Chiapas
3


Carlos Monsiváis
Cultura y transición democrática

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Presentación

Bolívar Echeverría,
Lo político y la política

Márgara Millán,
Las zapatistas de fin de milenio. Hacia políticas de autorrepresentación de las mujeres indígenas

Carlos Monsiváis,
Cultura y transición democrática

John Holloway,
La resonancia del zapatismo

Rubén Jiménez Ricárdez,
Las razones de la sublevación

Foro especial para la Reforma del Estado

Primer Encuentro Intercontinental por la Humanidad y contra el Neoliberalismo


PARA EL ARCHIVO

Catherine Héau-Lambert,
A propósito de Chiapas, tierra rica, pueblo pobre, de Thomas Benjamin

Juan Gelman,
"Nada que ver con las armas". Entrevista exclusiva con el subcomandante Marcos


TESTIMONIO

Armando Bartra,
Historia de los otros Chiapas: los Mesino de El Escorpión


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A quien más se ha esforzado en revelarnos la
cercanía entre el poder político y el empresarial,
a Raúl Salinas de Gortari
.

El neoliberalismo es -como si hiciera falta decirlo- uno de los grandes obstáculos del proceso civilizatorio. Pero, en materia de cultura, decir esto no sirve en demasía. Hacen falta señalamientos concretos en un campo tan amplio y diversificado. A continuación, algunos apuntes.

1. ¿Hasta qué punto el neoliberalismo, en lo tocante a cultura, no es sino la exacerbación del capitalismo antiguo, y su cadena infinita de exclusiones? Con todo, este sistema no cancela sino alienta industrialmente un florecimiento cultural, que alcanza incluso a los países del Tercer Mundo. Aún ahora, en medio del bárbaro ajuste internacional, jamás se habían producido tantos libros, tantos discos, tantos conciertos, tal reproducción videográfica de los clásicos del cine, tantos videos de calidad, tal cúmulo de ofertas operísticas, tal afluencia a los museos. Así, el problema básico no es de producción, sino de distribución de bienes culturales, el acceso a los cuales se restringe o se vuelve episódico por causas ligadas a la formación personal, la capacidad adquisitiva, los niveles de información disponible, las tradiciones comunitarias y familiares, los prejuicios religiosos y moralistas. Al neoliberalismo -una disposición opresiva del mercado- lo encausan en materia cultural las formaciones ancestrales (el antintelectualismo de la sociedad, de la derecha y la izquierda política), las inercias históricas, y, recientemente, el papel avasallador de la tecnología. Cifrarlo todo en la culpa del neoliberalismo es acercarse al tema muy esquemáticamente.

2. Desde luego, no son minimizables las responsabilidades de este culto fanático al "mercado libre" (sinónimo de transnacionales, monopolios y orden financiero internacional). En lo cultural, al lado de ofrecimientos extraordinarios, el neoliberalismo impone un criterio de "lo rentable" que favorece a la peor música, a los best-sellers más deleznables, a la literatura del Self-Help, etcétera, etcétera, transformándose el conjunto en el-horizonte-para-las-masas. Modas triviales como los recetarios de la "espiritualidad a domicilio", en el estilo de Carlos Cuauhtémoc Sánchez, alcanzan sitio predominante porque no otra cosa se demanda: lo que parezca profundo a quienes no han adquirido el hábito de la lectura, pero sí poseen oído para los sermones y las banalidades. En un mercado cultural infestado por los productos más tristes y opresivos, las posibilidades de que lo valioso se imponga por sí solo son mínimas. El neoliberalismo lo encarece todo, y desde luego vuelve difícil el acceso a la información cultural.

3. La tecnología modifica radicalmente el desarrollo de la cultura, de manera que resulta por lo pronto muy desconcertante y estimulante. El ciberespacio y la realidad virtual, por ejemplo, determinan las utopías y las distopías (utopías negativas) de fin de siglo; el videocassette y el home-computer reordenan el uso del tiempo libre; el CD-ROM amplía los caminos de la enseñanza, y así sucesivamente. Estos procesos, de extraordinarios alcances formativos, refuerzan previsiblemente el aislamiento y la desigualdad de las comunidades pobres (la gran mayoría). La iconósfera, con su avasallamiento de imágenes, resulta, por sus consecuencias y su dimensión, la base de un nuevo proceso civilizatorio. Creo, y esto puede ser resentimiento gremial, que nada todavía sustituye a la lectura como formación civilizadora, pero cuantitativamente, la lectura es actividad minoritaria, mientras el Internet conoce su auge inicial y el uso masivo del tiempo libre es una filial de la televisión.

4. Se carece de una política cultural de largo alcance del gobierno. La que hay se divide por los ritmos sexenales, y, por lo mismo, es siempre de corta duración. Con diversos grados de eficacia, se atiende a la clientela existente, pero no se le supone capaz de ampliación, ni se consideran "redimibles", las masas sujetas a la marejada televisiva. Varios hechos apuntan en la dirección contraria a este fatalismo, entre otros el entusiasmo por la música clásica y la lectura, perceptibles en los sectores juveniles, y sin embargo la política cultural apenas los toma en cuenta.

La distribución de libros en un hoyo negro, y no sólo en el ámbito de las editoriales del estado. Si los libros no circulan, si en la mayoría de los casos ni siquiera los lectores habituales se enteran de su aparición, lo invertido en producción editorial (a fin de cuentas extraordinario en términos comparativos) se vuelve contra las instituciones. Y la falta de distribución iguala a los libros en el foso del anonimato o de la invisibilidad. Gabriel Zaid tiene razón al hablar de cómo cada libro tiene un público específico difícilmente incrementable por barato que sea su precio, pero aun así estoy seguro de que podrían aumentar los lectores de contarse con una distribución apropiada. Si no, la fosa común de la mayoría de las ediciones será la bodega, el infierno de todos tan temido.

En relación con la anterior, un problema gravísimo es la desinformación bibliográfica, que afecta a todas las ramas de la industria editorial y se transmite a los lectores potenciales. Se desconfía, con buenas razones, de la publicidad, pero se confía exageradamente en la propaganda oral, que tiene límites previsibles. El rumor de la excelencia construye la fortuna de algunos libros, y los vuelve obligación social, pero de muchos otros casi nadie se entera.

5. Los estímulos de la lectura surgen de factores muy variados: las tradiciones de familia y comunidad, la vida estudiantil, las redes amistosas, las modas, las tendencias místicas y paramísticas, los deseos de superación, y los descubrimientos personales. Al proceso lo guía ese azar que nunca o es tanto, la existencia o inexistencia de bibliotecas a la mano, los precios que persuadan a los lectores de mínimos recursos, las campañas permanentes de incitación a la lectura, los sistemas eficaces de distribución, etcétera. Los métodos si se quiere convencionales de acercamiento al libro distan de haberse agotado, entre otras cosas porque nunca se han intentado de manera rigurosa, pese a la abundancia (en sexenios recientes) de ediciones importantes en número y calidad que, sin embargo, no contrarrestan la falta de proyectos nacionales, la multiplicación de la burocracia y la sujeción de todos los planes a los relevos sexenales. Los únicos rasgos seguros de continuidad, por lo visto, son el placer presumiblemente erótico que los gobernantes extraen de las inauguraciones y la brevísima sección cultural de sus Informes. ¿Cuánto tiempo se han sostenido, por ejemplo, y con qué amplitud y recursos las campañas de promoción de la lectura?

Lo evidente es el sitio ínfimo que el estado y la sociedad le conceden a la lectura, lo que demuestra la necesidad de más bibliotecas y librerías que en verdad lo sean. Al respecto, Octavio Paz aclara:

Los escritores mexicanos trabajamos en condiciones particularmente desventajosas: nuestra industria editorial es raquítica, las ediciones son ridículas por lo que se refiere al número de ejemplares y aun así penetran muy difícilmente en un público que no lee. Y no lee porque no se le ha inculcado, ni en los hogares ni en las escuelas, el amor a la lectura. La indiferencia ante el libro, general en os pueblos hispánicos, se convierte entre nosotros en una suerte de horror. Para la mayoría de nuestros compatriotas leer un libro es una excentricidad, una curiosidad psicológica que colinda con la patología. Esto ha sido el resultado de años y años de ruidosas campañas de alfabetización (La Jornada, 16 de enero de 1993).

Es justa la descripción de Paz, aunque desde los años sesenta la situación en algo se modifica con el desbordamiento de la enseñanza media y superior y la disminución del antiintelectualismo en la sociedad. (Hoy, también, el libro es objeto de reconocimiento, en actitudes que van del respeto al fetichismo). La nueva generación de lectores aprovecha lo que está a su alcance, y ha llegado errática pero significativamente a sectores que antes lo ignoraban, que, al intensificarse el desastre económico, se inhiben de nuevo ante los altos precios y el hecho complementario: no hay el hábito social que considere productivo el gasto en libros. Y pese a todo, son numerosas las comprobaciones de la existencia de lectores, no obstante la televisión y -lo aún más temible- la videocassettera que monopoliza los fines de semana. Pero lectores es por fuerza sinónimo de compradores, y el encarecimiento del libro o, mejor, la disminución del poder adquisitivo de quienes entienden las satisfacciones de la lectura, es una de tantas consecuencias de la catástrofe económica que el régimen minimiza con macrocifras, atribuyéndola (si algo reconoce) a los rezagos del pasado y la economía mundial. En cualquier caso, la disminución de la lectura se considera el pago mínimo de las generaciones presentes a cambio del bienestar de las generaciones futuras. ("Tus nietos gozarán, viajarán, tendrán ocios creativos y leerán por ti.")

Pero cada lector renueva por su cuenta el optimismo de la sociedad entera.

6. Salvo para una minoría, la cultura es aquello que prestigia a funcionarios y ciudadanos pero a sus horas. La cultura (en el sentido de visiones del mundo o en el de creación y disfrute de lo mejor del arte y el pensamiento en la historia universal) es básica para la armonía o la inarmonía profundas de la vida cotidiana, y las condiciones más libres y creativas de la vida social. Prescindir de los estímulos culturales es librarse a la desolación existente, es aceptar el analfabetismo funcional como la norma, es potenciar a la desinformación, es obstaculizar a fondo el desenvolvimiento espiritual, es someterse sin condiciones al impero de la informática y, por último, es reconocer que, fuera de una sola manera de asimilación de lo televisivo, no hay alternativas para la mayoría. En la práctica, las esperanzas de beneficiar culturalmente a la población, así sea en algo, se consideran propuestas inútiles o, aún peor, populistas o muy "intelectuales" (los extremos se tocan). Y eso se agrava con el imperio de los medios electrónicos, a cuya fascinación se someten también la mayoría de los funcionarios, que, en rigor, sólo confían en las imágenes. Este proceso es internacional pero en México y América Latina se agrava por la falta de espacios alternativos.

7. El deterioro del proceso educativo, en el ciclo que va de la escuela primaria al posgrado (veintiséis millones de estudiantes) tiene ya, entre otras consecuencias lamentables, la de amenguar considerablemente la puesta al día cultural. En los años setenta, con la explosión de la enseñanza media y superior, se creyó posible el salto histórico donde millones de estudiantes iniciasen o afirmasen su familiaridad con la lectura. ¡Por fin, libros en todas las casas! Pero los avances del conjunto se cancelaron cuando, al implantarse la Década Perdida y su descendiente, la Década Privatizada, casi todos se resignaron con presteza, al extremo, según la UNESCO, de que cada mexicano en posibilidades de hacerlo lee medio libro al año. Suspendido el "milagro", la mayoría se resigna a unas cuantas lecturas (con frecuencia la luz de las tareas escolares), las copias xerox a que autoriza el costo relativamente alto de los libros, y las nociones culturales cuya vaguedad se incrementa al irse alejando el universo estudiantil. Por lo común, un profesionista es aquel que localiza a la lectura en sus experiencias de juventud. (El número de los lectores por vocación jamás crece al ritmo del crecimiento demográfico).

Pudo y puede ser de otro modo. Pero nunca la lectura (e insisto en ella por considerarla el eje de la estructura personal del conocimiento) le ha significado gran cosa al estado, a la sociedad y a la vida familiar. En la práctica, la lectura suele ser algo prescindible, y no se le juzga provechosa en sí misma, salvo en casos de enfermedad y convalecencia.

Se renunció en la enseñanza primaria a la memorización de fechas, poemas, procesos, y sólo se consiguió ejercitar "el sano raciocinio" que se caracteriza por olvidar lo jamás aprendido. Y se deja el currículum (ese equilibrio entre los programas de estudio y la imposibilidad de aplicarlos mínimamente) en manos de lo representativo. "Lee este libro en memoria de lo que nunca ojearás siquiera. Lee algo para que no pongas cara de azoro cuando hablen de libros." Según datos de la SEP, la mayoría de los escolares abandona su proceso educativo en el sexto año de primaria, y otro porcentaje considerable lo hace en el ciclo secundario. Quienes prosiguen, no suelen calificar a la lectura de instrumento esencial, sino de pasaje de tránsito, un puente hacia el título. Los círculos de la descalificación se cierran: los profesores de primaria y secundaria leen poco porque el salario no les alcanza, y, de este modo, no transmiten lo que no poseen: el placer de la lectura; los maestros de enseñanza media y superior no leen porque sus sueldos no lo autorizan, y muy pocas veces las bibliotecas de sus instituciones tienen el acervo conveniente; ergo, los maestros transmiten su experiencia. El libro es, en términos generales, lo inaccesible. A esto se añade que quienes jamás se fijan en lo caro de otros productos, protestan por lo que no les consta: el encarecimiento de los libros.

Sé que generalizo, sé que no generalizo. Cada vez que el tema aparece siempre lo acompaña la solución: formar a los lectores desde la niñez. Pero en la práctica, la rendición es casi absoluta, porque a los niños se les dan, cuando es el caso, libros infantiles, así reiterativamente, y la vocación de lector se inicia -las pruebas históricas son múltiples- combinando la literatura profesionalmente infantil con otra, la que en verdad crea y fomenta los climas de la imaginación.

8. En un porcentaje abrumador, el gobierno, la izquierda política y la derecha, y muchísimos sectores sociales, se dejan dominar por un determinismo de origen televisivo. El silogismo abruma:

  • la televisión es un hecho central de la vida contemporánea;

  • en México, la televisión concebible es la regida por los criterios más inequívocamente comerciales;

  • ergo, ante la televisión, no hay alternativas porque no hay alternativas porque sólo allí la población halla un común denominador y sólo allí -en esa única democratización, la del consumo del tiempo libre- se adquieren las claves de lo contemporáneo.

La conclusión es inconvincente por falaz. Ni la única televisión concebible es la comercial, ni en la televisión se agotan las maneras de entenderse con lo contemporáneo, ni la televisión es fatalmente estupidizante, ni la televisión es la única zona de encuentro de la nación con el mundo y de las personas con la nación. Aceptar este determinismo significa jubilar a las consecuencias del proceso educativo, las transformaciones de la moral social, y los cambios democratizadores. Se prefieren las fórmulas del "todo o nada", sin creer en ellas. Hace años, Humberto Eco enfrentó a integrados y apocalípticos; ahora muy probablemente la división se haría entre resignados y contentadizos. Pero existe la gran posibilidad de resistencia a la programación televisiva, resistencia concretada por ahora en algunas alternativas de uso del tiempo libre. (Hay ejemplos en México, el Canal 22 y el Canal 11).

9. Psicológicamente, el más grave -por más fatalista- de los rasgos culturales de esta etapa es "la indefensión" ante las andanadas televisivas. En efecto, desde la perspectiva de los ingresos, México es "país de una clase modesta muy jodida" (Emilio Azcárraga, presidente de Televisa), pero eso no justifica la inercia de los partidos políticos, del gobierno y, lo más oneroso, de gran parte de los sectores intelectuales, convencidos del círculo vicioso: los jodidos sólo dejarán de serlo por vía del ascenso económico, el mismo que les está negado. No se trata, por supuesto, de menospreciar el peso de las condiciones de vida, pero no tiene sentido deificarlas.

El determinismo concentra las posibilidades de la Gente (ese término del que siempre se excluye quien lo utiliza) en el vasallaje ante el aparato que, según dice el señor Azcárraga, le ofrece a la población "además de alegría un entretenimiento sano y que les brindará satisfacción interna". Esto se complementa con la insistencia de Carlos Salinas de Gortari en su sexenio: "En la pobreza no florece la democracia", enunciada en ocasiones de manera radical: "En la pobreza no hay democracia". (Es grave que una parte de la izquierda asume también esta noción). Sin duda, es muy difícil implantar la conciencia democrática en medios sojuzgados por la desinformación (que es también ignorancia de los derechos colectivos y personales), y es y será arduo plantear alternativas que convenzan a los habituados a extraer de la televisión (de esta televisión) el repertorio de estímulos. Pero quien acepta tal fatalidad, identifica lo por ahora imposible (la riqueza justamente distribuida) con la democracia, y desdeña lo que, pese a todo, se da desde abajo en diversas medidas: la vida democrática.

10. Hace unos años se mencionó en la cámara de diputados la conveniencia de legislar el "derecho a la cultura". El diputado priísta Luis Dantón Rodríguez fue todo lo preciso que puede: "Hemos pensado en el Congreso que la regulación jurídica del derecho a la cultura es una aspiración permanente del pueblo mexicano, que no se puede reducir a un proyecto de gobierno por la relevancia que tiene". ¿Pero qué se ha reducido entonces a un proyecto de gobierno: la educación, la salud, la filatelia? El diputado Rodríguez continúa: "El derecho a la cultura debe ser una aspiración permanente, y por ello debe estar considerado y establecido en la Constitución, del mismo modo que el derecho a la salud, a la educación o al trabajo. Y al estado le toca preservar este derecho y reconocerlo como una garantía individual".

En una palabra, los diputados de esa Legislatura no tuvieron ni la más remota idea de su encomienda. El derecho a la a cultura no es el derecho de los autores y de sus ejecutantes; es, y para empezar, la revisión de las consecuencias del fracaso de la educación pública y privada, y para continuar:

  • el derecho a la información en materia de cultura;

  • el derecho a la educación artística;

  • el derecho al uso de bibliotecas;

  • el derecho a espectáculos de claridad y literatura de buen nivel a precios accesibles en distintos niveles;

  • el compromiso estatal de responsabilizarse por ofrecimientos de calidad, así se diga que no hay quien lo busque o necesite. Ha faltado una política estatal del apoyo efectivo a la industria editorial; ha faltado el reconocimiento de la cultura (revísense los informes presidenciales de todo este siglo para observar cuán ornamentales rápidas y autogratificantes son las menciones), entendiendo cultura como saber humanista, información científica, defensa de modos de vida legítimos, conciencia ecológica, y efectivo registro multicultural.

11. A nombre del ingreso al Primer Mundo se ha vendido el paquete ideológico de la "globalización", entendida o aceptada de acuerdo con el modelo estadounidense y las tecnologías de Japón y Alemania. La "globalización", de acuerdo con empresarios y funcionarios, es ser igual que todos a partir siempre de las categorías externas. Sin más, se proclama el "cambio de mentalidad", el decreto que elimina de tajo los rasgos improductivos de la nacionalidad, su tendencia a la improvisación, el ocio, la vagancia. Ahora "el modelo japonés" lo es todo, y se habla con seriedad de implantar en la educación y la cultura el concepto de calidad total. Que la eficiencia y la productividad sean el único horizonte, así, sin programas ni definiciones. Y el ensueño de un país que se modifica en un minuto, se da en una realidad medida por el despilfarro, la ineficacia profunda, el arrasamiento de la ecología, la ponderación extrema de la mano de obra barata.

La sociedad se internacionaliza. Hay más tolerancia, se acrecientan las posiciones feministas y la conciencia de los derechos humanos, se localiza por vez primera la homofobia, se van desvaneciendo los prejuicios colonialistas externos e internos (el prejuicio interiorizado contra los nacos tan común entre los pobres urbanos por ejemplo) y sin embargo, la "globalización" se reverencia de modo abstracto, y mientras -en una sola de sus versiones- se implanta brutalmente. En este sentido, lo preocupante de las resonancias culturales de la integración económica no es el agravio a nuestra identidad psíquica (en lo alto de las pirámides los muchachos comen hamburguesas mientras oyen a The Fuggees) sino la imposición, a cuenta de la modernidad, de las mitologías del capitalismo salvaje. Se hace tabla rasa de la experiencia histórica y se propone empezar no desde cero sino desde la adopción casi histórica de una mentalidad competitiva. No se quiere examinar el conjunto de tradiciones y evidenciar su atraso o su pertinencia, sino rechazar de antemano "lo no moderno", y remitir la definición de lo moderno al capítulo de dividendos de las transnacionales.

12. El estado, los partidos políticos, los sectores intelectuales, las familias (tradicionalistas o modernas), apenas registran, si algo, la democratización de la cultura, considerada imposible, calificada de ilusión populista (casi una herencia de realismo socialista), o descrita como imposición del elitismo en el espacio de autonomía de las clases populares, de gusto lastrado desde antes y para siempre, como lo ratifican, digamos, la adoración de la onda grupera, las reproducciones fosforescentes de La última cena, el patriotismo de clóset que sólo estalla en ocasión de un triunfo de la Selección Nacional.

¿Qué tiene que ver lo anterior con la Reforma del Estado? Directamente nada, pero sí mucho, con la transición a la democracia. Parcelar la democracia y declararla nada más política y económica, por esencial que esto sea, es evadir el sentido de la democratización a fines de siglo. El combate a la desigualdad, tarea primordial en el acoso al neoliberalismo, es también, y en enorme medida, tarea cultural, de modo similar al de empresas como el feminismo y los grupos ecologistas. Si el tránsito a la democracia no es también cultural, se corre siempre el riesgo de empezar de nuevo.


Revista Chiapas
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Chiapas 3
1996 (México: ERA-IIEc)


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