El pasado mes de septiembre, mes de la patria, la ciudad de México y el país todo fueron escenario de la más grande muestra de voluntad por recuperar, por recrear, por reconstruir el camino de la identidad colectiva de un pueblo formado de muchas piezas, de muchas experiencias distintas, pero imbricadas. La presencia del uno infinito, del uno que puede atravesar el espejo y convertirlo en realidad, del uno que miles de veces, con una convicción creciente, propia de un sorpresivo y esperanzador reconocimiento colectivo, decía no están solos, queriendo decir, en verdad, no estamos solos, fue mucho más que una marcha para exigir el cumplimiento de los acuerdos pactados en San Andrés, hace ya más de un año. Fue la puesta en evidencia de la gran fuerza de un pueblo que no pierde su historia, que crece con ella a pesar de que, desde hace cinco siglos, no le ha sido bondadosa, y que sabe que sólo se avanza tejiendo, buscando, creando, escuchando, preguntando. Porque éste es un pueblo con utopías, con sueños, con más inquietudes que certezas, pero convencido de la posibilidad de ser y con profundo y respetuoso sentido humanitario que lo hace caminar preguntando.
La sencillez de los visitantes frente a la envergadura del movimiento que representan; la fuerza simbólica de su llegada a la que fuera la gran Tenochtitlan, y que sigue siendo depositaria de los poderes de la nación; así como la convergencia de individuos, organizaciones, pensamientos y estilos tan diversos para recibirlos, otorgan a esta marcha una importancia especial.
La convicción zapatista de que la liberación está en el proceso y no en la meta fue reiterada en cada uno de los eventos o intercambios de la visita: lo mismo en un baile que en la maravillosa y solemne ceremonia de Cuicuilco. Desaparecieron las vanguardias para dar paso a los colectivos; a los encuentros de seres humanos, no de dirigentes; para convivir y no para pactar. No fue un encuentro de figuras, fue un encuentro de memorias, de identidades, de esperanzas...
La poesía del zapatismo está compuesta de dignidad y rebeldía, de montañas y maíz. Por eso no está en sus dirigentes, está en todos ellos. Por eso está también en todos nosotros. Está en el pueblo de México, está en los pueblos del mundo: en todos los pueblos que saben luchar. Por eso no están solos, por eso nosotros no estamos solos.
Revista Chiapas
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Chiapas 5 1997 (México: ERA-IIEc)
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