Chiapas
3


Armando Bartra
Historias de los otros Chiapas:
los Mesino de El Escorpión

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Presentación

Bolívar Echeverría,
Lo político y la política

Márgara Millán,
Las zapatistas de fin de milenio. Hacia políticas de autorrepresentación de las mujeres indígenas

Carlos Monsiváis,
Cultura y transición democrática

John Holloway,
La resonancia del zapatismo

Rubén Jiménez Ricárdez,
Las razones de la sublevación

Foro especial para la Reforma del Estado

Primer Encuentro Intercontinental por la Humanidad y contra el Neoliberalismo


PARA EL ARCHIVO

Catherine Héau-Lambert,
A propósito de Chiapas, tierra rica, pueblo pobre, de Thomas Benjamin

Juan Gelman,
"Nada que ver con las armas". Entrevista exclusiva con el subcomandante Marcos


TESTIMONIO

Armando Bartra,
Historia de los otros Chiapas: los Mesino de El Escorpión


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Hilario Mesino Acosta nació en el poblado de El Escorpión, anexo de Agua Fría, en el municipio de Atoyac de Álvarez, de la Costa Grande guerrerense.

Hijo y nieto de campesinos, Layo cultiva una pequeña huerta de café por el rumbo de la Sierra de San Juan. Y como la mayoría de los costeños está marcado por la violencia. No la íntima violencia de las rencillas familiares, el mezcal y el machete, sino la ominosa violencia institucional; el terrorismo de estado, endémico en tierras costeñas.

A veces Layo cuenta la historia:

Corrían los primeros setenta y Lucio Cabañas andaba en el cerro dándose de tiros con la federación. Pero eran los pacíficos quienes llevaban la peor parte. En junio de 1974 el ejército irrumpió en El Escorpión, donde vivían los Mesino. Los soldados golpearon sin clemencia al padre de Layo y se llevaron a su hermano Alberto de apenas diecinueve años. Como tantos otros -más de cuatrocientos, dicen los costeños-, Alberto no regresó. Meses después, a causa de los golpes, pero también de la impotencia, el padre de Layo murió.

Los años de Rubén Figueroa fueron luctuosos para los Mesino y para todos los guerrerenses. Pero a principios de los ochenta soplaron vientos mejores y Layo se incorpora a la Unión de Ejidos Alfredo V. Bonfil, una promisoria organización de productores de café que, con modos ordenados y procedimientos pacíficos, retoma algunos ideales emancipadores de Lucio Cabañas.

Layo le mete canilla al beneficiado húmedo del café, que libera a los pequeños productores de la dependencia, y por unos años él y su organización van de gane: los acaparadores pierden cancha y clientela, los coyotes se azorrillan y hasta el poderoso Inmecafé resiente el rigor de las nuevas exigencias campesinas.

En eso llega Ruiz Massieu a la gubernatura, y el político modosito e ilustrado resulta más prepotente y atrabancado que los tradicionales mandones de Guerrero. A las primeras de cambio y con la complicidad del nuevo gobernador, los caciques cafetaleros de la Costa Grande se apoderan a la mala de la directiva de la Unión y se quedan con un beneficio seco nuevecito que la organización estaba por echar a andar.

Pero Hilario y sus compañeros no son de los que se dan por vencidos: a las pocas semanas del golpe ponen en pie una nueva organización, definitivamente autónoma y combativa, la coalición de Ejidos Cafetaleros de la Costa Grande, que recoge el estandarte autogestionario de la vieja Unión, ahora plagada de caciques.

Los costeños no olvidan que Lázaro Cárdenas les entregó en ejido las tierras cafetaleras, y cuando su hijo los convoca responden como un solo hombre. En 1988, Layo y las bases de la coalición se hacen cardenistas; al año siguiente respaldan a los candidatos del flamante Partido de la Revolución Democrática en la lucha por liberar las alcaldías, y a principios de 1990 aplauden la instauración de comunas populares en Atoyac, Coyuca, Petatlán y otros municipios costeños.

En esos meses la movilización de los guerrerenses alcanza uno de los puntos más altos de su agitada historia: las organizaciones gremiales independientes y los partidos políticos de oposición confluyen en un solo gran despliegue popular, que persigue tanto la justicia social como la democracia ciudadana.

Por un tiempo, Layo y sus compañeros sienten que están ganando la larga batalla por la libertad y que se aproxima el fin del añoso sistema caciquil costeño. Pero su optimismo resulta infundado. Las alcaldías tomadas por el pueblo son recuperadas para la institucionalidad a punta de metralleta y al constructivo grito de: "¡Tengan su democracia, cabrones!"

La hazaña es del culto Ruiz Massieu y ratifica que también los tecnócratas son patanes. Pero es cuando un nuevo Rubén Figueroa toma las riendas del poder que se pierde definitivamente la esperanza.

En los noventa, las organizaciones gremiales concertadoras pero autónomas están de capa caída, la oposición cívica pierde impulso y los conflictos domésticos desgarran al movimiento libertario. En la debacle, muchos activistas campesinos concluyen que la utopía democrática de los ochenta había sido ilusoria, o cuando menos que lo eran los métodos ordenados y pacíficos que se usaron para impulsarla. Una y otra vez la machacona realidad les demuestra que los buenos modos y las pacientes antesalas en oficinas públicas no pagan dividendos. Y los ánimos nos enardecen.

Hilario Mesino es uno de los muchos desencantados. Pero lo que muere es la ilusión concertadora, no el ánimo batallador y, el 14 de enero de 1994, Layo y otros trescientos costeños de Coyuca y Atoyan fundan la Organización Campesina de la Sierra del Sur [OCSS], de discurso airado y abruptas formas de lucha.

Los estratégicos y constructivos proyectos desarrollistas de las uniones y coaliciones se empolvan junto con los estudios de factibilidad, y cada vez más campesinos reinciden en la perversa dinámica de siempre: luchar desesperadamente por demandas mínimas, por cuestiones de primera necesidad; ir a la cárcel por un par de láminas corrugadas, dar la vida por un bulto de fertilizante.

La [OCSS] sale a la calle y alza la voz; hace plantones, toma las carreteras, ocupa palacios municipales. El gobernador reprime, secuestra y encarcela, pero también corrompe dirigente y financia grupos paramilitares, como el bien autonombrado Rubén Figueroa Figueroa que opera en Paraíso.

Hilario Mesino es responsable de la [OCSS] en Atoyac y, en una suerte de recaída en viejos agravios, también participa en el Comité de Familiares de presos y Desaparecidos Políticos. De muchas maneras los setenta están de regreso y Layo acumula órdenes de aprehensión y tiene que andar a salto de mata.

El 28 de junio de 1995, en el vado de Aguas Blancas, la policía judicial y la motorizada ponen una celada a los militantes de la [OCSS] que se encaminaban a un mitin. Cuarenta campesinos son alcanzados por las balas, diecisiete mueren en el lugar. Figueroa dice que la fuerza pública actuó en defensa propia.

Un año exacto después, un grupo de hombres y mujeres armados y embozados irrumpe en el acto luctuoso y le declara la guerra al gobierno "que ha cerrado las puertas a la democracia y la justicia".

A los pocos días Hilario Mesino es aprehendido en la ciudad de México. Se le acusa de un supuesto delito cometido más de un año antes: la ocupación de un supuesto delito cometido más de un año antes: la ocupación del palacio de gobierno de Atoyac en compañía de cientos de campesinos. Curiosamente la alcaldesa nunca levantó cargos. Pero no importa, pues a Layo no lo interrogan acerca de la toma del palacio sino sobre el Ejército Popular Revolucionario [EPR].

Hoy las sierras de Guerrero se erizan nuevamente de soldados, Hilario está en la cárcel y su hija Rocío, de escasos veinte años, dirige con otros la diezmada [OCSS] y acumula órdenes de aprehensión.

A Layo lo han torturado cuando menos tres veces. Pero insiste en que nada sabe del [EPR] y en que la [OCSS] es una organización pacífica. Porque -pese a todo- Hilario Mesino Acosta se empeña en no abandonar los buenos modos. Aunque él, como los tres mil campesinos reunidos aquel día en Aguas Blancas, haya recibido con aplausos la inesperada pero previsible irrupción de los rebeldes.


Revista Chiapas
http://www.ezln.org/revistachiapas
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Chiapas 3
1996 (México: ERA-IIEc)


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