El levantamiento armado del Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN) el 1° de enero de 1994, independientemente del desenvolvimiento que pueda tener a futuro, cambió la concepción de los movimientos revolucionarios con que habíamos convivido por más de cien años. América Latina ciertamente ha cobijado en su seno varios de estos movimientos durante el siglo XX. Las luchas revolucionarias y guerrilleras forman parte del acervo político y cultural latinoamericano y, sin duda, contribuyeron a diseñar las rutas, posibilidades y límites de la expresión social. Sin embargo, la manera como se desarrollaron esas luchas y su carácter frontal o, en alguna medida, excluyente y poco versátil, corresponde al momento o modalidad de la organización capitalista.
Las características y alcances de las fuerzas productivas, entre las cuales el trabajo sigue siendo el elemento creativo, marcan objetivamente el escenario y las condiciones de la lucha, expresión y reivindicaciones sociales. Es a partir del proceso de trabajo y de la organización general del proceso de acumulación de capital que se define el ámbito, versatilidad y posibilidades del movimiento social y, por tanto, es en esta línea donde debe ser explicado el carácter ciudadano que adoptan los movimientos reivindicativos o emancipatorios contemporáneos.
La hipótesis que sometemos aquí a una primera exploración propone que la evaluación del movimiento zapatista de este fin de siglo y su capacidad inédita de interpelar, promover e involucrar al movimiento civil ciudadano dentro de un mismo proyecto emancipatorio debe tener como referencia las profundas modificaciones tecnológicas y organizativas que el capitalismo introduce. Desde esta perspectiva, la aplicación de la electroinformática en el proceso de reproducción material de la sociedad como núcleo tecnológico básico, forma parte de las condiciones objetivas que han permitido la confluencia de grupos sociales sumamente diversos, cuyo rasgo común parece ser su carácter ciudadano.
1. Nuevas definiciones en el proceso de reproducción capitalista
El proceso de reproducción capitalista, como es sabido, se sustenta en la posibilidad de apropiación continua de la naturaleza y de la capacidad de trabajo del hombre mediante la objetivación de habilidades, conocimientos y saberes. En la medida en que se desarrolla la objetivación, las fuerzas productivas técnicas, más posibilidades hay de conocer y transformar la naturaleza y más amplio y profundo es el ámbito de la apropiación. Los enormes avances tecnológicos permiten en la actualidad penetrar campos antes inexpugnables y crear, revalorar o descubrir nuevos espacios de valorización y de desarrollo de las fuerzas productivas como pueden ser los que se despliegan con la nueva capacidad para inmiscuirse en el universo genético de la biodiversidad. Estas nuevas rutas y los nuevos modos de transitarlas requieren adecuaciones sociales muy profundas que implican desde modificaciones en la calidad de la reproducción humana hasta el condicionamiento de los modos de procesamiento mental que se está impulsando a través de la computarización generalizada, pasando por ajustes cuantitativos y cualitativos del mercado de trabajo o del ejército internacional de reserva.
a. Esferas de la apropiación capitalista
Las últimas décadas han estado caracterizadas por una profunda transformación tecnológica y social propiciada por la introducción de la electroinformática[1] en todos los campos de la producción y organización capitalistas. Los procesos de producción han podido desmembrarse, diversificarse y actuar con la flexibilidad de los pequeños, manteniendo las ventajas de los grandes. La tecnología electroinformática permite el enlace armónico de procesos parcelados, la articulación de producción y mercado mediante el control puntual de inventarios, la circulación del capital a través de símbolos informáticos, el desplazamiento de procesos de fabricación con una simple transmisión de datos y, en resumen, la ampliación del control capitalista sobre los procesos de producción y reproducción, así como de la riqueza generada.
De hecho, la electroinformática constituye una propuesta tecnológica de espectro amplio, susceptible de ser aplicada a actividades tan diversas como un complicado procesamiento matemático, el diseño de un vehículo espacial, el control de inventarios en una tienda o las transacciones financieras en un banco. Ha logrado establecer circuitos de información mundiales que agilizan los movimientos de capital, reducen los tiempos de circulación y abren la posibilidad de enfrentar a la clase obrera sobre nuevas bases, correspondiendo a un proceso de producción que se apropia esferas antes externas y complejiza con ello el mundo de la producción. Actividades de diseño, administración, gestión de inventarios y mercados, etcétera, han sido subsumidas en el proceso directo de producción.
Esta diversificación produce, a su vez, un movimiento correspondiente en el perfil de la clase obrera.
b. Diversificación del proletariado y ejército internacional de reserva
Del lado de la clase obrera ocurren dos tipos de movimientos como resultado de este nuevo modo de organizar la producción:
1. La internacionalización del capital que ha logrado un significativo salto en la articulación mundial de todos los espacios, propicia un cosmopolitismo o una conciencia de la ubicación particular en referencia al imaginario colectivo que ahora es mundial. La homogeneización técnica de la producción que permite fabricar una mercancía a partir de diversos procesos salpicados en todos los rincones del mundo, permite también la inserción de la fuerza de trabajo de manera más libre, concediéndole mayor movilidad. Esto consolida la constitución de ejércitos proletarios regionales y fortalece las bases del ejército proletario mundial, cuya mejor expresión se concentra en el territorio estadounidense. Sin embargo, aunque la implantación de un patrón tecnológico común y la tendencia a la homogeneización de los patrones de consumo contribuye a incrementar la versatilidad de la fuerza de trabajo o, dicho de otro modo, su sustituibilidad, la internacionalización del capital tiene como uno de sus móviles fundamentales el aprovechamiento de las disparidades históricas y culturales que ofrecen variedad en costumbres, destrezas y salarios, por mencionar sólo algunos de los elementos más importantes.
Contradictoriamente, el capital que promueve la homogeneización se sirve de la heterogeneidad. Las discrepancias entre grupos culturales distintos dentro de la clase obrera permiten, además de tener un obrero colectivo mucho más diverso y hábil, mantener la atomización y competencia que abarata y desmoviliza a la fuerza de trabajo. En resumen, la implantación planetaria de un mismo patrón tecnológico y la articulación mundial del proceso de acumulación crea las bases materiales para construir un trabajador colectivo más versátil, movible y cosmopolita, pero las necesidades de la valorización y la propia resistencia mostrada por el sujeto proletario fortalecen las identidades culturales diversas.
2. Cuando se dice clase obrera, sin embargo, es necesario hacer una diferenciación con su apelación tradicional. La clase obrera ha tendido a complejizarse tanto como las condiciones materiales de la producción, al punto de que ahora abarca sectores cuya apariencia más bien llamaría a diferenciarlos. Mediante la computarización ha empezado el proceso de apropiación ya no de los tiempos y movimientos físicos del trabajador sino de los modos de procesamiento mental, mediante su simplificación en rutas y opciones predeterminadas. El trabajador intelectual que se encuentra inserto en este proceso conforma una capa de la sociedad que difícilmente comparte dinámicas de vida con los tradicionales operarios fabriles. La enorme diversificación de tareas y la articulación de muy diversos niveles de subsunción produce una clase obrera (propietarios sólo de su fuerza de trabajo) cuya principal característica ya no es el overol y la grasa en las manos. El colectivo de trabajadores sometidos al dictamen del capital en esta nueva fase de su desarrollo es tan diverso casi como la propia sociedad, en la medida que muchas actividades anteriormente externas o colaterales al proceso de producción han logrado ser incorporadas en el mismo.
2. Nuevas definiciones en el proceso de emancipación social
La emergencia de nuevas formas de expresión social forma parte de la construcción del sujeto proletario moderno y guarda una estrecha relación con su propia diversidad interna. Los canales tradicionales de expresión social de la clase no sólo fueron ampliamente derrotados con la reestructuración capitalista sino que ahora se muestran insuficientes e incapaces de dar cuerpo a la complejidad estructural existente, mucho menos a la cultural. La rigidez de las organizaciones obreras tradicionales y la derrota de las luchas operarias provocaron su vaciamiento y la proliferación de instancias de manifestación alternativas, aunque ciertamente informes. En la medida en que avanza la concentración del capital y el dominio sobre espacios no capitalistas, lo hace también la desposesión o exclusión de amplias capas sociales de las decisiones del poder que, por ello, se ven compelidas a reclamar por diferentes vías sus derechos ciudadanos. Aquello que ha sido conceptuado por muchos como los nuevos sujetos sociales, en realidad es expresión de la nueva versatilidad del sujeto que comparte con el anterior, mucho más preciso y tangible, su desposeimiento de capacidad decisoria social y la necesidad de convertirse en real sujeto de la historia para lograr su emancipación.
Efectivamente, en los últimos años observamos un desplazamiento de las bases de organización social desde la esfera de la producción hacia la de la reproducción y, por tanto, reivindicaciones de ciudadanía, de pertenencia a la nación y de igualdad de derechos más que propiamente de clase. Por un lado esto parece responder a la extensión del proceso productivo hasta el domicilio y por otro a la enorme socialización/exclusión sobre la cual se sustenta. O bien, habría que plantear que la fábrica se amplió y se tornó difusa, o bien que la dominación salió de la fábrica y ocupó las calles, penetrando y buscando determinar modos y contenidos del consumo, la recreación y, en términos generales, la reproducción de la fuerza de trabajo, que se extiende hacia todos los ámbitos de la vida social.
Esta ampliación difusa de la esfera de valorización y dominación capitalista, que penetra de manera muy significativa la vida privada, provoca un desplazamiento de los espacios de la insubordinación:[2] es necesario rebelarse contra las formas y contenidos del entretenimiento tanto como contra la alimentación transformada en relleno energético o fast food, o contra el contenido desposeedor del trabajo que mata la creatividad y desgasta excesivamente el cuerpo. Entre todos estos espacios, los relacionados con la reproducción y vida cotidiana son los más evidentes o inmediatos. Por estas razones, las movilizaciones sociales han tomado como espacio la colonia, el género, la profesión y las identidades grupales en torno a patrones de consumo[3] similares.
El conflicto entre las clases, sobre todo en su versión fabril, parece mucho más restringido a un grupo determinado de la población y no resulta tan obvia su conexión con el resto, cuestión que ha llevado a plantear la obsolescencia de la lucha de clases para el mundo contemporáneo, sin un previo análisis de las nuevas condiciones y esferas de la valorización del capital y, por consiguiente, de la explotación capitalista.
3. La irrupción ciudadana en México
La experiencia de la colonia en México (y en todo el tercer mundo) creó una conciencia de subordinación que no pudo ser erradicada con el movimiento de Independencia. La constitución de la nación mexicana realmente fue asumida sólo por la clase política o la clase dominante criolla y el resto de la población, en diferentes grados, se mantuvo subordinada a la ahora nueva estructura del poder. El racismo, cuidadosamente construido durante la época colonial, se mantuvo como mecanismo de ordenamiento social e impidió a la mayoría de la población convertirse en ciudadana. La nación pertenecía a la clase dominante.
Con variantes, esta conciencia se mantiene hasta 1968, aunque mermada por la Revolución de 1910 y por la expropiación petrolera en 1938. El movimiento estudiantil del 68 es el primer movimiento realmente ciudadano en México, que reclama participación en el proyecto nacional y propone, aunque a veces implícitamente, alternativas de organización social y capacidad de autogestión. Por primera vez en la historia de este país la sociedad exige su espacio propio, sin intromisión del gobierno, para gestionarse a sí misma.
Este movimiento tendió a diluirse después de la masacre del 2 de octubre. Su sentido estaba planteado mucho más en una rebeldía social que en los objetivos explícitos marcados en su pliego petitorio y, por lo mismo, no tenía condiciones de mantenerse como movimiento organizado sino más bien como una actitud de reconquista del espacio social. El 68, no hay que olvidar, indica el comienzo del periodo de reestructuración capitalista que fue madurando a lo largo de los últimos veinticinco años. Con él maduró también esa nueva conciencia de la sociedad sobre sí misma que se empezó a manifestar en plenitud desde el 1° de enero de 1994.
4. Ciudadanía social y Tratado de Libre Comercio
De acuerdo con todas las normas de comportamiento social establecidas hasta ahora, un levantamiento armado era la confesión de la sociedad, o de una parte de ella, de su imposibilidad de ejercer sus derechos sociales. América Latina, inserta en la economía mundial como uno de sus polos, enfrenta históricamente sus contradicciones de la manera más aguda y violenta. La depauperación de América Latina no es relativa sino absoluta, es el límite de la explotación humana y, en épocas de crisis o reajuste de la economía mundial, se convierte en el espacio de saneamiento o recorte del ejército internacional de reserva, igual como el tercer mundo en general. La miseria latinoamericana forma parte de la riqueza del mundo desarrollado, particularmente de la de Estados Unidos. En la sociedad capitalista, polarizada y contradictoria por propia naturaleza, no es concebible riqueza sin miseria, son correlativas.
La articulación tan estrecha de la región latina de América con la anglosajona es justamente la base fundamental sobre la cual se procesa la modernización del capital y la hegemonía de Estados Unidos. La inflexibilidad política y autoritarismo social que requiere el mantenimiento de regímenes de miseria funcional ha impedido a las sociedades latinoamericanas ciudadanizarse. Es decir, igual que en el terreno económico la modernidad se presenta de manera contradictoria concentrando riqueza y miseria en los dos polos opuestos, en el terreno social y político a la amplia ciudadanización de las naciones desarrolladas corresponde en el tercer mundo la limitación u obstaculización de este proceso.
Esta extrema polarización y la estrechez del ámbito de participación ciudadana han hecho de América Latina terreno propicio para las luchas radicales y los levantamientos armados. A lo largo de la fase conocida como fordista, casi todos los países de América Latina se vieron envueltos en algún movimiento de este tipo, generalmente bajo la modalidad guerrillera, o en su contrario, la dictadura militar.[4] Estos movimientos surgían siempre de la imposibilidad ciudadana de las sociedades que los cobijaban, de la exagerada tensión social y de la peligrosa cercanía de los salarios con los límites biológicos de la reproducción humana o, en ocasiones, de su rebasamiento. Muchas veces heroicos pero pocas exitosos, estos movimientos eran expresión de una sociedad profundamente antagónica, que no admitía complejidades ni mediaciones y que, consecuentemente, propiciaba enfrentamientos frontales.
Sin discutir aquí su pertinencia histórica, sólo dejamos asentado que la mayoría de esos movimientos fueron derrotados para dar paso a la reestructuración general capitalista una vez que el fordismo mostró signos de agotamiento. La lucha guerrillera en México terminó antes de 1980 y nunca logró tender puentes con organizaciones obreras o populares de lucha civil, de manera que no planteó cauces alternativos. Las dos últimas décadas se caracterizaron más bien por una desactivación de las luchas populares y por un fuerte embate sobre el sector operario mediante despidos masivos y sistemáticos de los trabajadores establecidos y la conversión paulatina del resto en eventuales. La economía se informalizó al tiempo que la clase obrera era pulverizada y sometida a una ardua batalla por la supervivencia.
En estas circunstancias las reivindicaciones de clase empezaron a convertirse poco a poco en reivindicaciones civiles de diferentes tipos. Las movilizaciones obreras topaban permanentemente con el desconocimiento de las huelgas o con topes salariales impuestos nacionalmente que, para rebasarse, implicaban una articulación general del sector operario, cosa que, en un contexto de neoliberalismo atomizador, era impensable. La reestructuración capitalista en curso ponía a este sector en una situación de indefensión en la que cualquier protesta podía ser resuelta mediante despidos o cierre de plantas y con ello el establecimiento de las condiciones laborales quedaba del lado del capital.
El Tratado de Libre Comercio de América del Norte, por las condiciones en que fue negociado y por sus implicaciones de pérdida de soberanía sobre los recursos nacionales fue el primer elemento detonador. Las negociaciones se llevaron a cabo a puertas completamente cerradas donde sólo algunos funcionarios del gobierno y un selecto grupo de empresarios pudieron participar. Se puso en juego el destino de la nación en contra de la gran mayoría de la población. Los intelectuales y estudiosos de la realidad nacional e internacional no solamente no fueron consultados sino que sus opiniones fueron despreciadas; un amplio sector de empresarios pequeños y medianos, ya bastante golpeado por la crisis, perdió con el tratado las pocas posibilidades que le quedaban de permanencia; el pueblo por supuesto, en vez de vislumbrar un mejoramiento de sus precarias condiciones de vida, quedó expuesto a un reajuste más profundo de la planta productiva; pero el campo, donde se inscribe la mayor parte de la población de nuestros países y lugar de refugio del desempleo y la sobrexplotación urbanos, fue castigado con la privatización a ultranza, propiciando el despojo de tierras, la desorganización de unidades productivas y comunitarias y la pérdida del último recurso de la supervivencia para una buena parte de esos 40 millones de pobres que la ONU ha identificado.
Después de la derrota de los movimientos radicales, al terminar la década de los ochenta, el descontento social organizado se canalizaba en gran medida a través de la lucha partidaria. Esto marcó el inicio de un proceso de construcción de una cierta ciudadanía política en el país que ha ido avanzando y abriendo terreno, pero que se ha concentrado en las reivindicaciones de carácter político electoral y con ello ha restringido sus perspectivas.
Sin desprenderse completamente de los partidos, sin embargo las reivindicaciones sociales caminaron por otra ruta. El TLC les dio cohesión y carácter nacional ya que las primeras luchas emanadas de la parálisis neoliberal se organizaron en torno a su rechazo. Si bien los abiertos conflictos de clase habían perdido espacio de expresión, la soberanía amenazada les ofrece un nuevo escenario en el que reaparecen con otro ropaje: los ciudadanos en defensa de los valores patrios y de los recursos estratégicos de la nación.
Así, aunque respuesta a un fenómeno de incremento de la proletarización y, por tanto, con profundas raíces clasistas, las movilizaciones sociales en la última década aparecen bajo la campana del nacionalismo y como respuesta directa a las nuevas condiciones de la integración capitalista mundial. Este desplazamiento de miras exige, antes que nada, la reivindicación de la ciudadanía como base para participar en el diseño y las decisiones del proyecto de nación, no como espacio exclusivo de las instituciones políticas reconocidas sino como asunto colectivo de la competencia de la sociedad en su conjunto y no sólo de sus representantes convencionales.
5. Ciudadanía social y movimiento armado
Hasta el 1° de enero de 1994, los movimientos armados latinoamericanos se levantaban contra el imperialismo, por una sociedad sin clases, por el socialismo, pero nunca se proponían explícitamente luchar por la patria. La patria se fue convirtiendo en un concepto hueco, desprovisto de contenido o sólo con el que le otorgaban los discursos oficiales. La modernidad que llegaba a nuestras tierras con el neoliberalismo y el Tratado de Libre Comercio tornaba igualmente obsoletos los conceptos de soberanía, identidad nacional y nación.
El Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN) plantea en su primer comunicado, la Primera Declaración de la Selva Lacandona, "...somos los herederos de los verdaderos forjadores de nuestra nacionalidad..." y, entre las primeras órdenes a las fuerzas militares del EZLN está "suspender el saqueo de nuestras riquezas naturales en los lugares controlados por el EZLN". Desde su nombre, queda en evidencia que se trata de un ejército de ciudadanos levantado en armas contra los vendepatrias y que se propone la recuperación de la nación.
Los objetivos centrales de este movimiento logran conjugar armónicamente las problemáticas local y global de la acumulación capitalista. Se levantan en contra del Tratado de Libre Comercio, contra la dictadura del partido de estado, contra el racismo y el régimen caciquil, es decir, sus demandas responden a la globalización salvaje que asola población y recursos naturales de América Latina, a la entrega de la soberanía por parte de oligarquías semiparásitas y a la recuperación y validación social de una identidad nacional (¿ciudadana?) capaz de interpelar y movilizar a gran parte de la sociedad civil.
Si ya este compromiso que inicia con la nación o la patria permite diferenciar al EZLN de todos los movimientos armados anteriores, y también de la mayoría de las organizaciones civiles de izquierda, el carácter abierto que proviene de su conformación mayoritariamente indígena y campesina lo libera de la exclusión sectaria y dogmática que menospreciaba a todo aquel que no pudiera demostrar su pertenencia al proletariado, en el sentido más estricto e inmediato del término. No ser obrero y no renunciar a la patria en aras de lo que se entendía entonces por el internacionalismo proletario eran dos cartas de exclusión que impidieron la confluencia de las distintas fuerzas sociales durante algún tiempo.
Sobre todo a partir del momento en que se crean las condiciones tecnológicas que permiten un más amplio y profundo control del proceso general de valorización, las naciones se han convertido en espacios de resistencia e insubordinación, así como la cultura e identidades históricas. Los espacios de la clase dominante son el estado y el mercado, los de la clase dominada son la nación y la patria, tal como aparecen en el discurso zapatista.
Combinado con lo anterior, otro hecho que desde el primer momento sorprendió y promovió la participación de la sociedad fue que este movimiento es armado para no tener nunca más la necesidad de serlo, como sus voceros señalaron ante la Convención Nacional Democrática: "Luchen y derrótennos. Nunca será tan dulce la derrota como si el tránsito pacífico de la democracia, la dignidad y la justicia resulta vencedor".[5]
Organización armada que no se propone la toma del poder sino la conquista de un espacio colectivo de autogestión y democracia, que, quizá por la larga y triste historia de discriminación racial a la que han estado sometidos sus integrantes, parte del reconocimiento de la diferencia y de la diversidad. No del caos, sino de la diferencia dentro de una totalidad articulada pero contradictoria. Tolerancia y democracia real, dos aspectos que no parecían poder conciliarse con la disciplina ¿militar? que supone un grupo armado.
Desde el primer momento, cuando la sociedad azorada contemplaba la emergencia de su voz más profunda portando las armas, pero antes que ellas portando una esperanza para todos los desahuciados del subdesarrollo y el neoliberalismo, los zapatistas se presentaron apenas como uno más de los caminos posibles hacia el ejercicio real de la democracia. Asumiendo la dispersión o pulverización contemporáneas, producto, como decíamos, de la complejización alcanzada por los procesos de producción y por la atomización propia del neoliberalismo, interpelando a cada uno de los sectores o grupos sociales en que se expresa un proceso de valorización profuso, los zapatistas surgen con un proyecto nacional pero llamando al involucramiento de otras fuerzas que ellos no están en condiciones de representar. La nuestra es una de tantas formas de lucha -dirán-, nosotros representamos solamente una parte de la insubordinación pero es necesario que toda la sociedad, con sus propios medios, en sus propios frentes y espacios, con sus propias reivindicaciones, emprenda la lucha contra el mal gobierno, por la defensa de la legalidad y de la Constitución, por democracia, libertad y justicia: "No nos dejen solos".
Esta voz profunda que supo expresar el sentir general fue capaz también de respetar y entender la diversidad, pero, sobre todo, desarrolló la posibilidad de ejercer la democracia directa frente a la crisis de la representatividad. Los zapatistas, al tener que organizarse y luchar por derechos elementales, ponen en evidencia la inoperatividad o insuficiencia del sistema representativo. Al hablar desde y por ellos mismos, al proponer un diálogo con los sin rostro, reconocen a la sociedad civil -y no a sus supuestos representantes- su propio espacio de expresión y contribuyen así a enfrentar la ilegitimidad de las formas de representación social y política, al tiempo que movilizan amplios contingentes de población que hasta ese momento no había encontrado cauce para su rebeldía o que no pensaba que sus problemas particulares pudieran confluir en una rebeldía común.
Los objetivos de la lucha zapatista combinan los más altos anhelos democráticos, compartidos por buena parte de la población del mundo, con una serie de demandas incuestionables de carácter social referidas a los derechos más elementales como vivienda, educación, salud y alimentación,[6] de los que nadie puede prescindir y con los que nadie puede estar en desacuerdo. El incremento en los índices de pobreza durante los últimos veinte años ha puesto a la población ante el peligro de perder o de nunca alcanzar estos derechos fundamentales y justifica plenamente, ante la sociedad, el levantamiento armado. Gran número de pronunciamientos de apoyo, solidaridad o adherencia al movimiento zapatista provenientes de muy diversos sectores señalan que quizá no comparten los métodos, concretamente el camino de las armas,[7] pero sí indudablemente las causas y las demandas.
6. Algunas conclusiones
La movilización social desatada a partir del levantamiento zapatista ha sido inusitada por su envergadura pero también por la extraña confluencia de actores y formas de manifestación que hasta hace poco se consideraban imposibles de reunir. Reviste una gran relevancia la investigación sobre las razones de esta confluencia para poder evaluar su permanencia, su solidez, y sus perspectivas. Si esta confluencia responde fundamentalmente a una problemática en el terreno de lo político, sería de preverse una actividad febril pero relativamente efímera o más sujeta a los vaivenes coyunturales de las relaciones y dinámicas políticas. Si, por el contrario, se remite principalmente a problemáticas estructurales, esto le da una mayor solidez y perspectivas más amplias y definitivas, pero no permitirían entender por sí solas, la fuerza y efervescencia con que ha prendido el llamado o propuesta zapatista.
Las líneas de trabajo están obligadas a incorporar la riqueza social en conjunto y, con ello, apelan a un análisis multicausal, multidisciplinario, en el que lo político, lo cultural, lo histórico y lo estructural se combinen de manera articulada para la reproducción del fenómeno. Muchos estudiosos han empezado a desarrollar interpretaciones y reflexiones sobre el caso, todas valiosas y enriquecedoras. Poco se ha aportado sin embargo sobre la relación que existe entre el proceso general de reestructuración del capital o del sistema capitalista con el movimiento zapatista. Poco se ha trabajado también sobre su relación con el proceso de trabajo y, desde ahí, con el resto de los asalariados o, si se quiere, con la clase obrera. Hasta dónde el movimiento zapatista es la expresión moderna de la lucha de clases y qué significado tienen las clases en esta nueva etapa de desarrollo capitalista son algunas de las preguntas que es necesario responder para arribar a la comprensión de los alcances y universalidad de la propuesta de estos indígenas, aparentemente ajenos al acontecer de nuestra sociedad.
El movimiento zapatista no es uno de tantos, prescindible para el análisis del proceso de desarrollo social. Por su carácter, por sus métodos, por su humildad y reconocimiento del otro, por su emergencia en el extremo, en el rincón de la patria, y apelando a viejos valores como la defensa de la patria, de la identidad nacional, del derecho a una cultura propia, del derecho a ser considerados ciudadanos y, por tanto, a comer, vestir, educarse y vivir conforme a las más elementales normas de humanidad, por esta síntesis entre lo universal y lo particular, por ser parte de una minoría como todo el resto de la población mundial y por enarbolar una concepción del mundo que recupera el pasado como experiencia y raíces para la construcción de un futuro distinto, por todas estas y muchas razones más el movimiento zapatista marca un hito en la historia contemporánea y un límite real al desarrollo del proceso de apropiación capitalista.
En esa medida, el zapatismo debe ser estudiado también como límite o imposibilidad del proceso de valorización, pero también del de dominación social y política. La crisis del sistema mexicano de dominación y el desarrollo de estrategias alternativas de autogestión social es en gran medida producto del levantamiento zapatista. El ¡Ya basta! que empezó a caminar en todos los espacios de definición de la sociedad es a la vez producto y tributo al movimiento zapatista, aunque sus raíces puedan ser buscadas, como en el caso de los propios zapatistas, en luchas y experiencias antiguas y cotidianas.
Una de las grandes virtudes del zapatismo, que refuerza la idea de su carácter moderno, es su capacidad para hacer de lo cotidiano lo trascendente y con ello obviar las diferencias de raza, nacionalidad, religión, etcétera, para hacer emerger lo que identifica a la mayoría de los seres del mundo: la necesidad de reproducirnos como sujetos, la necesidad de ser con todas nuestras capacidades; la rebeldía, la insubordinación y la creatividad que nos diferencian del resto de los seres vivos.
Notas:
[*] |
Coordinadora de los proyectos "Problemática socioeconómica chiapaneca" y "Producción estratégica mundial y liderazgo económico", Instituto de Investigaciones Económicas, Universidad Nacional Autónoma de México. |
[1] |
Designamos así la combinación de microelectrónica e informática que hace posible la computarización de una gran cantidad de actividades, entre las que destacan las relacionadas con el proceso de producción. Para una precisión mayor consultar Ana Esther Ceceña, Leticia Palma y Edgar Amador, "La electroinformática: núcleo y vanguardia del desarrollo de las fuerzas productivas", en Ana Esther Ceceña y Andrés Barreda (coords.), Producción estratégica y hegemonía mundial, Siglo XXI, México, 1995. |
[2] |
Sobre el desarrollo del concepto de subordinación/insubordinación véase John Holloway, "El capital se mueve", en Ana Esther Ceceña (coord.), La internacionalización del capital y sus fronteras tecnológicas, El Caballito-Instituto de Investigaciones Económicas, México, 1995. |
[3] |
Dentro de los patrones de consumo se está considerando la educación, costumbres y determinaciones culturales de la población, así como los hábitos o comportamientos emanados de la relación particular del grupo de población con el proceso de trabajo. La manera como el capital generaliza sus propios patrones de consumo es muy evidente en el caso de la alimentación. Este aspecto es ampliamente desarrollado por Andrés Barreda, Nashelly Ocampo y Gonzalo Flores en "El proceso de subordinación alimentaria mundial", Ana Esther Ceceña y Andrés Barreda (coords.), en Producción estratégica y hegemonía mundial, cit. |
[4] |
Los análisis del fordismo, por cierto, han omitido sistemáticamente esta parte de la relación, como si en el capitalismo del siglo XX fuera posible pensar en términos de desarrollo nacional o de patrones de acumulación para un sólo país. |
[5] |
"Discurso del Subcomandante Marcos ante la CND", en EZLN. Documentos y comunicados, Era, México, 1994. |
[6] |
"Nosotros, hombres y mujeres íntegros y libres, estamos conscientes de que la guerra que declaramos es una medida última pero justa. Los dictadores están aplicando una guerra genocida no declarada contra nuestros pueblos desde hace muchos años, por lo que pedimos su participación decidida apoyando este plan del pueblo mexicano que lucha por trabajo, tierra, techo, alimentación, salud, educación, independencia, libertad, democracia, justicia y paz.", Primera Declaración de la Selva Lacandona, en EZLN. Documentos..., cit. |
[7] |
Cabría preguntar aquí si se está dispuesto a asumir el resto de los métodos que están proponiendo los zapatistas y que consisten en el acatamiento de las decisiones colectivas, tomadas con la participación de todos aquéllos que componen sus filas o las poblaciones de apoyo, entre los que se cuentan de manera notable las mujeres y los niños. Sobre esta parte de los métodos zapatistas ha sido muy poco lo que se ha discutido y es, sin embargo, uno de los aspectos esenciales de su propuesta.
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Revista Chiapas
http://www.ezln.org/revistachiapas
http://membres.lycos.fr/revistachiapas/
http://www33.brinkster.com/revistachiapas
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Chiapas 2 1996 (México: ERA-IIEc)
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