Chiapas
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Francisco Pineda
La guerra de baja intensidad

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Presentación

Ana Esther Ceceña,
Universalidad de la lucha zapatista. Algunas hipótesis

Rubén Jiménez Ricárdez,
La guerra de enero

Enrique Rajchenberg S. y Catherine Héau-Lambert,
Historia y simbolismo en el movimiento zapatista

Enrique Semo,
El EZLN y la transición a la democracia

Susan Street,
La palabra verdadera del zapatismo chiapaneco

José Blanco Gil, José Alberto Rivera y Oliva López,
Chiapas: la emergencia sanitaria permanente


PARA EL ARCHIVO

Servicios del Pueblo Mixe, A. C.,
La autonomía: una forma concreta de ejercicio del derecho a la libre determinación y sus alcances

Acuerdos sobre derechos y cultura indígena a que llegaron las delegaciones del EZLN y del Gobierno Federal en la primera parte de la Plenaria Resolutiva de los diálogos de San Andrés Sacamch’en, 16 de febrero de 1996

Francisco Pineda,
La guerra de baja intensidad

Elizabeth Pólito y Juan González Esponda,
Cronología. Veinte años de conflictos en el campo: 1974-1993


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En este informe la meta que se persigue es una aproximación al conocimiento de la estrategia de la guerra de baja intensidad elaborada por los altos mandos de Estados Unidos. Para ello, se recabaron los planteamientos que tales dirigentes han hecho, empleando sus propias fuentes y eludiendo las versiones de segunda mano. Tales fuentes son los escritos de mandos militares, de académicos en las escuelas de guerra y de funcionarios de gobierno.

Considérese que en los documentos consultados no se emplea la noción de guerra sino de conflicto de baja intensidad, que es mucho más amplia y flexible. En este acercamiento al tema, no se pretende una definición o versión más, sino sólo recoger el material disponible durante una primera búsqueda y presentarlo para su discusión. Hasta donde fue posible, se trata de exponer la elaboración de esa estrategia militar como resultado de un proceso histórico, y no como una serie de principios abstractos que surgieron en el cerebro de sus autores.

¿Qué es la guerra de baja intensidad?

  • Una noción clave de la actual estrategia militar de Estados Unidos, para combatir las revoluciones, movimientos de liberación o cualquier conflicto que amenace sus intereses.

  • Sus objetivos principales son:

    1. Contrainsurgencia: derrotar movimientos de rebelión popular.

    2. Reversión: derrocar gobiernos revolucionarios o los que no se ajustan plenamente a los intereses estadounidenses.

    3. Prevención: ayudar a gobiernos aliados de Estados Unidos a evitar su desestabilización.

  • La victoria que persigue la estrategia de guerra de baja intensidad no es sólo militar. Busca una victoria más completa, efectiva para un largo plazo, mediante el aniquilamiento de la fuerza política y moral de la insurgencia.

  • El principal teatro de operaciones de la guerra de baja intensidad son los países del llamado Tercer Mundo. La guerra de baja intensidad significa la intervención estadounidense en los asuntos internos de otros países. Sin embargo, los militares consideran que ésta también puede ser necesaria para reprimir conflictos internos, dentro de países como Estados Unidos.

  • La idea de baja intensidad alude el uso limitado de la fuerza para someter al adversario. Puede transformarse en una guerra de mediana intensidad, en la que se emplearán mayores recursos. El escalón más alto de conflicto para los militares estadounidenses es la guerra de alta intensidad, una guerra abierta contra otra potencia que cuenta con capacidad para el ataque nuclear.

  • Las formas de la guerra de baja intensidad son muchas. Se asocian con situaciones de inestabilidad, contención agresiva, paz armada, conflictos militares cortos, antiterrorismo, antisubversión, conflictos internos, guerra de guerrillas, insurrecciones, guerras civiles, guerra irregular o no convencional, guerra encubierta, guerra psicológica, operaciones paramilitares, operaciones especiales, invasión, etcétera.

La guerra de baja intensidad termina, según la definición de los militares estadounidenses, cuando se requiere el uso de una fuerza mayor. Se pasa al siguiente escalón de intensidad al producirse la declaración formal de guerra entre dos naciones y/o cuando se emplean masivamente fuerzas de intervención militar convencionales. Éste fue el caso de la intervención militar estadounidense en Irak, al transformarse la operación Escudo del Desierto en Tormenta del Desierto. En El Salvador o Nicaragua, por ejemplo, no ha finalizado la guerra de baja intensidad pues ha quedado latente la posibilidad de la insurgencia. Es por ello que los estadounidenses prefieren hablar de Low Intensity Conflict, un concepto que no es eufemista, sino que les permite abordar los problemas de la insurgencia en una dimensión más amplia, y no sólo militar. Esta definición es paralela a la adopción del concepto iniciativa, que es más amplio que el de ofensiva militar.

  • Las tropas destinadas a la guerra de baja intensidad se agrupan en una trilogía: las fuerzas para operaciones especiales, las fuerzas para asuntos civiles y las fuerzas para operaciones psicológicas. Una fuerza especial dotada de doce efectivos, por ejemplo, constituye una unidad flexible que puede incluir personal de asuntos civiles o de operaciones psicológicas y tiene alta capacidad de despliegue. "Las fuerzas de operaciones especiales tienen experiencia para mantener un dispositivo no muy visible. Es normal que las FOES entren a un país, completen su misión de apoyo a la nación anfitriona y luego salgan sin que su presencia haya sido mencionada en los medios de prensa de ese país. Según Locher, estos soldados, marinos e integrantes de dotaciones aéreas se han desempeñado activa, efectiva y silenciosamente en el mundo por décadas."[1]

  • En general, un plan de contrainsurgencia tiene tres fases. "La primera estabiliza la situación militar y política. La segunda, que es la más larga, emplea la presión sostenida y gradualmente intensificada en los ámbitos militar, psicológico y político, para impulsar a los insurrectos a las negociaciones. La tercera utiliza la ofensiva política, psicológica y militar para llevar a efecto las negociaciones."[2]

¿Por qué aparece la idea de la guerra de baja intensidad?

En la década del setenta, la victoria heroica del pueblo de Vietnam sobre la intervención masiva de las fuerzas militares de Estados Unidos fue seguida por el triunfo popular en diversos países durante casi seis años: Laos, Camboya, Mozambique, Angola, Etiopía, Yemen del Sur, Granada y Nicaragua.

La reacción de los dirigentes políticos, económicos y militares de Estados Unidos se produjo en 1981, cuando llegó Reagan a la presidencia de ese país. Se consideró entonces que la preocupación principal debería centrarse en lo que ocurría en el Tercer Mundo.

En Asia, África, Medio Oriente y América Latina viven dos tercios de la población mundial y allí se encuentran recursos naturales estratégicos. Durante 1983, el comercio de Estados Unidos con los países del Tercer Mundo llegaba a 175 000 millones de dólares, una cifra casi igual a su comercio con Europa y Japón, juntos.

En esa época decía Richard Nixon, expresidente estadounidense, que la mayor amenaza para los intereses de Estados Unidos no era ya la Unión Soviética o China, sino el levantamiento en los países pobres del Tercer Mundo. Y esto era así, según Nixon, porque "el mayor acontecimiento geopolítico desde la segunda guerra mundial es la pérdida de la batalla ideológica por los comunistas", en Europa del Este. Además, en ese momento era evidente que una guerra nuclear resultaba inconveniente para cualquier potencia.

Desde la segunda guerra mundial hasta finales de los años setenta, en el Tercer Mundo se produjeron ciento veinte guerras, con un saldo de más de 10 millones de muertos. Nixon observaba que nunca en la historia había existido un conflicto de tan grandes proporciones y tan extenso como la guerra del Tercer Mundo.[3]

Más recientemente se ha calculado que, sólo en el año de 1988, hubo 111 conflictos étnicos armados, de los cuales 36 fueron guerras en que se exigía autonomía o secesión. Cada diez años, desde el fin de la segunda guerra mundial, han muerto entre 1.6 y 3.9 millones de civiles no armados en las guerras del Tercer Mundo.[4]

Nixon y muchos generales estadounidenses consideraron, desde el principio de la década de los 80, que la guerra en los países más pobres del mundo era el desafío mayor, y que Estados Unidos y sus aliados no podrían vencer si empleaban las formas tradicionales de hacer la guerra. Consideraron que la superioridad de las fuerzas convencionales nada puede conseguir en contra de fuerzas no convencionales. Desde entonces, ellos se propusieron hacer un cambio global en su estrategia militar contrarrevolucionaria bajo el lema "No más Vietnams".

El primer paso de los estrategas estadounidenses después de Vietnam fue evaluar los errores cometidos en la conducción política y diplomática de la guerra, en la coordinación de las instancias que tomaron las decisiones, en el aprovechamiento de la información de inteligencia y en el tratamiento de los medios de comunicación.

El segundo fue hacer todo lo posible para recuperar la iniciativa e impedir a toda costa nuevas victorias de los pueblos oprimidos en el Tercer Mundo. En esta línea, lo fundamental no era decidirse por la intervención o no intervención, sino intervenir victoriosamente. Y una de las condiciones para lograrlo consistía en estudiar qué tipo de conflicto tenían enfrente. Una forma de distinguir los conflictos es observar si se trata de guerras regulares o irregulares. Pero luego de la derrota estadounidense en Vietnam se concluyó que, además de la forma, era necesario calcular la intensidad.

En la perspectiva militar desarrollada en Estados Unidos, a determinada intensidad de la guerra corresponde una aplicación de la fuerza de intervención. Esta observación permitió que los militares estadounidenses precisaran que siendo las guerras de baja intensidad las más frecuentes en el Tercer Mundo, Estados Unidos debería de contar con fuerzas entrenadas, armadas, organizadas y dirigidas especialmente para esos conflictos, contra esos adversarios, en ese terreno y ante el tipo de características particulares que presenta la guerra en el Tercer Mundo. Ésta es una conclusión que, aunque aparentemente obvia, se debió a la evaluación de la derrota estadounidense en Vietnam.

Desde la década de los ochenta, bajo esa perspectiva estratégica (la derrota ideológica de los países socialistas y la importancia de los conflictos en el Tercer Mundo), Estados Unidos ha realizado una gran transformación de sus fuerzas militares. Ha modificado sus leyes, su doctrina militar, la estructura y jerarquía de sus fuerzas armadas, las relaciones con los medios de comunicación, los procedimientos para operaciones especiales y la tecnología militar buscando mejorar cuatro aspectos básicos: Comando, Control, Comunicaciones e Inteligencia, lo que abrevian como C3 I.

Principales aspectos de la doctrina militar contrarrevolucionaria

  • Establecer con toda claridad un objetivo de la guerra, decisivo y alcanzable. Si el objetivo es limitado, también la naturaleza de la guerra es limitada. La doctrina militar estadounidense confiere especial importancia a las guerras limitadas, considerando que el mundo ha presenciado ya la última guerra convencional entre grandes potencias (la segunda guerra mundial) y que a largo plazo la hegemonía se decidirá en guerras no-convencionales y limitadas.

  • En todos los casos, indican los generales estadounidenses, se persiguen objetivos globales, es decir políticos, económicos y psicológicos, además de militares. La doctrina militar yanqui resalta la importancia de atacar las líneas logísticas de los rebeldes. "El mejor modo de poner freno y, con el tiempo, detener la locomotora que impulsa la ofensiva revolucionaria en la guerra del Tercer Mundo es privarla de combustible", dijo Nixon.

  • Aplicar decididamente el principio de ofensiva, mediante iniciativas que obliguen al enemigo a reaccionar, más que a actuar según sus propios planes. El requisito es apoderarse de la iniciativa, retenerla y explotarla. La naturaleza ofensiva de la nueva doctrina supone desechar el gradualismo ya que, según un militar estadounidense de alto rango, la experiencia en Vietnam "representó un esfuerzo desafortunado por combinar el arte militar y la diplomacia".

  • Concentrar el poder de combate en el lugar y el momento decisivos a fin de obtener también resultados decisivos; sobre todo allí donde los intereses vitales de Estados Unidos son amenazados: Europa, Japón, el Golfo Pérsico y "nuestros más próximos vecinos del sur". Allí deberán correrse los riesgos necesarios, sin ninguna duda, aun si no es clara la posibilidad de victoria, señaló Nixon.

  • Aplicar el principio de economía de fuerzas de acuerdo a la naturaleza y la intensidad de la guerra. Mejorar la capacidad de maniobra, la unidad de mando, el aprovechamiento de la sorpresa, y elaborar planes claros y sencillos.

En general, estas rectificaciones de doctrina -sobre todo la prioridad otorgada a los objetivos y las guerras de carácter limitado, de la economía de la fuerza y la redefinición de la ofensiva en términos de iniciativa- son sólo revaloraciones de ciertos principios que tienen el propósito de reducir el número de las bajas militares, es decir, principios de una doctrina militar de naturaleza defensiva. La raíz de esa valoración está en la gran cantidad de soldados estadounidenses heridos, muertos, prisioneros o desaparecidos en Vietnam. Ellos fueron la causa central por la que muchos ciudadanos retiraron su apoyo a la guerra y creció un fuerte movimiento por la paz en Estados Unidos. Éste fue uno de los elementos políticos más importantes de la derrota en Vietnam que los militares estadounidenses tomaron en cuenta para la elaboración de la nueva estrategia.

Dos guerras de baja intensidad cercanas

El general James J. Lindsay, comandante en jefe del Comando de Operaciones Especiales de Estados Unidos, reconoció en febrero de 1990 que, desde abril de 1987, las fuerzas bajo su mando habían efectuado 500 desplazamientos operativos, en 59 países.

a. Invasión de Granada (1983)

La apreciación global de los conflictos, en términos de la guerra del Tercer Mundo, tiene como eje la proyección del poder y el prestigio de Estados Unidos.

La mañana del domingo 23 de octubre de 1983, la prensa mundial difundió uno de los golpes más espectaculares en contra de Estados Unidos durante toda esa década: la destrucción del cuartel general de los marines en Beirut, llevada a cabo mediante un coche bomba conducido por una sola persona. En esa ocasión murieron 241 marines.

Aproximadamente a las siete de la noche del mismo día, el presidente Reagan ordenó la invasión de la pequeña isla de Granada, en el mar de las Antillas. Esta operación recibió el nombre codificado de "FURIA URGENTE".

Granada es un país que sufrió durante cinco siglos el colonialismo de españoles, franceses e ingleses. Logró su independencia nacional hasta el 7 de febrero de 1974. Tiene un territorio de 344 km2 y una población total de 110 000 habitantes, es decir, es una república, con representación en las Naciones Unidas, tan pequeña como el municipio de San Cristóbal de las Casas.

Luego de su independencia, el 13 de marzo de 1979, se instauró un gobierno popular en Granada, encabezado por el Movimiento de la Nueva Joya. Hasta 1983 el país había sido clasificado en la categoría de "duro desafiante" contra la política estadounidense por los servicios de inteligencia de Estados Unidos. Pero este país no le atribuía ningún peligro real, como lo demuestra el hecho de que antes de la invasión no había colocado en Granada a ningún agente de la CIA.

Durante casi dos semanas los preparativos militares de la invasión se mantuvieron en secreto, sin conocimiento del congreso estadounidense y de los medios de comunicación. La invasión se produjo el 25 de octubre, con la intervención de 1 200 marines y 700 rangers. Para encubrir la agresión estadounidense, participaron también 300 soldados y policías de algunos países cercanos: Barbados, Jamaica, Antigua, San Vicente, Santa Lucía y Dominica. Estados Unidos envió tropas adicionales: batallones especiales de Fort Bragg y grupos de la Fuerza Delta fueron enviados al asalto de la prisión de Richmond.

El pretexto que esgrimió el gobierno de Reagan para la invasión fue el rescate de 400 estudiantes estadounidenses que se encontraban entonces en Granada. Pero las fuerzas especiales de intervención en realidad no tenían ese objetivo. Sólo pudieron localizarlos después de tres días, en el occidente de la diminuta isla.

Los analistas que han evaluado las intervenciones militares más recientes de Estados Unidos coinciden en señalar que las principales fallas de esa operación están relacionadas con la tendencia generalizada a menospreciar la información que proviene directamente de los agentes, la llamada Human Intelligence (HUMINT).

Por esa deficiencia, los generales del Pentágono quedaron sorprendidos cuando sus tropas más especializadas encontraron una tenaz resistencia en Granada y fueron contenidas por tres días, a pesar de la enorme superioridad de su tecnología militar. En la resistencia a la invasión participaron destacadamente 600 trabajadores de la construcción que el gobierno revolucionario de Cuba había enviado con anterioridad a Granada. Los medios altamente tecnificados de fotografía (PHOTINT), comunicaciones (COMINT), señales (SIGINT) y electrónica (ELINT), para la obtención de información militar, simplemente no permiten evaluar un factor decisivo de la guerra: la moral de combate.

b. Invasión de Panamá (1989)

La invasión de Panamá es una de las intervenciones de las fuerzas de operaciones especiales yanquis que ha alcanzado el máximo nivel en la guerra de baja intensidad.

La navidad de 1989 Estados Unidos desplazó -aparentemente para aprehender a un solo hombre: el presidente de Panamá- 7 000 tropas aerotransportadas desde bases en los estados de Washington, California y Luisiana, así como desde Fort Benning, Fort Stewart y Fort Bragg. Esas tropas actuaron conjuntamente con las que ya se encontraban establecidas en la zona del Canal de Panamá, sumando un total de 20 000 efectivos de guerra.

De esa fuerza, 4 100 eran personal de operaciones especiales apoyado por 71 operativos aéreos. Sin embargo, estas tropas sólo pudieron actuar como soporte de las fuerzas convencionales de la invasión, realizando labores de reconocimiento y seguridad en ciertos objetivos clave. Equipos de la Fuerza Delta rescataron de prisión a algunos gringos acusados de espionaje en los tribunales panameños.

Los militares estadounidenses aseguran que en esa ocasión la coordinación entre las fuerzas de operaciones especiales y las fuerzas convencionales fue excelente. Combatieron en contra de 3 500 hombres de las Fuerzas de Defensa de la República de Panamá y aproximadamente 1 200 milicianos civiles.

Analistas estadounidenses han calculado que 2 000 panameños, civiles en su mayoría, perdieron la vida durante esta invasión a la que el gobierno de George Bush le dio el nombre de "CAUSA JUSTA". Las bajas estadounidenses, entre muertos y heridos, se calculan en 250.

La rapidez de la intervención militar, la sorpresa, los cargos de narcotráfico en contra del presidente panameño, general Antonio Noriega, la enorme publicidad, en la que incluso se presentaron grandes cantidades de harina como cargamentos de cocaína, tuvieron un resultado inmediato en la opinión pública estadounidense y mundial. Una encuesta realizada por Newsweek el 1° de enero de 1990, reveló que en un 80 por ciento los ciudadanos estadounidenses estuvieron de acuerdo con la invasión. Además, expresaron su rechazo a devolver a Panamá la soberanía del canal interoceánico en el año 2000, según lo estipulado por el Tratado Torrijos-Carter.

Oficialmente, la invasión tuvo los siguientes objetivos: arrestar a Noriega, destruir la capacidad de las Fuerzas de Defensa de Panamá y dar protección a los ciudadanos estadounidenses, así como al canal.

La propaganda militarista de Estados Unidos difundió la idea de que sus fuerzas actuaron correctamente y que hasta limpiaron su imagen, deteriorada por los crímenes cometidos en Vietnam. Pero, en menos de una semana de intervención, 90 soldados estadounidenses fueron enviados a los tribunales acusados de asesinato de civiles, asalto a otros soldados estadounidenses, alto consumo de alcohol, ratería, pérdida del arma, conspiración para contrabando, negligencia, robo de equipo, ausencia injustificada, amenazas de desobediencia e injurias.[5]

Otros analistas estadounidenses han criticado algunos aspectos de la invasión. Reconocen que Noriega pudo evadir durante varios días a los agentes de inteligencia y de las fuerzas especiales que procuraban su captura. Noriega apareció repentinamente en la embajada de El Vaticano, en la ciudad de Panamá, y desde allí negoció su entrega.

Las autocríticas yanquis también reconocen que la información acerca de unidades militares panameñas y objetivos clave fueron deficientes, lo que contribuyó a que las fuerzas de operaciones especiales de la marina estadounidense tuvieran considerables bajas durante la ocupación del aeropuerto de Punta Paitilla.

El mayor general Hugh L. Cox, uno de los altos jefes de operaciones especiales de Estados Unidos, reconoció después: "De nuevo, como en la operación de Granada, la inteligencia humana (HUMINT), factor que puede contribuir al éxito de las misiones, no fue lo que debería y podría haber sido, y necesitamos hacer un mejor trabajo para el futuro, en esta área particular".[6] Estas fallas ocurrieron a pesar de que Estados Unidos ha tenido una presencia militar permanente en Panamá desde hace casi un siglo. Es la base del Comando Sur del ejército yanqui.

Cambios organizativos

Las fuerzas armadas de Estados Unidos copiaron los métodos británicos de entrenamiento y el uso de comandos en el año de 1942. Luego, uno de los cambios más importantes en la estructura de esas fuerzas ocurrió después de la guerra de Corea (1950-1953), cuando se produjo la especialización de algunas unidades en contraguerrilla .

Más tarde, la creciente fuerza de la guerra de guerrillas en Vietnam hizo que el presidente John F. Kennedy privilegiara a las fuerzas especiales del ejército. Procuró el desarrollo de la doctrina de contrainsurgencia, así como la creación de unidades especiales dentro de cada arma. Hacia 1964 surgieron los "Boinas Verdes", unidades militares de Estados Unidos para operaciones de comando, más que de contrainsurgencia. Cuando terminó la guerra de Vietnam esa fuerza se redujo, a pesar de las protestas de los mandos militares.

En 1979, tras el fracaso de la operación Desierto Uno -en que fuerzas especiales trataron de rescatar a los rehenes estadounidenses en Irán-, los estrategas estadounidenses iniciaron una nueva evaluación de las fuerzas de operaciones especiales y concluyeron la necesidad de crear un Comando Unificado, con sede en Fort Bragg.

En esa operación de rescate, se presentaron serios problemas dentro de las fuerzas de intervención. Los integrantes del grupo, compuesto por miembros de diferentes cuerpos, al momento de la acción no sabían quién estaba a cargo. Los grupos de la Fuerza Delta desconfiaron de los pilotos de los helicópteros de la Marina y éstos de los aviadores de la Fuerza Aérea. Los equipos de radio de cada uno de ellos no posibilitaban la comunicación entre sí. La Fuerza Aérea nunca entregó información decisiva a la Marina. Además, participaron miembros de las fuerzas especiales del ejército, rangers, agentes de la CIA y otros cuerpos clandestinos, lo que aumentó la complejidad y los problemas de coordinación.

El grupo operativo se formó con hombres bien armados y entrenados, pero que nunca habían actuado juntos; además, las reglas y procedimientos operativos eran diferentes. A pesar de que ese contingente tuvo varios meses de entrenamiento, nunca se convirtió en un verdadero equipo. Y cuando el desastre se produjo, el comandante de la Fuerza Delta se encontró de pronto suplicando al piloto de un C-130 que no emprendiera la huida antes de que todas las tropas en repliegue se encontraran a bordo.

Quienes evaluaron ese fracaso, concluyeron que una fuerza de combate realmente funciona como equipo sólo cuando cada miembro conoce la fortaleza y las debilidades de los otros, cuando entiende sus maneras de pensar, reacciona como ellos en circunstancias similares y tiene plena confianza en los demás.

Los problemas de coordinación no fueron los únicos que surgieron en Irán. Los estadounidenses no tenían informadores en Teherán. Poco después de la captura de los rehenes, cuando el coronel Beckwith preguntó acerca de los agentes encubiertos en esa ciudad, supo que no había ninguno. Recién entonces, Estados Unidos tuvo que infiltrar agentes de la CIA y del ejército para recabar información acerca de la ubicación de los rehenes, tamaño, composición, armamento y rutinas de la guardia en la embajada tomada por comandos islámicos.

A partir de ese fiasco, bajo el gobierno de Reagan, se inició una reestructuración en las fuerzas de intervención yanqui, cuyos aspectos principales son:

  • Unificación de mando: en 1984, se forma la Junta de Jefes de Estado Mayor, que controla la Fuerza Delta, el equipo 6 Seal de la Armada y partes de los grupos 16 y 23 de la Fuerza Aérea.

    En 1987, se unifican por primera vez todas las bases continentales de fuerzas especiales, bajo un mando único, el Comando de Operaciones Especiales de Estados Unidos (USSOCOM), con sede en la Base de la Fuerza Aérea de MacDill, Florida. Controla 46 000 efectivos de las fuerzas de operaciones especiales.

    Mientras el resto de las fuerzas militares se reducen a partir del fin de la Guerra Fría, las fuerzas de operaciones especiales aumentan de manera sostenida. De este modo, los comandos de operaciones especiales y de guerra de baja intensidad ocupan actualmente una jerarquía semejante a la del ejército, la marina y la fuerza aérea dentro de la estructura del ministerio de la guerra estadounidense.

    Para trabajo político en el Congreso y la Casa Blanca se crearon el Grupo Asesor en Política de Operaciones Especiales y la Oficina de Asistentes del Secretario de la Defensa para Operaciones Especiales, encargados de la formulación de políticas, supervisión de presupuestos y relaciones con otras instancias del gobierno estadounidense.

  • Armamento y equipo: los nuevos comandos unificados están dotados de la tecnología más avanzada. Debido a ello, su presupuesto pasó de 500 millones de dolares en 1981 a 3 500 millones de dólares en 1990.

  • Entrenamiento: los principales lugares de entrenamiento se establecieron en el Centro para la Guerra Especial "John F. Kennedy", en Fort Bragg; el Centro para la Guerra Especial Naval en Coronado, y la Escuela para Operaciones Especiales de la Fuerza Aérea en Campo Hurlburt. Algunos analistas militares consideran que el castellano va a convertirse en la segunda lengua de las fuerzas de operaciones especiales, debido a los conflictos que anticipan en América Latina.

  • Modificaciones legales: en 1986, el Congreso emite una enmienda para el uso de las fuerzas de operaciones especiales. Establece normas para realizar las acciones directas, reconocimiento estratégico, guerra no convencional, defensa "interna" en el extranjero, asuntos civiles, operaciones psicológicas, asistencia humanitaria, búsqueda, rescate y antiterrorismo.

  • Inteligencia: a mediados de los ochenta la CIA reportó una cobertura mundial y destacó el incremento del número de agentes en los países del Tercer Mundo. Los servicios de inteligencia del ejército, a su vez, aumentaron su capacidad de inteligencia humana (HUMINT) y crearon una Agencia de Respaldo para Inteligencia (ISA); ésta opera como una rama de la Agencia de Inteligencia de Defensa, pero el Pentágono no reconoce aún su existencia.

  • Cambio de procedimientos: Debido a una evaluación crítica de experiencias frustradas -como la invasión de Cuba en Bahía de Cochinos- y a que ni la Casa Blanca ni la Junta de Jefes de Estado Mayor pueden revisar detalladamente los planes operativos, el gobierno estadounidense modificó los procedimientos para la conducción de las intervenciones. Cuando los planificadores tienen un plan y las fuerzas capaces de ejecutarlo, un equipo independiente con experiencia en operaciones especiales de USSOCOM se encarga de revisarlo y verifica los entrenamientos sobre el campo. Elabora un reporte para la Casa Blanca y la Junta de Jefes de Estado Mayor. Una vez que la operación se encuentra en marcha, la intervención del presidente se reduce al mínimo.

Desde la unificación del mando de las fuerzas de operaciones especiales, éstas intervinieron en dos importantes conflictos, la invasión de Panamá y la Guerra del Golfo Pérsico. En esta última, las unidades de operaciones especiales se encargaron de inutilizar las bases de lanzamiento de misiles Scud; iniciaron la guerra aérea, destruyeron estaciones irakíes de radar y abrieron un corredor para los jets que bombardearon Bagdad; realizaron maniobras de diversión simulando un desembarco anfibio en la costa de Kwait y rescataron a los pilotos estadounidenses derribados por la artillería antiaérea.

Algunos analistas consideran que uno de los más grandes problemas de la coordinación militar para la guerra de baja intensidad es la desconfianza de muchos mandos de fuerzas convencionales hacia las fuerzas de operaciones especiales. Éstos consideran que "las fuerzas especiales siempre han sido los bastardos del ejército", critican la "mentalidad de Rambos, de lentes oscuros y relojes Rolex", los privilegios y el estilo de vida. Algunos generales han expresado que la creación del USSOCOM constituye una escisión dentro de los militares, no su unificación. La mayor desconfianza hacia las fuerzas de operaciones especiales deriva de su naturaleza elitista.

Más allá de esas críticas, el descontento militar se ha expresado en acciones de boicot. En 1985 un ejercicio del primer grupo de operaciones especiales de la Fuerza Aérea tuvo que suspenderse por problemas mecánicos en aviones, helicópteros y transportes especiales. Otra manifestación del descontento ocurre en el retraso intencional en la renovación de la flota aérea, en maniobras para reducir el presupuesto de operaciones especiales y la resistencia a transferir al personal más calificado a esa nueva área.[7]

Guerra psicológica

La guerra psicológica es un aspecto de la guerra de baja intensidad. Philip S. Yang, un oficial estadounidense de la fuerza aérea, especialista en acciones contrarrevolucionarias escribió: "El proceso de las operaciones psicológicas requiere abarcar la totalidad de un estado mental más que algunos pensamientos en términos de una acción o reacción específica. El último objetivo de las operaciones psicológicas (PSYOP) es asistir a la aplicación de poder de una nación sobre otra para influir en las mentes de la gente y acrecentar el logro de las metas. Hoy, la mayor necesidad de operaciones psicológicas efectivas está en el área de las guerras de baja intensidad, un área en la que probablemente Estados Unidos tendrá gran involucramiento en lo que resta de este siglo".[8]

Desde el punto de vista de los militares estadounidenses, la tortura o la explotación de la mente humana con objetivos militares son campos que requieren especial atención y se preocupan de ciertos avances de Rusia en cuestiones de parapsicología. Consideran que las "armas mentales" serán de invaluable ayuda en los conflictos de baja intensidad, sobre todo cuando pequeños grupos de militantes se encuentren en estrecha relación y desconozcan la psicología de los demás. Las "armas mentales" permitirán al comandante de una guerra de baja intensidad trabajar el aspecto psicológico, para infiltrar a los grupos rebeldes.

En este campo, un nuevo término en operaciones militares y especialmente en la esfera de las guerras de baja intensidad es el de la "defensa paranoica". Un coronel estadounidense señala que un poco de paranoia nunca es malo para cualquier soldado. Producen estudios especializados acerca de la paranoia como arma en la guerra no convencional. Los expertos entienden esa paranoia como un poco de miedo al ataque por sorpresa, uno de los métodos principales de las guerrillas. Han analizado este aspecto, por ejemplo, en el caso de la destrucción del cuartel general de los marines en Beirut, que atribuyen a la falta de paranoia. Consideran que el tipo de paranoia que se necesitaba en Beirut era una completa desconfianza de cada uno de los marines. La paranoia ha tomado un lugar en la doctrina de la guerra de baja intensidad. En este aspecto, consideran que se deben potenciar los hábitos del individualismo estadounidense: "mirar sobre el hombro, para checar a la persona sonriente, justo después que ha pasado".

También consideran que debido a que se vive en una época nuclear, hay efectos psicológicos de miedo. La amenaza es la madre de todas las coaliciones y, cuando no se percibe, la opinión pública reduce considerablemente la atención necesaria para la defensa. Al finalizar la Guerra Fría -dicen militares y políticos de Estados Unidos- la amenaza principal está en el Tercer Mundo. Los productos de mayor consumo se refieren a este tema en el cine, la televisión y los libros. En el futuro, consideran, las amenazas terroristas serán más grandes dentro del territorio estadounidense. La preocupación central en "la defensa paranoica" está en tratar de convencer a los ciudadanos de que la sociedad abierta no puede proteger a las personas y a sus propiedades.

En el frente de batalla, la guerra psicológica consiste centralmente en tratar de convencer a la tropa rebelde de que ha perdido la guerra y que es mejor rendirse que morir. Una meta de esa guerra es convencer a la población enemiga de que está insegura. En la guerra de Corea los militares estadounidenses comprendieron las potencialidades de la guerra psicológica atacando con las técnicas de "lavado de cerebro", conduciendo acciones de sabotaje en contra de hospitales y escuelas, golpeando al adversario en su moral y asesinando a líderes políticos y militares claves.

Sin embargo, algunos militares yanquis se quejan de que esas lecciones fueron olvidadas rápidamente y que las fuerzas estadounidenses tuvieron que volver a aprenderlas en los conflictos de baja intensidad, especialmente en Vietnam y América Latina.

En Vietnam los batallones de guerra psicológica estuvieron bajo el control del comandante de cada región. Se dice que en Vietnam intervinieron 10 de esos batallones. Los objetivos de esas agrupaciones, expuestos en el Manual de Campo 33-5 (octubre de 1966) del ejército de Estados Unidos, eran: (1) alentar la deserción de los soldados enemigos y de sus apoyos civiles; (2) controlar la información civil acerca de la guerra, y (3) promover al gobierno de Vietnam del Sur como el único y verdadero futuro para la unidad nacional.

Emplearon una estación de radio de 50 000 watts de potencia y rotativas rápidas de tres cabezas para llevar a cabo esa propaganda. A nivel de los batallones los principales esfuerzos de guerra psicológica se hicieron en operaciones nocturnas con altoparlantes, equipos audiovisuales y distribución de propaganda.

Por ejemplo, el reporte mensual de operaciones (diciembre de 1969) del Cuarto Grupo de Guerra Psicológica destacó: la impresión de más de 170 millones de volantes y la campaña Alto precio del arroz. Ésta tuvo por objetivo hacer que los campesinos dejaran de proporcionar arroz a las fuerzas revolucionarias. Además, "cuando el enemigo iba a buscar arroz, se colocaban emboscadas para esperarlo. El Séptimo Batallón de Guerra Psicológica reportó que las tropas aliadas hicieron 393 contactos con el enemigo, en los que hubo 414 muertos y 70 detenidos, así como la captura de 20 924 libras (9 toneladas) de arroz".[9]

Las operaciones sucias de la guerra psicológica estuvieron a cargo de otras unidades, generalmente bajo la responsabilidad de la CIA. Más recientemente los estadounidenses han enfatizado que la guerra psicológica es un método para cambiar patrones de conducta y de pensamiento. No precisamente la impresión de volantes y el uso de altoparlantes nocturnos.

La importancia de las operaciones psicológicas y el sentido que tienen dentro de la doctrina de contrainsurgencia, pueden apreciarse en los siguientes párrafos de Claude Strurgill:[10] "En los casos de insurgencia comunista en América Latina, las actividades psicológicas pueden reforzar nuestro apoyo a gobiernos locales, creando una atmósfera de inseguridad que muestre los grandes riesgos y el alto costo de las operaciones insurgentes. Como ha sido escrito en la Revue d’Information Militaire: 'Por definición, las operaciones psicológicas juegan un rol clave en el incremento de la moral de nuestros aliados y en la destrucción de la moral del enemigo y sus fuerzas de apoyo' (U.S., Defense Logistics Agency, 1983)".

Agrega que las guerras de baja intensidad reclaman tomar todas las ventajas psicológicas posibles y que no debe perderse de vista

la importancia de entender la mentalidad latinoamericana. Ella es un acoplamiento de fatalismo y preocupación por el heroísmo y la muerte. El pensamiento latinoamericano no es positivo, con una profunda creencia en la bondad humana. ¡Ellos son todo lo contrario! Nosotros debemos aprender a entender esa filosofía, tan diferente a la de Estados Unidos.

Tal vez en el año 2000, observaremos a esos revolucionarios comunistas como miramos a nuestros indios hace un siglo. No hay duda que el dicho de una cultura amplia, aquí en Estados Unidos, puede bien ser: El único buen insurrecto, es el insurrecto muerto.[11]

Medios de comunicación

Los teóricos estadounidenses de la guerra de baja intensidad detectan un problema básico: la contradicción entre el derecho ciudadano a la información y las necesidades de seguridad de los Estados Unidos. Lo reducen, tratando de resolver una pregunta: ¿cuál es la relación apropiada entre los militares y la prensa durante los conflictos de baja intensidad?

En primer término consideran que el poder de los medios de comunicación puede ser mayor en la guerra que en tiempos de paz. Existen dos formas básicas en las que los medios de comunicación pueden tener influencia directa en la guerra: (a) publicando información útil para el enemigo (agrupamientos, cantidades, movimientos) y (b) criticando la conducción de las campañas, lo que puede hacer perder el apoyo moral de la población hacia el ejército.

En los medios militares está bastante difundida la idea de que muchas de las responsabilidades de la derrota de Vietnam descansan sobre los hombros de los reporteros, especialmente de la televisión. Los otros grandes responsables de la derrota, dicen los halcones, son "nuestros líderes nacionales que no permitieron a ‘nuestros chicos’ ganar la guerra". La "intromisión irracional" de la prensa en situaciones de conflicto se debe a que el involucramiento gradual o clandestino de Estados Unidos en una guerra de baja intensidad es la forma más común del inicio de la intervención.

En la actualidad, la experiencia que más valoran acerca de una adecuada relación entre los militares y la prensa es la operación Escudo del desierto, en el Golfo Pérsico. Los noticieros dieron una enorme cobertura del conflicto, pero a la vez, los militares restringieron enormemente el ingreso de reporteros a las zonas de combate y establecieron reglas, que los comunicadores en general aceptaron, especialmente para unificar las versiones de lo ocurrido. Esto posibilitó que el ejército no tuviera que recurrir a la odiosa designación de un agente de censura en cada oficina de noticias. Las agencias aplicaron la autocensura, que ha resultado más eficiente.

La siguiente información no podía ser publicada, por decisión militar y aceptación de los jefes de noticias: información específica, como número de hombres y tipo de armas, cantidad de municiones; el tamaño de las unidades sólo debía ser mencionado como compañías, multibatallones, etcétera; el uso de palabras "grande", "pequeño" y "muchos", por parte de los reporteros, fue muy aceptable para los militares; información específica sobre los planes, incluso aquellos que fueron cancelados; nada acerca de las posiciones exactas de nadie, en ningún lugar; los datos podían referirse a "grupo de batalla naval", "Golfo Pérsico" y así por el estilo. En general, no se difundió ninguna información que pudiera causar daño o impedir la acción de las fuerzas estadounidenses que operaron en la región.

Impacto de la alta tecnología

El balance que han hecho algunos analistas del impacto de la alta tecnología en la guerra de baja intensidad se basa en el análisis de conflictos como la invasión de Israel a Líbano, la guerra Irán-Irak y la invasión rusa de Afganistán. Éste indica:

  • Las fuerzas guerrilleras no siguen patrones de acción, ni realizan movimientos que puedan ser caracterizados por los modernos sensores y sistemas de inteligencia. Además aprovechan coberturas naturales o áreas edificadas para evitar la detección de los sistemas de reconocimiento táctico.

  • Las fuerzas populares o revolucionarias del Tercer Mundo frecuentemente carecen de sistemas logísticos formales y enfatizan la organización de pequeñas unidades y los movimientos nocturnos.

  • El alto grado de politización de esas fuerzas y el alto impacto de las personalidades, de los factores étnicos, religiosos, etcétera, sobre sus acciones militares y toma de decisiones hace que sea más importante el factor humano, por encima de número de tropas, desplazamiento, tecnología y orden de batalla. El mando muchas veces se encuentra altamente personalizado en el nivel más alto de liderazgo y raramente implica comunicaciones extensivas. Estas tendencias inhabilitan la caracterización y la predicción de la emergencia de nuevos grupos políticos, étnicos, religiosos y revolucionarios.

  • La tecnología de reconocimiento e inteligencia no puede aplicarse con efectividad a fuerzas de tácticas y patrones de conducta militar desconocidos. A menos que un buen trabajo de inteligencia humana (HUMINT) preceda el inicio de la guerra, los indicadores de inteligencia normales tendrán poco valor.

  • La utilidad de la transferencia tecnológica para desarrollar el poder militar de gobiernos aliados de Estados Unidos sólo puede ser evaluado en la guerra misma.

En el campo de la inteligencia electrónica (ELINT), los principales problemas que observan los estadounidenses son: sólo pocos estados manifiestan disciplina y conciencia de la importancia de la guerra electrónica; uno de ellos es Siria. En general, se inclinan sólo por los aspectos de la detección y la vulnerabilidad y los mandos estadounidenses carecen de estimaciones sobre si una fuerza aliada tiene capacidad de emplear el equipo electrónico que se le entrega.

La inteligencia de fotografía (PHOTINT) es capaz de detectar grandes formaciones de tropas, pero es mucho menos efectiva en los conflictos contra fuerzas irregulares, movimientos nocturnos de infantería o aquellos que, teniendo grandes agrupaciones, se desarrollan en las montañas y zonas urbanas.

La recopilación de información por Satélite, en 1989, tenía una cobertura limitada, poca resolución en objetivos de fuerzas irregulares, además de que está limitada por el estado del tiempo y usualmente lleva demasiado tiempo su procesamiento e interpretación. El clima y la noche constituyen algunos de los aspectos más desfavorables para el reconocimiento contrainsurgente. Además esas teconologías de reconocimiento militar no pueden realizar una observación prolongada, lo que impide el análisis de procesos largos. El desarrollo de nuevos materiales y tecnologías es uno de los aspectos centrales en la guerra de baja intensidad contra los países pobres. Se cree que las dificultades del reconocimiento táctico podrán ser superadas mediante el perfeccionamiento de sistemas electro-ópticos. Las guerras modernas muestran que las fallas de inteligencia ocurrieron principalmente por problemas en la obtención de información HUMINT, la interpretación de HUMINT y la conducción política del conflicto.

Estrategia tecnológica

Los teóricos de la guerra de baja intensidad están considerando seriamente que la hegemonía mudial de Estados Unidos necesita de la transferencia de tecnología avanzada a las fuerzas locales aliadas. Éstas deben usar la nueva tecnología para realizar reconocimientos que informen de la situación y permitan evaluar los patrones de comportamiento en amenazas potenciales o actuales. Las fuerzas locales pueden brindar ayuda a los Estados Unidos proporcionando también agentes de inteligencia para cubrir vacíos en HUMINT y para resolver problemas lingüísticos, muy frecuentes en el ámbito de la inteligencia militar contrainsurgente. Ejemplos en que ese papel de las fuerzas locales aliadas de Estados Unidos ha sido muy exitoso son Egipto, Israel, Jordania, Arabia Saudita, Pakistán, Corea del Sur y Honduras.

En la actualidad, el Pentágono esta buscando llevar a cabo una "fusión" con estados aliados claves, en zonas estratégicas del Tercer Mundo. El soporte material de tal "fusión" es la transferencia de la tecnolgía militar.

La entrega de aviones de reconocimiento E-3A AWACS a Arabia Saudita es un ejemplo de esa transferencia y también se ha fortalecido la capacidad tecnológica de Israel y Egipto. El desarrollo de potencias militares intermedias, dicen los estrategas yanquis, permitirá contener las amenazas en el Tercer Mundo, sin la necesidad de una intervención militar masiva de los Estados Unidos o de otras grandes potencias.

Francia e Inglaterra han realizado ventas de tecnologías militares avanzadas a Kwait y Emiratos Árabes Unidos.

Los problemas centrales de la relación de Washington con sus aliados nativos en el Tercer Mundo son: garantizar un "adecuado desarrollo" de esos estados; asegurar la efectiva cooperación y seguridad regional, y facilitar su subordinación al Comando Central de Estados Unidos. La transferencia de tecnología implica el reforzamiento de las relaciones de subordinación con las fuerzas nativas aliadas de Estados Unidos. La estructura ideal debería ser aquella que facilite una rápida fusión entre las fuerzas locales y las fuerzas de "Occidente", a nivel de mando, control, comunicaciones e inteligencia (C3 I).

La estrategia estadounidense con sus aliados en zonas estratégicas supone:

1. Crear centros de fusión de los diferentes servicios y mandos, integrando la inteligencia a los sistemas de mando y control.

2. Adecuar los sistemas de comunicación y control para enlazar a las unidades de combate, particularmente en la guerra de montaña y el combate urbano.

3. Mejorar la integración para seleccionar objetivos y efectuar la intervención con la rapidez necesaria.

Para la guerra en la montaña y el combate urbano los analistas más pragmáticos de Estados Unidos indican, insistentemente, que la tecnología debe resolver una mayor visibilidad y elevación del cañón de los tanques y en la artillería incrementar la capacidad letal y la puntería.

Algunos autores señalan que en las guerras modernas -en que los tanques han sido empleados adecuadamente- la táctica, el apoyo, la recuperación y la reparación fueron generalmente más importantes que ciertas características técnicas, como el blindaje, la movilidad y el poder de fuego.

Los helicópteros de combate claramente han aumentado su importancia, pero su efectividad en la guerra depende de varios factores: la táctica, la disponibilidad de tecnología y municiones avanzadas y la disponibilidad en el lado opuesto de moderno armamento para la defensa aérea. Tanto en Afganistán como en las Malvinas, el helicóptero mostró gran capacidad para apoyar con poder de fuego, movilidad y versatilidad a las fuerzas que enfrentaban un oponente guerrillero. Pero también, los helicópteros ligeros demostraron que son extremadamente vulnerables ante tiradores y lanza misiles SAM.

El examen de esas guerras modernas muestra, en cuanto a los sistemas logísticos, algunas lecciones que parecen reiterarse:

  • En la guerra de Irán-Irak, la logística y el apoyo actuaron como sustitutos de la masa. Irak usó intensamente sus bases logísticas para compensar la superioridad de hombres por parte de Irán.

  • Los cálculos del consumo de municiones, armamento y reservas de guerra que se hacen antes del combate generalmente son rebasados, incluyendo el material más sofisticado, cuyo consumo se planifica con mayor detalle. Esta situación de sobreconsumo ha obligado a intentar sustituir el consumo por tácticas más adecuadas, mejor comando, control, comunicaciones e inteligencia (C3 I), maniobras y empleo de otras armas, así como el incremento de la letalidad.

  • Las fuerzas militares regulares padecen de una particular vulnerabilidad ante los ataques sobre sus líneas logísticas. Ninguna fuerza occidental puede suponer que el mar, el aire o la tierra y las facilidades de apoyo logístico serán seguras en la guerra del futuro, han señalado estrategas del Pentágono.

  • La rapidez para concentrar fuerzas militares es un principio básico de la ciencia militar, y el estudio de las guerras modernas lo confirma. En la actualidad eso significa aumentar las capacidades de acción regional asegurándose aliados locales, que proporcionen bases de apoyo a las fuerzas estadounidenses de intervención. Uno de los factores más críticos en las guerras recientes fueron los transportes para movilizar material de guerra decisivo, de manera directa y con la mínima demora. En todos los casos fue esencial cortar todas las trabas burocráticas o de organización en la guerra.

  • Hay abundantes pruebas de que los sistemas demasiado complejos de dirección son menos efectivos y más costosos.

  • Las fallas de muchas municiones y sistemas de operación en el desierto, las zonas pantanosas y la montaña reducen la letalidad y aumentan el consumo. Las implicaciones logísticas del terreno y el clima requieren una cuidadosa atención.

De esos análisis de las guerras modernas, los analistas del Pentágono concluyen: que es de importancia vital que "Occidente" no desestime las capacidades de un potencial enemigo que tiene que confiar en sistemas logísticos "primitivos", ya que muchas veces las características de éstos se encuentran asociadas a los sistemas más avanzados.

El Comando Central de Estados Unidos ha llegado a la conclusión de que invariablemente tendrá que combatir en alianza con fuerzas locales, en la guerra del Tercer Mundo. Esto supone ciertas bases tecnológicas, en la guerra de baja intensidad:

  • Diseño de equipo militar cuyo rehabilitamiento, mínimo apoyo requerido, fácil reparación y bajo consumo tengan igual o hasta superior prioridad que otras características.

  • Enfatizar el empleo de sistemas de alta tecnología para cubrir las necesidades de las misiones críticas, y minimizar los requerimientos de armamento y equipo en términos de cantidad y volumen.

  • Desarrollo de los sistemas de comando, control, comunicaciones e inteligencia y la rapidez de desplazamiento y apoyo tecnológico, que reducirán las tensiones y demoras inherentes a la creación o conversión de las nuevas bases operativas en el Tercer Mundo.

  • Facilitar la transferencia de armas, lo que alentará a los aliados locales a crear bases que empleen equipo estadounidense o directamente compatible.

Los problemas que observan el Pentágono y sus centros académicos para la implementación de una nueva estrategia tecnológica en la guerra del Tercer Mundo se refieren principalmente a las características del terreno, el clima y las condiciones políticas. Consideran que el más difícil de ellos es el factor político; la interacción de los problemas políticos locales, las limitantes del terreno, el clima y otras condiciones locales es considerada especialmente.

Pero además, han establecido que la dominación extranjera es un problema político extremadamente sensible para todo el Tercer Mundo. Las intervenciones armadas serán un gran agravio, a menos que "los estados occidentales" combatan contando con la cooperación directa de fuerzas locales y movimientos nacionales. La contrainsurgencia enfrentará una considerable resistencia si actúa exclusivamente como una fuerza de intervención foránea. Ahí radica la importancia de establecer posiciones políticas aliadas en el teatro de operaciones, controlando contingentes de la población desplazada por el conflicto o ganando la aceptación de las comunidades mediante la intervención sostenida de las Fuerzas de Asuntos Civiles, para la guerra de baja intensidad.

Las intervenciones estadounidenses y de otras potencias en la guerra del Tercer Mundo no serán exitosas si esas fuerzas no son capaces de distinguir a sus amigos de sus enemigos locales. Por eso, agregan, a nivel nacional una apropiada estrategia tecnológica debe incluir subestrategias para la venta de armas y la transferencia tecnológica a los gobiernos aliados, lo que a su vez permitirá a esos estados "combatir eficazmente junto con las fuerzas occidentales, disuadir y defender en crisis de baja intensidad, con ayuda occidental sólo limitada o indirecta".[12]

En el caso de que grandes crisis o conflictos hagan inevitable la intervención directa y masiva de las tropas estadounidenses, han considerado que una adecuada estrategia tecnológica, combinada con misiones de combate, permitirá compensar la inferioridad numérica y las bajas que sufran las fuerzas aliadas aborígenes.

Requerimientos tecnológicos

La inteligencia deberá estructurarse en la línea de la guerra contra los países pobres promoviendo la máxima fusión de HUMINT, PHOTINT, ELINT y SIGINT. Esto requiere una sofisticada fusión tecnológica de las diversas fuentes de inteligencia, para mejorar el procesamiento y el análisis de la información, así como para comunicarla a los mandos militares de Estados Unidos. La necesidad de esta clase de fusión ha sido discutida durante por lo menos una década entre los mandos yanquis, pero nunca se ha traducido en equipos y programas de cómputo prácticos (1989).

Dicen los comandantes de Occidente que tienen la necesidad vital de "ver el campo de batalla" en todo momento, y esto es imposible si las fuerzas aliadas locales no se ajustan a una cobertura continua y a las necesidades de los altos mandos, o si se atora el procesamiento de la información por deficiencias tecnológicas o de instrucción. La siguiente tabla muestra en forma resumida los problemas tecnológicos que plantea la estrategia de la guerra de baja intensidad.[13]

Retos Respuestas Tecnológicas

• Desierto, selva, montaña, terreno urbano.

• Avanzada tecnología, vehículos blindados ligeros y helicópteros de combate. Armamento portátil, para combate urbano, combate de montaña y guerra en el desierto.

• Condiciones climáticas diversas, desde montañas con nieve, a zonas tropicales y áridas.

• Equipo con mínimos requerimientos de mantenimiento, logística y reparación.

• Diseño de todo el equipo crítico "para todo clima".

• Disponibilidad incierta de bases de contingencia para las fuerzas de Estados Unidos.

• Creación de alta tecnología para Comando, Control, Comunicaciones e Inteligencia y equipo de rápida instalación.

• Helicópteros de combate y tiros de largo alcance. Vehículos terrestres con extenso alcance operativo.

• Carencias en la evaluación de la amenaza y en una fácil identificación de los blancos militares.

• Enfasis en HUMINT, sistemas de puntería avanzada para fuerzas terrestres y apoyo tecnológico en Comando, Control, Comunicaciones e Inteligencia.

• Necesidad de cooperación con fuerzas aliadas locales.

• Sistemas especiales para una fácil conexión de las fuerzas aliadas, que preserven la seguridad y la autonomía del sistema estadounidense.

• Necesidad de reducir el número de víctimas y pérdidas estadounidenses.

• Armamento de alta tecnología acoplado con inteligencia avanzada y sistemas de inspección para zonas urbanas, montaña y guerra predominantemente de infantería.

• Necesidad de maximizar el impacto de las fuerzas de intervención.

• Desarrollo del diseño de sistemas de "tecnología emergente" para suprimir rápidamente amenazas a bases aéreas, uso de armas como MRLs para conducir el fuego masivo de artillería, bombas con submuniciones, municiones de área. Alta tecnología para puntería.

• Potenciales fuerzas locales hostiles y movimientos políticos.

• Diseño de estrategia para la transferencia de armamento y tecnología a fin de maximizar la cooperación en el periodo preconflicto y la interoperatividad con fuerzas locales, permitir operaciones conjuntas y minimizar la necesidad de la presencia estadounidense o de otras fuerzas de Occidente.[14]


Notas:

[1]

Mayor Robert B. Adolph, subcomandante del Octavo Batallón de Operaciones Psicológicas de Estados Unidos, "Empleo estratégico de las Fuerzas de Operaciones Especiales", en Military Review, edición hispanoamericana, noviembre-diciembre de 1992.

[2]

Steven Metz, profesor de Conflicto de Baja Intensidad en el Departamento de Estudios sobre la Guerra del Air War College, en la Base Aérea Maxwell, Alabama, "Victoria y compromiso en la contrainsurrección", en Military Review, edición hispanoamericana, noviembre-diciembre de 1992.

[3]

Richard Nixon, No más Vietnams, Planeta, Barcelona, 1985.

[4]

Barbara Harff y Ted Robert, "Genocides and Politics since 1945: Evidence and Anticipation", en Inernet on the Holocaust and Genocide, The International Conference on the Holocaust and Genocide, Jerusalén, diciembre de 1987.

[5]

Claude C. Strurgill, Low Intensity Conflict in American History, Wesport, Connecticut, 1993.

[6]

Lucien S. Vandenbroucke, Perilous Options, Special Operations as an Instrument of U.S. Foreign Policy, Oxford University Press, Oxford, 1993.

[7]

Ibid.

[8]

Claude C. Sturgill, op. cit.

[9]

Ibid.

[10]

Profesor del Air War College, Air University de la Base Maxwell y del United States Army’s Military History Institute.

[11]

Claude C. Strurgill, op. cit.

[12]

Anthony Cordesman y Abraham Wagner, The Lessons of Modern War, San Francisco, 1990.

[13]

Ibid.

[14]

Desde enero de 1995, el alto mando militar de México comenzó una profunda reestructuración del ejército, cuyas líneas generales están contenidas en un documento confidencial: "El programa de desarrollo del ejército y la Fuerza Aérea mexicanos" y su anexo, resumidos por Ignacio Rodríguez Reyna de El Financiero. Esos documentos pretenden delinear el ejército mexicano del comienzo del siglo XXI, con base en las doctrinas militares estadounidenses y la noción de la guerra de baja intensidad. En octubre de 1995 el jefe del Pentágono, William Perry y el secretario de la Defensa Nacional, general Enrique Cervantes acordaron, en el Campo Militar número uno de la ciudad de México, establecer un organismo estadounidense-mexicano de cooperación militar.



Revista Chiapas
http://www.ezln.org/revistachiapas
http://membres.lycos.fr/revistachiapas/
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Chiapas 2
1996 (México: ERA-IIEc)


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