. Entre los huicholes dicha consulta ocurrió los días 30 y 31 de enero de 1996, en Nueva Colonia, Mezquitic, Jalisco:
Que nos devuelvan lo que en justicia es nuestro y que nos dejen seguir cuidando nuestra casa de acuerdo con la palabra antigua, la de nuestros padres y abuelos.
Escuchen, sean valientes, acaten la justicia, sólo si seguimos ese camino con nosotros, los indios, con la naturaleza y con todo, podremos decir que tenemos dios, que somos buenos.
Será porque para los huicholes cuidar el mundo no significa disecarlo, porque la idea de la justicia es vigente desde que recuerdan ser pueblo, lo que está en entredicho para ellos es la actitud del estado mexicano, la relación que dicho estado y su gobierno guardan hacia ellos. Un estado que les sigue negando sus derechos, como en la propuesta "para negociar" que la Procuraduría Agraria les hace en relación con los terrenos en disputa en Mesa del Tirador, propuesta en que les ofrece la mitad de la tierra en litigio y dinero para proyectos productivos, cuando que para los huicholes lo que está en juego es la integridad de su territorio. Cuando que saben que aceptar un recorte así fortalecerá la beligerancia de los invasores, que se sentirán apoyados, es decir más impunes. Un estado que pretende negarle el derecho a Bancos de San Hipólito a pertenecer a la comunidad que más le corresponde emotiva, política, agraria, religiosa y espiritualmente (tan sólo por los intereses de Durango y Jalisco, y por no sentar precedentes de justicia). Un estado que afirma, en boca de algún funcionario de Jalisco, que en cosas de indios es mejor que no entren a juicios porque se recrudecen las situaciones y que siempre será mejor la negociación. Un estado, en fin, que se remite a sus usos y costumbres, viciados y amañados, para negar la posibilidad de aplicar la ley que tanto pregona, mientras apela a la ley para negar las tradiciones de impartición de justicia en las comunidades por no estar codificadas y ser ambiguas.
Ese entredicho de los huicholes con quienes dicen gobernar y con los buenos vecinos que les tocaron es uno de sus enfrentamientos más contundentes con la modernidad. Escuchen, sean valientes, acaten la justicia, dicen a los funcionarios. En esa frase encarna lo humano.
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1 Según el recuento que realizaron Carlos Chávez y Ángeles Arcos en "El equilibrio de los kawiteros", Ojarasca, n. 12, septiembre de 1992, el territorio huichol está amenazado con el despojo de unas 85 mil hectáreas de terreno. "En algunos casos esto se ha consumado." El problema de San Sebastián implica 32 447 hectáreas que se encuentran invadidas por ganaderos de Puente de Camotlán y Huajimic. Santa Catarina tiene que lidiar con unos pequeños propietarios que se adueñaron de unas 7 mil hectáreas. En el caso de San Andrés Cohamiata, la cosa se complica porque desde 1960, año en que se tendió a legalizar la situación agraria de los huicholes, se crearon comunidades y ejidos en San Juan Peyotán, Santa Rosa y La Purísima a costa de su territorio. Se les anunció entonces que de las 250 mil hectáreas que reconocen como suyas desde tiempos remotos se les reconocerían 129 mil, que al final se convirtieron, en los hechos, en 74 940, recortadas todavía más porque en las mediciones los ingenieros rebanaron otras 8 mil quedando en 67 mil. Uno de los casos individuales con más repercusiones es sin duda el caso de Bancos de San Hipólito, al que de las 10 720 hectáreas que les correspondían hoy le quedan menos de 100 hectáreas, pese a las reiteradas solicitudes y exigencias jurídico-administrativas que han emprendido. Además la jurisdicción de Bancos de San Hipólito depende del municipio de Mezquital, Durango, y no de su comunidad original, San Andrés Cohamiata, en Jalisco. Por eso han emprendido, al igual que El Saucito, acciones legales, incluso apelando a la OIT, para hacerse oír. Estos dos últimos casos, por ser paradigmáticos de la situación de ilegalidad en la que se mueven los invasores y los gobiernos que los solapan, darán mucho que hablar en los próximos meses.
2 "Aun cuando los estudios legales realizados por la misma Reforma Agraria acreditan totalmente la razón legal a los huicholes, es un acuerdo generalizado que la única razón real puede llegar por la vía de la concertación. Sin embargo a fines del año pasado [1991] cuando por órdenes presidenciales se formó una comisión de alto nivel para este fin, el resultado fue desastroso, dado que ésta pretendió entregar 80 por ciento de las tierras en conflicto a los ganaderos nayaritas y sólo 20 por ciento a sus verdaderos dueños, los huicholes." Véase Carlos Chávez y Ángeles Arcos, art. cit.
3 Véase "Una flor del pueblo wixárika", La hora de los pueblos indios, perfil de La Jornada, diciembre de 1996, p. 10.
4 AJAGI, Informe y cronología detallada sobre el conflicto entre huicholes y franciscanos.