Chiapas
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Enrique Rajchenberg y Catherine Héau-Lambert
Los silencios zapatistas

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Presentación

Ana Esther Ceceña
Los desafíos del mundo en que caben todos los mundos y la subversión del saber histórico de la lucha

Jérôme Baschet
¿Más allá de la lucha por la humanidad y contra el neoliberalismo?

Enrique Rajchenberg y Catherine Héau-Lambert
Los silencios zapatistas

Armando Bartra
Las guerras del ogro

José Seoane
Rebelión, dignidad, autonomía y democracia. Voces compartidas desde el Sur

Entrevista con Alfio Nicotra,
Representante del Partido de la Refundación Comunista ante el Foro Social Europeo

Álvaro García Linera
La sublevación indígena popular en Bolivia


DEBATE

Joachim Hirsch
Poder y antipoder. Acerca del libro de John Holloway Cambiar el mundo sin tomar el poder

John Holloway
Gente común, es decir, rebelde. Mucho más que una respuesta a Atilio Borón


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Violeta R. Núñez
San Miguel Chiptik. Del acasillamiento a la autonomía

Raúl Ornelas
La guerra del gas: cuarenta y cinco días de resistencia y triunfo popular


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-¿Qué es? -me dijo.
-¿Qué es qué? -le pregunté.
-Eso, el ruido ese.
-Es el silencio
.

Juan Rulfo, El llano en llamas

El zapatismo irrumpió en el escenario político hace ya diez años con el ruido de las armas y con la palabra. Luego callaron las primeras y se inundó el espacio de sentido con la palabra, una palabra que sedujo a muchos y que se convirtió en nueva gramática del discurso político crítico. La proliferación de comunicados en que la declaración y el mensaje políticos iban precedidos por cuentos, narraciones de mitos fundacionales y leyendas condujo a no pocos a afirmar que el zapatismo consistía en esencia en un movimiento mediático. En última instancia, se quería sugerir que más allá del poder internético en manos de un intelectual urbano no indio no había gran subversión. Así, se minimizaba y devaluaba el alcance del zapatismo, pero también se generaba la idea de que el gobierno mexicano podría desbaratarlo en cualquier instante. Bastaría con secuestrar la computadora que difundía comunicados para liquidar al zapatismo.[1]

Además de que las palabras expresaban la resolución de ir construyendo un mundo donde cupieran todos los mundos, donde la matriz de las relaciones sociales fuera severamente trastocada, adquirían un valor original. Frente al ritual discursivo consagrado por la clase política, los textos del zapatismo revigorizaban y conferían nuevos significados al hablar para decir. No obstante, a lo largo de diez años los zapatistas también callaron en varias ocasiones.

En un mundo lleno de palabras, el silencio parece ser la nada: cuando la palabra se ausenta deja de haber significación, no se está diciendo nada, como si el único código posible fuera el de la palabra. Sin embargo hay muchos códigos: un gesto, un andar, un baile y el mismo silencio son "lenguajes" y son, por consiguiente, formas de expresión de sentido. Cuando la voz calla, se está diciendo sin hablar.

Durante los aparentes tiempos de vacíos de sentido, aquellos que habían caracterizado al zapatismo como esencialmente mediático pronosticaron la pérdida de legitimidad social del movimiento, imaginaron irreconciliables disputas en su seno que impedían decir algo, o incluso padecimientos letales que no permitían al vocero zapatista ni acercarse al teclado de la computadora.

Los silencios zapatistas fueron intervalos prolongados que causaban, al igual que en las reuniones sociales, incomodidad. Era una suerte de vacío que debía ser llenado. Al igual que, según se suele decir, el poder tiene horror del vacío, el discurso político del poder tiene horror del silencio.

El silencio zapatista, como veremos más adelante, estaba lejos de significar nada. No era el grado cero del discurso. Al contrario, ese silencio decía y durante el silencio los zapatistas hacían pero hacían en silencio.

El silencio es objeto de una reiterada referencia en sus comunicados. Se presenta casi siempre enunciado poéticamente aunque no consiste en una acrobacia retórica. Alude a una estrategia política y, sobre todo, a un ingrediente de la cultura política campesina.

En el principio es el silencio que grita

El silencio no puede ser definido como un déficit del lenguaje. Resulta equivocado colocar en el espacio del silencio las palabras que se dejaron de pronunciar. Al contrario, el silencio posee una eficacia discursiva, tanto el callar como el hablar tienen significado: "El silencio no habla; significa".[2] Por tanto, el silencio no son palabras pronunciadas en sordina, sino una forma de significar diferente a la de la palabra.

En la tradición bíblica, la palabra es el principio de todo lo que existe. Por ello, el silencio se considera igual a cero puesto que parece negar la autoridad divina que insufla la vida. Según san Juan, "En el principio la Palabra existía y la Palabra estaba con Dios, y la Palabra era Dios. Ella estaba en el principio con Dios. Todo se hizo por ella y sin ella no se hizo nada de cuanto existe".[3]

En cambio, en la tradición cultural maya, el silencio se concibe como matriz de lo que está por venir, antecede a la historia de los dioses. Si bíblicamente la palabra es fundadora, en esta tradición lo es el silencio. El Creador, el Formador, los Progenitores están inicialmente en la inmovilidad y en silencio:

Ésta es la relación de cómo todo estaba en suspenso, todo en calma, en silencio; todo inmóvil, callado y vacía la extensión del cielo.

Ésta es la primera relación, el primer discurso. No había todavía un hombre, ni un animal, pájaros, peces, cangrejos, árboles, piedras, cuevas, barrancas, hierbas ni bosques; sólo el cielo existía.

No se manifestaba la faz de la tierra. Sólo estaban el mar en calma y el cielo en toda su extensión.

No había nada junto, que hiciera ruido, ni cosa alguna que se moviera, ni se agitara, ni hiciera ruido en el cielo. No había nada que estuviera en pie; sólo el agua en reposo, el mar apacible, solo y tranquilo. No había nada dotado de existencia.

Solamente había inmovilidad y silencio en la oscuridad, en la noche. Sólo el Creador, el Formador, Tepeu, Gucumatz, los Progenitores estaban en el agua rodeados de claridad. Estaban ocultos bajo plumas verdes y azules, por eso se les llama Gucumatz.[4]

Recientemente John Holloway antepuso a la palabra el grito: "En el principio es el grito, [...] un grito de tristeza, de horror, un grito de rabia, un grito de rechazo: ¡NO!"[5] Nosotros consideramos que, en lo que concierne a los zapatistas, en el principio es el silencio.

Así como la palabra bíblica proviene de Dios, en el mundo laico el Estado se atribuye esa función. Por ello, "the State never stops talking".[6] El Estado no sólo es monopolio de la fuerza; es también monopolio en el espacio de la palabra.[7] No es que prohíba hablar, sino que procura que todos hablen como él: dicta los códigos del lenguaje. Y así sucede en el espacio público, como lo explicó James Scott: todos aparentan aceptar el orden instituido, legitimarlo y obedecer las reglas de la retórica de los poderosos, aun si ni bien éstos se alejan, el lenguaje de los débiles se vuelve subversivo y radicalmente cuestionador de la dominación.

El Estado habla incesantemente porque ello supone que los demás escuchan y escuchar en latín se dice obaudire que en español se traduce por "obedecer". Por su parte, la "audición, la audientia, es una obaudientia, es una obediencia".[8] El elemento indisociable de quien habla sin tregua es la obediencia también incesante de quien escucha o está obligado a escuchar. Con las palabras al igual que con la música y el ruido sucede que no hay forma de dejar de escuchar: a diferencia de los párpados de los ojos, los oídos no están hechos para dejar de escuchar: "No hay hermetismo ante lo sonoro. El sonido toca illico el cuerpo, como si el cuerpo ante el sonido se presentara, más que desnudo, desprovisto de piel".[9]

Por ello mismo, el Estado no deja de hablar, porque la única forma de no escuchar las voces que discrepan o se oponen a la sintaxis oficial es hablando: "El lenguaje no se oye nunca al hablar, se produce adelantando su audición".[10] Recíprocamente, "callar es en primer lugar apartarse de la sordera en que estamos con respecto al lenguaje en nosotros".[11]

En ese sentido, el Estado silencia, exige silencio a los que deben escuchar, así como el maestro de escuela lo ordena a los pupilos, el cura a los fieles, el líder del partido a los militantes, la televisión a la audientia. Los segundos son siempre el coro que acompaña a las voces protagónicas. Es la política de monólogo.[12]

Si bien el poder político, cultural, mediático, religioso, exige obaudientia, no puede quedarse sin audiencia. Ésta es una situación límite no prevista por quien no cesa de hablar. Es la diferencia entre el monólogo y quedarse hablando solo. Esto fue lo que aconteció cuando los zapatistas optaron por el silencio ante la imposibilidad de seguir dialogando con el gobierno mexicano.

El silencio es para el poder potencialmente peligroso. Por una parte, porque hay una imposible representación del silencio, del "reverso de los sonidos",[13] como lo definen los músicos. Aquello que no es representable no puede tampoco ser usurpado, expropiado.[14] El silencio y sus sentidos pertenecen a quien calla, mientras que las palabras pueden ser falseadas, extraídas de su contexto original, refuncionalizadas en una cadena de significados diferentes o incluso pronunciadas diferentemente. Por ello, "el silencio [...] forma parte [...] del arte de hablar con todas sus ventajas y derechos".[15] No obstante, siguiendo a Lacan, debe diferenciarse el silencio como sileo, estado pasivo, del taceo, acto de callar algo, silencio activo.[16] Por otra parte, porque la irrupción de la palabra después de un prolongado silencio es siempre incontenible, portadora de una crítica social sin complacencias. Es como un dique roto bajo la presión del agua que no soporta más seguir envasada. Así fue el 1° de enero de 1994: se rompió un muy largo silencio con el ¡Ya basta! Ese multisecular silencio fue una herramienta de la paciente resistencia que, por tanto, lejos de significar incapacidad para decir expresaba que en lugar de someterse a una réplica del discurso del poder que los humilla más valía enmudecer. O sea, ese silencio era una forma de mantener la dignidad. En los usos posibles del silencio radica el nerviosismo que manifiesta la clase política cuando los zapatistas callan.

En la sociedad mexicana, el silencio posee un peso específico porque ésta es fuertemente "oralizada". El mayor acontecimiento del presidencialismo, su consagración anual, es el informe de gobierno, rito político que corona la palabra gubernamental. Es una ceremonia que se extiende a lo largo de varias horas y que justificaba hasta hace poco la sacralización del 1° de septiembre, día del informe, en feriado nacional. Aunque el actual presidente se limitó a informar brevemente a la cámara de diputados sin decretar un feriado, su contacto con la sociedad civil está mediatizado por la palabra, por ejemplo su programa radiofónico semanal Fox habla contigo. La comunicación oral adquiere poderes milagrosos en esta concepción de una palabra catártica.[17]

El silencio de los vencidos

Los zapatistas, con frecuencia en la pluma de Marcos, asombraron por la construcción discursiva de sus reclamos, de explicación de su utopía, de su crítica al poder. La profusión inicial de comunicados fue interrumpida más adelante, como ya se dijo, por periodos de silencio. Sin embargo los silencios zapatistas no fueron únicamente respuestas a una ofensiva estatal, a la traición o al incumplimiento de la palabra empeñada con anterioridad por los gobernantes. El silencio ocupa un papel central en el discurso zapatista que, no obstante, fue descuidado por la sobrestimación que en la cultura occidental se confiere a la palabra abundante como evidencia de la superficie ocupada en el escenario político y como instrumento de convencimiento de las masas.

Las referencias al silencio en los comunicados son reiteradas pero admiten diversos sentidos.

No hablar o dejar de hablar es emblema de la derrota. Sólo habla el que conquista este espacio. Ciertamente, este sentido del hablar está presente en el discurso zapatista pero de forma negativa. Para ellos, los quinientos años de conquista fueron de silenciamiento: "Hoy, en casi quinientos años de resistencia y de rebeldía en contra de la opresión y del sometimiento; después de un largo tiempo de silencio, de un profundo sueño y dolor, de un largo tiempo de callar, de soportar y de esperar".[18]

El indio sin palabra se dibuja entonces como el símbolo más acabado de su exclusión, de sus no derechos: la palabra pertenece tan sólo a la gente de razón, mientras el silencio se vuelve sinónimo de animalidad: "Abajo, en las ciudades y en las haciendas, nosotros no existíamos. Nuestras vidas valían menos que las máquinas y los animales. Éramos como piedras, como plantas que hay en los caminos. No teníamos palabra".[19]

El silencio forzado, obligado, impuesto, o sea, el silenciamiento impide decir el dolor y el sufrimiento.[20] Como para taparlos, el poder habla: "El poder usa la palabra para imponer su imperio de silencio".[21]

El momento de la rebelión es, por tanto, el de la recuperación de la palabra, el fin del silenciamiento: "Para el poderoso nuestro silencio fue su deseo. Callando moríamos, sin palabra no existíamos. Luchamos para hablar contra el olvido, contra la muerte, por la memoria y por la vida".[22]

Puesto que para el poder la marca indeleble de la presencia política es la palabra, el silencio lo es de la continua derrota de los de abajo. La confusión entre silencio y silenciamiento lo conduce por una vereda equivocada. Cuando Marcos relata los diez años de preparación previa al alzamiento de 1994, describe cómo sus furtivos pasos lograron desorientar al gobierno: "Pensaban ellos, los del doble rostro, que por siempre habían enmudecido nuestros gritos [...]. Pero en el nada ocurre andaba nuestro paso por noches y montañas. En silencio hablábamos [...]. Diez años callaba, despacio maduraba la esperanza rota, sin hablar hablaba nuestra palabra".[23]

Una situación similar se produjo en 1997 cuando después del incumplimiento gubernamental a los acuerdos de San Andrés, los zapatistas callaron. Un editorialista exclamaba que así como los peces no pueden vivir sin agua, Marcos no podía dejar de aparecer en los periódicos. Ello era la muestra de su declinante popularidad.[24] Empero, cuando el silencio se prolonga, el nerviosismo crece ante lo que algunos denominan la posibilidad de un golpe espectacular.

El silencio que viene de muy lejos

Antes de que llegara Durito a los comunicados,[25] el viejo Antonio era el interlocutor de Marcos. Personaje sigiloso, es portador de la memoria comunitaria que permite a los hombres y mujeres decidir guiándose por la sabiduría de la tradición. Las respuestas y los consejos que propone no implican un apego ortodoxo a cánones prestablecidos, sino que a través de metáforas y de narraciones sobre el origen del mundo confiere un sentido a la situación concreta, es decir, interpreta la tradición en función del momento histórico específico. En suma, es una tradición no tradicionalista transmitida por los viejos.

La herencia cultural fijada en la tradición y recreada a través de la memoria hace que los muertos hablen. No hay silencio sepulcral, sino sólo para los vivos que viven la muerte del olvido y que, como acabamos de ver, no pueden ni hablar su dolor. Los muertos no representan entonces el mutismo absoluto, sino que comparten el mundo con los vivos, a ellos les hablan y éstos hablan por los muertos: "¿Quién es quien toma mi voz y pone en mis labios las palabras?"[26] A su vez, los zapatistas escuchan a sus muertos: "Aquí, en las montañas del sureste mexicano, viven nuestros muertos. Muchas cosas saben nuestros muertos que viven en las montañas. Nos habló su muerte y nosotros escuchamos".[27]

Los muertos son nombrados como los "más viejos" o "los más antiguos abuelos" quienes, según el viejo Antonio, cuentan en tiempo presente y no en pasado, como si se dijera contaban. A ellos les regalaron "la palabra y el silencio para darse a conocer y para tocar el corazón del otro".[28]

Palabra y silencio, hablar y escuchar, poseen una significación política extraída de un acervo cultural campesino. El ir y venir de uno a otro corresponde a los momentos del ciclo agrícola que discursivamente es empleado como referente del ciclo político:

Cuando el cielo calla, cuando el sol y la luna reinan con silencio, y cuando el suelo esconde tras su dureza su quehacer interno, los hombres y mujeres de maíz guardan la palabra y la trabajan pensando. Cuando el techo de la tierra se grita con nubes, lluvias y viento, cuando luna y sol asoman cada tanto, y cuando la tierra se abre con verde y vida, los hombres y mujeres verdaderos nacen de nuevo la palabra en la montaña que es su casa y camino.[29]

Así, el silencio y la palabra se alternan porque "hay tiempos de ruido y de silencios".[30] Sin embargo, el silencio es equiparable a la tierra mientras germinan las siembras. Aparentemente nada sucede, pero ese silencio es sonoro, "puede sonar fuerte" bajo la superficie, "gritamos siempre, incluso cuando estamos callados".[31]

La presencia silenciosa de los zapatistas en los actos públicos contrasta con el ruidoso "aquí estamos" de las movilizaciones de los sujetos urbanos. Gritar consignas que identifican a un contingente en una marcha es el modo en que se hace presente y declama adhesión a un acto citadino como si cuanto más fuerte sonara la palabra gritada o coreada, más contundente fuera la presencia y la solidaridad. En cambio, cuando los indios chiapanecos se dirigían a Oventic en agosto de 2003 para el acto de fundación de las juntas de buen gobierno, lo hicieron en "silencio total".[32]

El silencio en la cultura política zapatista

Cuando los "más viejos" cuentan los orígenes del mundo, narran los avatares de los dioses quienes lejos de saberse los secretos de la vida sufren traspiés puesto que se equivocaron o se equivocan. O sea, son dioses a la medida de los hombres y las mujeres. En "Historia del uno y de los otros", los dioses eran pequeños todavía y "no mucho sabían". No obstante, no cesaban de hablar al mismo tiempo y, por ello, no alcanzaban a entenderse unos a otros. Hasta que uno propuso que había que hablar por turnos: "Y dicen los más viejos de nuestros viejos que ése fue el primer acuerdo de la historia, el de no sólo hablar sino también escuchar".[33]

El binomio escuchar-hablar, la alternancia entre el silencio y la palabra, se reitera en los documentos zapatistas. Por supuesto, este silencio no es sileo, sino taceo, silencio activo, y, en consecuencia, no es tampoco un pasivo obaudire. Escuchar significa que otros hablan y que la legitimidad del hablar se deriva del haber escuchado, o sea callado. El silencio define, desde esta perspectiva, una cultura política democrática que debe incluir las muchas voces de la resistencia que se escuchan unas a otras, "reconociéndose diferente en las tonalidades y niveles de las voces que la forman".[34]

El zapatismo estableció en el pensamiento y en la acción políticas una ruptura con las certezas hasta hace poco indiscutibles y sostenidas por la izquierda. La noción de una meta y un camino previsibles y conocidos con antelación por los dirigentes de un movimiento permitía justificar las formas de la representación política delegativa porque ellos hablaban en nombre de..., actuaban como si fueran..., sabían mejor lo que el pueblo quería pero que no sabía cómo, etcétera. Los zapatistas trastocan en profundidad esta concepción y resumen su postura en el "preguntando caminamos". No se sabe de antemano qué camino tomar ni tampoco si la dirección es la adecuada. Se necesita pues preguntar, es decir, aprender:

Sabemos callar. Sabemos escuchar. Sabemos aprender. Con su silencio que escucha para aprender, para buscar y encontrar, los indígenas rebeldes hacen la mejor aportación a una nueva cultura política, a la democracia, a la construcción de un nuevo y mejor país.[35]

El silencio como ingrediente de una cultura política informa también las acciones de la rebeldía: "Silencio, dignidad y resistencia fueron nuestras fortalezas y nuestras mejores armas".[36] Es un silencio que no dice públicamente su nombre porque es el que acumula fuerzas; el callar imprescindible para hacer crecer y multiplicar "la digna máscara de la resistencia". Es preciso saber qué dirección adoptan los vientos de arriba: "El buen cazador no es el buen tirador, sino el que es buen escuchador, me dice el viejo Antonio",[37] porque el que sabe escuchar descubre el significado de cada sonido.

A los tambores de guerra con que anuncia el gobierno el enfrentamiento, el EZLN responde con el silencio.[38] Es un silencio acusador que denuncia quién promueve la guerra:

Vimos a la guerra venir de arriba con su estruendo y vimos que pensaron que responderíamos y ellos harían el absurdo de convertir nuestras respuestas en argumentos para aumentar su crimen [...]. Nuestro silencio desnudó al poderoso y lo mostró tal y como es: una bestia criminal.[39]

Pero también el tiempo de callar y de escuchar corresponde a la necesidad de sentir "por dónde soplan los aires de los mundos de abajo", de conocer las iniciativas, la disposición o la movilización de los otros "sin voz". Es la palabra que se detiene para oír la respiración de los otros.

El silencio que grita y la palabra vacía

El hablar incesante acaba por vaciar de sentido la palabra. Es la palabrería, la cacofonía del poderoso "que gobierna con poco oído y mucha lengua".[40] Pero un Estado que, parafraseando a René Zavaleta, no oye los ruidos de la sociedad civil, menos aún percibe los silencios.

Para que la palabra recobre su valor, es necesario detenerse y callar.

A lo largo de los diez años transcurridos desde enero de 1994, el gobierno ofreció propuestas de diálogo a los zapatistas que concluyeron en la traición, en el incumplimiento de los acuerdos y en la sordera del poder. Los zapatistas se negaron a responder cada vez que el poder hablaba de ellos. Se les reprochó precisamente porque algunos consideraron que a la voz fuerte había que contestar con una aún más fuerte. Los indios de Chiapas evitaron la vocinglería que hubiera resultado y optaron por callar: "Contra nuestro silencio se estrellaron una y otra vez las punzantes mentiras".[41] Así, dejaron al poder hablando solo, en el vacío, su silencio desairó al poder. Lo silenciaron dejándolo sin audientia e invirtieron la relación histórica de silenciamiento. No los están callando, no les falta la palabra, sino que con su silencio interpelan nuestra cultura política excesivamente discursiva que no sabe escuchar. Es un silencio que, paradójicamente, ha tomado el control del espacio de la palabra para recordarnos que la verdadera política implica un saber escuchar y no sólo un saber hablar, hacer una pausa en el discurso para oír las voces de la memoria, oír las voces de la sociedad civil. Es un silencio que evidencia la incomprensión-sordera-insensibilidad de una cultura política occidental que pone el verbo al origen de la creación, ante una cultura campesina e indígena que pondera el silencio como requisito para la acción. Una agita la palabra para que retroceda el silencio ("vade retro Satán"), mientras que la otra se envuelve de silencio para preparar y anunciar una nueva etapa. El peso discursivo del silencio indígena se equipara al valor de los silencios en una partitura musical donde la pausa anuncia y pone de relieve el siguiente movimiento.


Notas:

[1]

Bajo esta concepción, los cuerpos de seguridad de México consideraron en 1997 que les bastaban cuatro horas para detener a toda la dirección del EZLN (Raymundo Riva Palacio, "Guerrilla para largo", Reforma, 27 de enero de 1997).

[2]

Eni Puccinelli Orlandi, As formas do silêncio, São Paulo, Editora da Unicamp, 1992, p. 44.

[3]

Evangelio según san Juan, 1,1.

[4]

Popol Vuh, citado por Alfredo López Austin, Los mitos del tlacuache, Alianza Editorial, México, 1990, p. 63.

[5]

John Holloway, Cambiar el mundo sin tomar el poder, Universidad Autónoma de Puebla-Herramienta, Buenos Aires, 2002, p. 13.

[6]

William Roseberry, "Hegemony and the Language of Contention", en Corrigan y Sayer (coords.), Everyday forms of State Formation, Duke University Press, Durham, 1994, p. 363.

[7]

Eni Puccinelli destaca que el silencio es fundacional, mientras que la palabra constituye un "exceso" con respecto a aquél. De ahí las expresiones binarias "guardar silencio/tomar la palabra"; "permanecer en silencio/apropiarse de la palabra" (As formas do silêncio, cit., p. 32). Como se deja ver, los verbos que denotan la acción de hablar son los mismos a los empleados para referir, en cierta tradición revolucionaria, la acción política con respecto al Estado. Huelga reafirmar entonces que la palabra es un espacio de poder.

[8]

Pascal Quignard, El odio de la música. Diez pequeños tratados, Andrés Bello, Santiago de Chile, 1998, p. 106.

[9]

Ibid., p. 108.

[10]

Ibid., p. 126.

[11]

Ibid.

[12]

John Holloway y Eloína Peláez, "Sur les cendres des illusions brûlées", en Henri Rajchenberg (coord.), Chiapas, dialogue pour la dignité, Cahiers Marxistes, Bruselas, 1998, p. 42.

[13]

Françoise Fonteneau, La ética del silencio, Atual-Anáfora, Buenos Aires, 2000, p. 210.

[14]

Roland Barthes explica cómo Rimbaud y Mallarmé, el Hamlet de la escritura, en su preocupación por evitar la impostura, concibieron el silencio como única opción (El grado cero de la escritura, Siglo XXI, México, 1973, p. 77).

[15]

Fonteneau, La ética del silencio, cit., p. 153.

[16]

El silencio pasivo más extremo es el del cadáver, pero, en este caso, como lo demostró De Certeau, el cuerpo silencioso se vuelve legible, interpretable y traducible para quien lo observa. Por ello, la medicina y la historiografía modernas nacen casi de manera simultánea: esta última escinde el pasado y el presente, y trata a aquél como muerto. Ésta es la condición de la legibilidad historiográfica occidental (Michel de Certeau, L’écriture de l’histoire, Gallimard, París, 1975).

[17]

Se suele decir en México "hablando se entiende la gente". En un contexto así adquiere sentido la promesa de Fox de resolver el conflicto en Chiapas en quince minutos, dialogando con Marcos en una suerte de conversación de demiurgos.

[18]

Mensaje del comandante David ante el Congreso de la Unión, 28 de marzo de 2001, en La marcha del color de la tierra. Comunicados, cartas y mensajes del EZLN, Rizoma, México, 2002, pp. 380-81.

[19]

Inauguración del Encuentro Intercontinental, 27 de julio de 1996, en EZLN. Documentos y comunicados, Era, México, t. 3, pp. 312-13. (EZLN. Documentos y comunicados, se publicó en 4 volúmenes entre 1994 y 2003.)

[20]

"Sin permiso de nadie nos moríamos sin esperanza, con dolor nos moríamos, dolían la muerte y el silencio" (Inauguración del Foro Nacional Indígena, 4 de enero de 1996, ibid., p. 91).

[21]

Comunicado con motivo del 12 de octubre, 12 de octubre de 1995, en ibid., p. 38.

[22]

Cuarta Declaración de la Selva Lacandona, 1° de enero de 1996, ibid., p. 81.

[23]

Respuesta a la Declaración Morelense, 14 de abril de 1994, ibid., t. 1, p. 215.

[24]

Catón, "La Paca y el Sub", Reforma, 10 de febrero de 1997. En 2002, el gobierno repitió el error: "Mientras los voceros de Los Pinos, asumiendo que su plan era la realidad, e interpretando lo que creían era ‘el silencio zapatista’ intensificaron campañas de propaganda hacia el exterior sosteniendo que habían logrado terminar con la inconformidad en Chiapas" (Luis Javier Garrido, "La autonomía", La Jornada, 8 de agosto de 2003).

[25]

Durito, cuyo nombre completo es Nabucodonosor, el escarabajo que estudia "el neoliberalismo y su estrategia de dominación en América Latina", aparece por primera vez el 10 de abril de 1994, pero ocupará un lugar más protagónico en los comunicados y cuentos de Marcos con posteridad.

[26]

Mensaje del Subcomandante Insurgente Marcos, "Sólo venimos a preguntar", 5 de marzo de 2001, La marcha del color..., cit., p. 173.

[27]

Inauguración del Encuentro Intercontinental, 27 de julio de 1996, EZLN. Documentos y comunicados, cit., t. 3, p. 313.

[28]

Comunicado con motivo del 12 de octubre, 12 de octubre de 1995, ibid., p. 38.

[29]

Invitación al Segundo Encuentro Intercontinental en el Estado Español, "Los sonidos del silencio", julio de 1997, ibid., t. 4, p. 76. En el mismo documento se dirá más adelante que los zapatistas callaron, en referencia al primer semestre de 1997, para "sembrarnos de nuevo". En términos semejantes, en la Cuarta Declaración de la Selva Lacandona, "en silencio se siembra la palabra" (1° de enero de 1996, ibid., t. 3, p. 89).

[30]

Ibid.

[31]

Palabras leídas por Claribel en el Zócalo de la ciudad de México, 12 de septiembre de 1997, ibid., t. 4, p. 91.

[32]

"Batallones de simpatizantes zapatistas marchan en silencio en Oventic", La Jornada, 8 de agosto de 2003.

[33]

11 de diciembre de 1998, EZLN. Documentos y comunicados, cit., t. 4, p. 268.

[34]

Clausura del Encuentro Intercontinental, 3 de agosto de 1996, ibid., t. 3, p. 347.

[35]

Clausura del Foro para la Reforma del Estado, 6 de julio de 1996, ibid., t. 3, p. 302.

[36]

Quinta Declaración de la Selva Lacandona, 17 de julio de 1998, ibid., t. 4, p. 227.

[37]

Mensaje del Subcomandante Marcos, Juchitán, Oaxaca, 25 de febrero de 2001, La marcha del color..., cit., p. 96.

[38]

"Nuestra voz se apagó de una vez por el ruido de los carros de guerra", "Vengan, hermanos", 12 de marzo de 1995, EZLN. Documentos y comunicados, cit., t. 2, p. 275.

[39]

Quinta Declaración de la Selva Lacandona, 17 de julio de 1998, ibid., t. 4, p. 228.

[40]

A los marchistas de Xi-Nich y de Las Abejas, diciembre de 2000, La marcha del color..., cit., p. 14.

[41]

Quinta Declaración de la Selva Lacandona, EZLN. Documentos y comunicados, cit., t. 4, p. 227.



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