El regreso de los debates estratégicos en la izquierda latinoamericana es una buena señal: significa que los grandes problemas históricos vuelven a la agenda de las fuerzas políticas comprometidas con las grandes transformaciones de nuestras sociedades. Las derrotas suscitan balances que se concentran en el pasado hasta que nuevas prácticas anuncian nuevos temas y nuevos debates en torno a ellas.
El debate entre John Holloway y Atilio Boron apunta hacia la relación entre continuidad y ruptura en las estrategias de la izquierda frente al desafío de la construcción de un proyecto hegemónico capaz de superar al neoliberalismo, y se desenvuelve como una especie de diálogo entre los problemas que emergen de la novedad del movimiento zapatista y su discurso y los de las experiencias acumuladas por el movimiento revolucionario; entre los caminos y descaminos del pasado y el futuro por definir del movimiento anticapitalista.
Nuevos tiempos, nuevas polémicas
El tránsito a una nueva fase política, correspondiente a una nueva relación de fuerzas contraria a los movimientos populares, cuyo momento de inflexión por razones históricas generales puede colocarse en 1989, estuvo marcado en América Latina por:
- el paso de la revolución cubana a una fase defensiva;
- la crisis de los partidos comunistas;
- la conversión de los reformismos clásicos (populistas, nacionalistas, socialdemócratas) a políticas neoliberales;
- la derrota y fin del régimen sandinista.
A eso se suma el fortalecimiento de nuevas agrupaciones de la derecha, la difusión de las ideologías neoliberales, el aislamiento de los sindicatos y de las fuerzas de izquierda que resistieron y, en general, el establecimiento de nuevas relaciones de fuerza desfavorables a la izquierda. En este contexto, los debates se dirigieron hacia el cambio de fase, particularmente hacia la naturaleza y consecuencias del neoliberalismo, así como hacia las dificultades para luchar contra ese nuevo modelo hegemónico del capitalismo en escala nacional y mundial.
Las formas de resistencia más eficaces al nuevo modelo hegemónico provinieron más de nuevos movimientos sociales -tales como el zapatismo, el Movimiento de Trabajadores Rurales Sin Tierra, los movimientos indígenas andinos, las rebeliones locales, las movilizaciones contra la privatización- que de las luchas directamente políticas y, en particular, de las protagonizadas por partidos políticos. Los debates sobre la relación de fuerzas desembocaron en el significado del protagonismo social y en la debilidad política en la lucha contra el neoliberalismo, intentando definir la novedad de las condiciones de lucha en el nuevo periodo.
El caso del debate entre Holloway y Boron se refiere ya a las prácticas del nuevo periodo. No es casual que se ocupen fundamentalmente de la práctica y el discurso del movimiento zapatista, que es el primero que se propone explícitamente la resistencia con respecto a la hegemonía neoliberal. También es significativo que el debate se centre en el sentido de términos como "democracia" y "sociedad civil" y, en consecuencia, en la naturaleza de la estrategia de poder y el significado de las prácticas políticas antisistémicas.
Una izquierda en busca de estrategia
La izquierda latinoamericana nació con estrategias importadas del movimiento obrero internacional, sin raíces directas en la historia concreta del continente: clase contra clase, frente antifascista, transición pacífica al socialismo. El triunfo de la revolución cubana ubicó la actualidad de la revolución en la agenda de América Latina pero, al mismo tiempo, tendió a reificar una estrategia determinada -la guerra de guerrillas- como la vía pretendidamente generalizable para el continente.
La experiencia de "vía pacífica al socialismo" de la Unidad Popular chilena fue otra estrategia con raíces nacionales, fundada en la larga y profunda tradición democrática de Chile. Su fracaso, así como la derrota de la guerra de guerrillas y del régimen sandinista, concluyó el periodo histórico abierto con el triunfo cubano de 1959. La conversión de las guerrillas guatemalteca y salvadoreña a la lucha institucional, así como el inicio en Cuba del "periodo especial" y el fin del régimen sandinista constituyeron los hitos de una inflexión histórica, aunque esa inflexión estuvo también presente en la aplicación de políticas neoliberales por los "nacionalismos" peronista y priísta, en la socialdemocracia de Acción Democrática en Venezuela, del Partido Socialista en Chile, de la socialdemocracia en Brasil y en el aislamiento de los partidos comunistas, incluso los de Uruguay y Chile que eran los que mayor fuerza tenían en el continente.
Al redefinir las relaciones de clase y, con ellas, el lugar y las funciones del estado, el neoliberalismo reubicó los términos del debate estratégico latinoamericano, comenzando por el peso de las relaciones formales de trabajo, del movimiento sindical y de la propia clase trabajadora, en su sentido clásico. A esto contribuyeron también las transformaciones radicales del escenario político internacional, con la desaparición de un aliado como el entonces llamado "campo socialista".
En el inicio del debate entre Holloway y Boron se aborda el significado de términos como "sociedad civil" y "democracia". Esos términos fueron introducidos con fuerza a partir de los regímenes dictatoriales en el continente, particularmente en el cono sur, trasladando los temas centrales de discusión sobre la cuestión nacional, antiimperialista, social y socialista hacia la cuestión democrática. La izquierda revolucionaria, en situación de debilidad -por haber sido la víctima privilegiada de los regímenes de terror del cono sur como resultado de su aguerrida resistencia a las dictaduras-, acabó siendo presa fácil de las propuestas de la democracia liberal. Se trataba de "restablecer la democracia" -lo que, en el mejor de los casos, significaba volver a los regímenes democrático-parlamentarios previos a los golpes de estado- como tema central de unión de todas las fuerzas opositoras a las dictaduras.
La izquierda -en gran parte los nuevos movimientos sociales surgidos de la lucha contra las dictaduras y partidos como el Partido de los Trabajadores de Brasil- incorporó categorías como "ciudadanía", "sociedad civil", "democracia", y se presentó como la fuerza más democrática, aunque sin articular las luchas política y social y sin tener un proyecto de democracia distinto. Se generó la expectativa de que el "retorno" de la democracia resolvería los problemas básicos de países como Argentina, Brasil, Chile, Uruguay y Bolivia, y esto terminó pesando decisivamente en los términos del debate político más general de la izquierda del continente.
Faltó conciencia de que lo que se había agotado -al menos en esos países, si no es que en toda la región, en el tránsito del ciclo largo expansivo del capitalismo de la segunda posguerra, a su ciclo largo recesivo desde mediados de los años setenta- no eran los regímenes políticos dictatoriales sino un modelo de acumulación y las formas de estado y régimen político que conlleva. La expectativa desmesurada con respecto a la democracia no podía más que frustrarse, porque esa crisis encaminó su resolución no sólo a una recuperación del estado sino a una reforma radical de la economía y el estado y a una redefinición profunda de las relaciones sociales operada por el neoliberalismo. Como suele suceder históricamente, una vez agotado el modelo de acumulación, si la izquierda no rompe con él, la derecha lo hace. Y lo hizo introduciendo un nuevo patrón de acumulación centrado en la desregulación, en la integración subordinada a los mercados internacionales, en la privatización de empresas, en la centralidad del ajuste fiscal y del control inflacionario, con el abandono de las metas de desarrollo económico.
La lucha de resistencia -primero a las dictaduras, después al neoliberalismo- marcó a la izquierda latinoamericana a lo largo de las dos últimas décadas del siglo XX, al tiempo que cambiaba radicalmente su fisonomía con el distanciamiento de la socialdemocracia y de los nacionalismos argentino y mexicano, con el debilitamiento de los partidos comunistas y la fragmentación y división generalizada, con algunas excepciones significativas entre las que se cuentan Uruguay, Brasil y México. Esa lucha defensiva produjo una bifurcación entre los movimientos sociales y los partidos políticos. Entre los primeros, el movimiento sindical pasó a una situación claramente defensiva, presionado por la elevación notable de los índices de desempleo y, sobre todo, por la precarización e informalización de gran parte de la fuerza de trabajo. La resistencia vino de otros sectores situados, en principio, más en la periferia del sistema -trabajadores rurales, comunidades indígenas, trabajadores desempleados- que fueron gestando nuevos movimientos sociales, especialmente en Brasil, México, Ecuador, Bolivia y Argentina.
La lucha antidictatorial había incorporado a la izquierda a la cuestión de la democracia -a través de la concepción liberal- incluyendo los conceptos, temáticas y lenguajes correspondientes. La polarización entre sociedad civil y estado, por ejemplo, tuvo un sentido durante las dictaduras militares, llevando incluso al nuevo movimiento sindical brasileño a luchar por apartar al gobierno de las negociaciones con las entidades empresariales. La descalificación del estado y, en particular, de sus regulaciones, cobró un nuevo sentido conforme las dictaduras fueron siendo sustituidas por regímenes democrático-parlamentarios de carácter liberal y el neoliberalismo se fue imponiendo como política económica. El "antiestatismo" adquirió connotaciones nuevas y bien definidas en el marco de la ofensiva neoliberal, provocando grandes ambigüedades y confusiones entre una buena parte de las organizaciones no gubernamentales (ONG) e incluso en algunas fuerzas partidarias de izquierda.
Del mismo modo, conceptos como "ciudadanía", "derechos humanos", "sociedad civil", "estatal" y "privado" empezaron a ser objeto de definiciones poco precisas y de generalizaciones indebidas. La ambigüedad de las ONG -su estatuto social, su relación con la izquierda y con el liberalismo-, por ejemplo, se apoya en gran parte en interpretaciones y utilizaciones confusas o incorrectas de esos conceptos.
En su origen liberal, el concepto "sociedad civil" recubría y enmascaraba -como recuerda muy bien Boron a partir de los textos de Marx- las relaciones mercantiles, buscando imprimirles legitimidad teórica y alcance social mediante una prestidigitación ideológica de hacerla pasar como la totalidad de la sociedad en oposición al estado. Todo el pensamiento político clásico, incluyendo el de Marx en sus obras de juventud, es víctima de esa polarización que esconde mal en su antiestatismo, y en la aglomeración de todas las clases sociales con intereses contradictorios en la noche de gatos pardos de la "sociedad civil", su carácter de disolución ideológica de los conflictos y de su sustitución por la oposición entre "individuo" -la mónada que conformaría la "sociedad civil"- y estado.
Más recientemente, en la lucha democrática, como bien destaca Carlos Nelson Coutinho1 con relación a Brasil, "sociedad civil" se volvió sinónimo de todo lo que se contraponía al estado dictatorial; con mayor razón porque en Brasil "civil" significa lo contrario de "militar". Todo lo que provenía de la "sociedad civil" era visto como algo positivo, mientras a todo lo que provenía del estado se le asignaban características negativas. Un Gramsci aguado servía de cobertura para esa operación ideológica, siendo que para el marxista italiano la "sociedad civil" es una arena privilegiada de lucha de clases, donde se entabla una feroz y permanente lucha por la hegemonía. En ese sentido la sociedad civil no es "el otro" del estado sino, junto con la "sociedad política", uno de sus elementos constitutivos.
El movimiento de resistencia al neoliberalismo se sustentó en la idea de sociedad civil con algunos sentidos diferenciados. Por un lado, está el planteamiento de las ONG en oposición al estado, que comporta un sentido coincidente con el de las tesis neoliberales. La crítica del estatismo fue incorporada también por sectores de la izquierda como una extensión de la crítica al modelo soviético. El resultado es algo muy confuso en que "el otro" de la sociedad civil es el estado y, con él, los partidos e incluso la política. Lo menos que se puede decir es que si tiene algún sentido la reivindicación de la sociedad civil es en términos de una comunidad compuesta por ciudadanos, sujetos de derecho, que tiene en la política -como esfera de lucha por los intereses públicos- su continuidad.
Otra manera de concederle sentido es en referencia a la "sociedad civil mundial", considerando su oposición seria a las estructuras de poder mundial actualmente existentes -G7, FMI, Banco Mundial, OMC, OTAN y las corporaciones transnacionales-, aunque su significado no deja de ser impreciso, con fronteras poco delimitadas.
Es, no obstante, perfectamente posible la utilización de esa categoría, aun con sus limitaciones, para designar -aunque con un carácter descriptivo- un movimiento naciente cuyos contornos todavía no están suficientemente definidos, del mismo modo que la categoría "pueblo" designa una fuerza social sin un contorno perfectamente caracterizado.
Uno de los objetivos centrales en la construcción de un nuevo proyecto hegemónico que niegue y supere al neoliberalismo es el rescate de la política, con particular énfasis en su carácter público. Se trata de la lucha por una reforma democrática radical del estado -en la que el presupuesto participativo es una de las propuestas- como un momento de la lucha por la emancipación general.
La lucha contra el neoliberalismo requiere hoy la construcción -teórica y práctica- de un modelo hegemónico alternativo. ¿Se trata de tomar el poder? Desde la Comuna de París el movimiento anticapitalista se propuso otro objetivo: construir un poder transitorio a la disolución del estado, como resultado de la supresión de las clases, con la posibilidad de emancipación general de la humanidad. Las formas históricas pueden cambiar pero, para no subestimar el poder del capitalismo, debemos colocarnos como objetivo la construcción, desde abajo, de un poder popular, que desemboque en un estado controlado directamente por la ciudadanía organizada.
Sin ese objetivo no conseguiremos construir otro mundo. Porque nuestra fuerza social, moral, política, debe desembocar en la construcción concreta de ese nuevo mundo, en nuevas formas de convivencia social, de producción material y cultural. En fin, en un mundo en el que, en todos los aspectos, quepan todos los mundos.
La lucha por una nueva hegemonía
Hoy nos enfrentamos a un mundo todavía hegemonizado por el neoliberalismo, con marcado énfasis en los planos económico, político, militar y en los medios de comunicación. Nuestro mayor objetivo es hoy el de la construcción de un nuevo modelo hegemónico, alternativo al neoliberalismo, que imprima un carácter anticapitalista al movimiento de resistencia a la globalización liberal.
Para eso precisamos, antes que nada, crear un amplio y profundo consenso sobre el nuevo mundo que queremos construir. Sus bases se encuentran en la lucha contra la mercantilización del mundo, forma que asume la explotación capitalista en esta etapa de la hegemonía neoliberal. Se trata, igualmente, de luchar contra la hegemonía estadounidense como cabeza del bloque de fuerzas que domina el planeta y de colocar las bases para construir una coalición alternativa, donde confluya la gran mayoría de la humanidad -ubicada en el sur del mundo- en alianza estrecha con las fuerzas radicalmente democráticas del primer mundo, de las que son ejemplos expresivos los movimientos formados a partir de ATTAC y los que se han movilizado desde Seattle.
Necesitamos construir una amplia alianza con todos los movimientos que se han congregado en estas manifestaciones y que participaron en el Foro Social Mundial de Porto Alegre, en toda su diversidad. Esa alianza requiere combinar el máximo de flexibilidad con algunos grados de centralización estratégica que permitan poner en práctica un proceso de acumulación de fuerzas que va de la fuerza social, moral, ideológica y teórica existente a las fuerzas económica y política indispensables para que la construcción de un nuevo mundo -solidario, humanista, pacífico- sea realmente posible.
Formará parte de ese proceso de construcción, obligatoriamente, la lucha por la paz -no como lo contrario al terrorismo fundamentalista islámico sino como lo opuesto a todo tipo de guerras. Nos corresponde asumir la lucha para demostrar que un mundo sin guerras es posible, desactivando los focos de guerra existentes con propuestas efectivas e interlocutores reales para conflictos como los de Medio Oriente, Colombia, Chiapas, el país vasco, Irlanda del Norte y Cachemira, entre otros, así como desarticulando el complejo industrial-militar que las fomenta y lucra con ellas, las inversiones bélicas que siguen gastando recursos necesarios para la humanidad en jactanciosos proyectos militares, tanto como el comercio clandestino de armas que abastece todas las guerras en el mundo y los paraísos fiscales, donde se reciclan esos recursos.
La lucha por un mundo nuevo requerirá mucha creatividad y sensibilidad de todas las fuerzas sociales y políticas que luchan por él. La historia no empieza ni termina hoy. Aprender de las experiencias del pasado con conciencia de las nuevas situaciones que enfrentamos es la condición que permitirá colocar a nuestro favor los avances y reveses que tuvimos, para que estemos a la altura de las victorias que el nuevo mundo posible reclama y que la izquierda tiene la responsabilidad de protagonizar en el siglo XXI.
Traducción de Ana Esther Ceceña
Notas:
[1] |
Prefacio a Giovanni Semeraro, Gramsci e a sociedade civil, Vozes, Petrópolis, 1999.
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Revista Chiapas
http://www.ezln.org/revistachiapas
http://membres.lycos.fr/revistachiapas/
http://www33.brinkster.com/revistachiapas
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Chiapas 12 2001 (México: ERA-IIEc)
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