La globalización es un replanteamiento del poder mediado por una racionalidad económico-militar que interviene todos los sectores de las sociedades en las localidades. El concepto de localidad que utilizo en este artículo obedece a especificidades geográficas e históricas en las formas de apropiar el espacio en el suroccidente colombiano y en especial el departamento del Cauca.
Si nos dirigimos a los análisis que guían la estrategia y accionar militar del Plan Colombia, vemos que desde su producción de realidad construye un sentido alrededor de la naturaleza, la define como entidad hostil a ser domesticada, dominada y en algunos casos hasta eliminada. Ello nos evoca esa mirada colonial reeditada desde el neoliberalismo. En un campo de confrontación y competencia, diversos actores como movimientos sociales, cultivadores, pobladores locales, ejército, policía, grupos subversivos, entre otros, protagonizan juegos de poder en escenarios cotidianos generando impactos en el orden local, nacional e internacional. Para el caso de los movimientos sociales, las luchas por la autonomía y territorialidad exigen de sus actores adelantar un juego donde el azar, los procesos y el cambio dejan ver patrones de significación con los que se afronta e inventa la vida. Estas operaciones se llevan a cabo con elementos específicos y un ordenamiento ceremonial proporcionado por imágenes culturales propias.
Así, cada uno en lo representado transforma el entorno. Es a través de la fabricación de estos rituales donde se expresa la estética de vida, la distinción desde la cosmovisión de la naturaleza contraria a la estética institucional, oficial de la búsqueda del monopolio de la fuerza, cargada de parafernalia pesada, prestablecida, con una razón sinrazón, como es el caso del ritual de la fumigación dentro de la estrategia de guerra del Plan Colombia.
La fumigación como expresión visual del Plan Colombia
La imagen de la fumigación -como acción social directa- materializa la representación de una intervención -aparentemente casual y pasajera. La lluvia del glifosato, que cae desde las avionetas, representa el encuentro de concepciones del mundo diametralmente distintas entre lo global y lo local.
Es inevitable tocar el tema de las fumigaciones sin referirse a los sentimientos que promueve y los efectos que produce el ver cotidianamente en nuestros noticieros la imagen de una avioneta regando nuestros campos con glifosato. La televisión nos muestra un escenario donde el bosque no deja ver actores, sólo se observa el campo y la avioneta que se ponen en contacto a través del chorro químico.
La acción de la fumigación pone en escena un juego que "hace y deshace la sociedad" mediante la demostración (Balandier, 1994: p. 15). La fumigación representa la danza propia de una racionalidad económica que quiere maximizar la eficacia en el uso del espacio. Esa "caricia" de la avioneta a los cultivos puede representar una agresión gratuita o justificada, un castigo o sanción a la pareja ser humano-naturaleza y al resultado de esa unión a través del tiempo que se ha plasmado en un paisaje que expresa estéticas de vida. Todas las poblaciones de plantas, animales, seres humanos y espirituales reciben la lluvia. Tal vez por haber provocado desequilibrios en modelos ecológicos y económicos. Por haber retado poderes, sin saberlo.
El poder utiliza medios espectaculares para señalar su asunción de la historia, exponer los valores que exalta y afirmar su energía. Este último aspecto es el más dramático, no únicamente porque activa la violencia de las instituciones, sino también porque sanciona públicamente la transgresión de las prohibiciones que la sociedad y sus poderes han declarado inviolables (ibid.: p. 23).
¿Será entonces la escenificación de la fumigación una demostración de poder? Del poder de lo lícito contra lo ilícito, del poder dominante de la técnica, del poder de la velocidad, de la fuerza química, de la técnica de aspersión. ¿Del poder de un plan de desarrollo, de un Plan Colombia? Es una escenificación del poder para poderosos y subalternos, en vivo y en directo para los pobladores locales y en transmisión vía satélite para la comunidad global.
Estas escenas pueden ser también interpretadas como actos de guerra contra el narcotráfico y todo lo que esté ligado a él como pueden ser los grupos en armas. Directamente golpean a una población que supuestamente apoya proyectos de narcodesarrollo y que potencialmente sea la base de apoyo de la insurgencia, como lo señala un analista estadounidense. El lenguaje de la guerra se encarga de confundir y polarizar posiciones. Cualquier parroquiano, alcalde o gobernador que se atreva a poner en tela de juicio el acto de la fumigación queda ligado inevitablemente al narcotráfico, a la insurgencia o a la síntesis de las dos: la narcoguerrilla.
Entre los sujetos subalternos que observan la acción fumigadora se podrían clasificar por lo menos dos grupos que sufren los efectos performativos de la acción, es decir, son testigos de una demostración de fuerza escenificada para ellos: el televidente de la región del suroccidente colombiano y el habitante de la zona fumigada. El primero vive el impacto de manera rápida reorientando su realidad, aunque el efecto químico no sea directo en sus plantaciones ni en su vida cotidiana. Lo que no quiere decir que en el mediano o largo plazo no sienta los efectos colaterales como desplazamientos y contaminaciones. El habitante de la zona vive la acción con la ansiedad de la incertidumbre y la sorpresa de un ataque a su paisaje donde se incluye él mismo, su familia, sus animales, sus plantas, sus vientos, su agua, sus espíritus.
La reacción inmediata, refleja, de este actor receptor, será la de evitar el chorro químico y proteger a su familia y animales en el caso de no haber huido previamente con ayuda del rumor. Algunos pobladores locales tendrán que moverse, que desplazarse hacia otros lugares, irán a colonizar nuevas tierras para sembrar coca y amapola o, si no, tendrán que "reinsertarse" con la nueva identidad impuesta de "desplazados" para ampliar los ejércitos de desocupados de las ciudades. Éstas son sólo un par de posibilidades en un abanico mayor.
Pero en toda esta teatralización, tendríamos que averiguar quién maneja el libreto. Pareciera que los hilos conductores de esta obra superaran nuestros límites nacionales -con agentes externos y locales-, ya que se trata de un problema mundial y de la "seguridad nacional" de estados poderosos. Entonces la escena se realiza para cubrir la perspectiva y el derrotero que marcan los "vigilantes" del orden global. Además, nos vamos enterando que no somos los únicos involucrados -aunque sí los directamente afectados-, hay público vecino de la región que potencialmente puede ser afectado y que de alguna manera ya está incluido como receptor de posibles desplazados -sean éstos cultivos o personas- de esta zona.
Si bien la fumigación no es algo tan nuevo para nuestra memoria perceptual, sabemos que esta vez es un elemento clave de un nuevo proyecto político, económico y militar: el Plan Colombia, que considera mínimamente lo social. El Plan Colombia pretende representar a la sociedad global cuyos intereses se están viendo afectados por procesos localizados en "provincias" del sur, jalonados por agentes que responden a sus propios problemas de supervivencia sin considerar los efectos globales de una explotación de lo que el mismo plan denomina "cultivos ilícitos". Pareciera que el analista global, desde su escala, está ubicado en puntos estratégicos donde puede observar un panorama mundial, dispone de las herramientas que dejan ver la problemática colectiva -"solidaria"- mundial, antes que visiones egocentradas de regiones aisladas que sólo consideran su propia supervivencia. Esa capacidad de análisis le da a los vigilantes del orden global la autoridad para intervenir en procesos económicos y políticos locales. Lo paradójico es que mientras una esfera globalizadora como el Plan Colombia fumiga, como parte de su estrategia militar, otras esferas igualmente globalizantes bogan por la conservación del medio ambiente.
La coca y la amapola son consideradas riqueza y empresa rentable por intereses transnacionales que se vinculan a través de la exportación de precursores químicos. Además, aportan el glifosato como valor agregado que se va convirtiendo en insumo de este gran negocio. En la medida que la fumigación desplaza a la población hacia otras zonas se abren mercados para nuevas fumigaciones.
Las fumigaciones son un acto de guerra, de ordenamiento poblacional y reacomodo de tierra; de instauración de un supuesto orden global, ajeno y externo. Los analistas de guerra, asesores estadounidenses, consideran la fumigación sólo como un elemento suplementario, que colabora en la desestabilización de la zona controlada por los grupos "marxistas". Sin embargo, al reseñar algunos datos históricos de la fumigación en Colombia encontramos que esta acción se adelanta hace más de veinte años y lo que ha logrado es la multiplicación de los cultivos perseguidos, el desplazamiento de poblaciones rurales y la consecuente colonización y depredación de nuevas regiones.
La racionalidad económica del cultivador campesino e indígena es diferente a la racionalidad del narcotraficante. Ya que el traficante está sobre una racionalidad capitalista más cercana a las exportadoras de precursores químicos. Tanto la productora de precursores químicos para procesar la cocaína, como la del glifosato, de antemano saben que el negocio no se va a acabar mientras se mantenga una demanda. Además, toda persecución a procesadoras de narcóticos trae beneficios inmediatos, pues los laboratorios se trasladan y requieren de nuevas materias primas para seguir produciendo, es decir, el mercado de precursores tampoco se acaba.
Los sembradores y recolectores de hoja de coca, agentes del rebusque, están ligados como vértice a una economía internacional de exportación en una frontera donde termina la reciprocidad social que se convierte en una reciprocidad negativa, pues -en la mayoría de los casos- no conocen a los consumidores ni tampoco el producto final: la cocaína o la heroína. En este grupo se encuentran personajes con muy diferentes orígenes que pueden entender en forma diversa el legado cultural de la coca. Es posible la existencia de indígenas con una memoria milenaria que hayan tenido que sacrificar algo de la sacralidad de la planta para poder sobrevivir, o que elaboraron esquemas hacia una reciprocidad negativa como ya lo han hecho con el maíz, de diferenciar las jerarquías en cuanto a la forma de intercambio que se va a realizar.
El contacto del productor y cosechador con la hoja se da en un marco económico de escasez de medios de trabajo y de producción en una economía capitalista, y a propósito de una larga historia de colonización y expansión de frontera. La mayoría ve en el cultivo una economía extractiva pasajera semejante a las minas de oro, el caucho o la quina. La práctica del rebusque es la salida a la supervivencia como expresión de transformación y cambio ante presiones estructurales de larga duración. Desde su participación en una producción ilícita potencialmente rentable, el actor social construye, junto con sus vecinos, nuevos universos simbólicos ligados a tensiones sociales para darle coherencia a su quehacer.
Entre tanto los creadores de planes de desarrollo como el Plan Colombia esperan orientarlos a economías de monocultivo agroexportable, con el uso de semillas transgénicas, resistentes y compradas a las multinacionales, y con asesoría técnica del exterior. En esta forma se irán acabando los pequeños bancos genéticos propios de los cultivos de autoconsumo del campesino.
Otra de las esferas en el orden local es la que se relaciona con la "política de la naturaleza" sobre las regiones de bosques tropicales. Allí, lo global que toma forma en proyectos estatales de biodiversidad y "desarrollo sostenible" se enfrenta a tensiones con la construcción de la naturaleza y los conocimientos medioambientales locales. En esta relación, la mirada científica del proyecto globalizador busca justamente el acceso a conocimientos locales.
Este proceso representa la lógica posmoderna de un capitalismo en vías de reestructurarse y que considera los recursos de la naturaleza como "capital posmoderno" (Escobar, 1996), que se debe conservar para garantizar su explotación en el futuro. Pareciera que en su esfuerzo "objetivo" se limitara a buscar la rentabilidad y a llevarla en registros estadísticos sin tener en cuenta otras perspectivas sobre la naturaleza en la localidad.
Algunos datos sobre fumigaciones
Colombia experimenta las fumigaciones de cultivos con Paraquat desde finales de la administración Turbay en 1978-1982. Se aceleraron durante la presidencia de Belisario Betancur entre 1982 y 1986. Después se adelanta la erradicación forzada para marihuana y coca durante el periodo de Virgilio Barco en 1986-1990. Más adelante, se refuerza la fumigación de marihuana y coca y empieza en la década de los noventa la destrucción de la amapola con glifosato durante la administración Gaviria, 1990-1994. Aquí se baten todas las marcas históricas nacionales e internacionales en materia de erradicación química y manual de cultivos ilícitos. Durante la administración de Samper entre 1994 y 1998 se probaron herbicidas más tóxicos como el Imasap y el Tebutihoron. El actual gobierno del presidente Pastrana informa que ha destruido 90 mil hectáreas de coca entre los años 1999 y 2000. A partir de esa fecha, Washington viene presionando para aplicar el hongo fusarium oxiporum en el proceso de erradicación forzosa.
A pesar de todos estos esfuerzos los efectos de la erradicación química de los cultivos han sido insignificantes en Colombia -en cuanto a comparación de áreas cultivadas- y en Estados Unidos -en cuanto a consumo. Si en 1981 se tenían cultivadas 25 mil hectáreas de marihuana y coca, según la CIA para el año 2001 aumenta hasta 120 mil hectáreas, en sólo coca. En 1990, la producción de heroína era insignificante; en 1996, el país ya producía 66 toneladas métricas y hoy Colombia supera a México como principal abastecedor de heroína. Mientras que en 1998 la producción de coca es de 435 toneladas, en 1999 alcanza 520 toneladas. El grave daño ecológico se manifiesta en deforestación, pérdida de semillas y de biodiversidad nativa. Genera convulsión social, enfermedades de la piel, gastrointestinales y respiratorias.
La fumigación es un elemento ilustrativo central de la lógica de guerra, es la dimensión omnipresente que organiza y da sentido a todo lo demás aunque este sentido se nos presente como algo perverso.
La esfera militar
El Plan Colombia enfatiza el avance técnico y la cooperación militar en la lucha contrainsurgente, mientras la guerra contra el narcotráfico aparece en un segundo plano. Así lo expresa el informe de la Corporación Rand a la fuerza aérea estadounidense, documento de ciento treinta páginas denominado "El laberinto colombiano: la sinergia de la droga y la insurgencia y sus implicaciones en la estabilidad regional".
Aquí se analiza el débil rol que perfila el presidente colombiano y la desconfianza que inspira a Estados Unidos en la guerra contrainsurgente, lo que obligaría al país del norte a intervenir operacionalmente, con el agravante de tener que hacer grandes inversiones económicas. Esto coadyuvaría a una pérdida de imagen en la zona en la lucha antinarcóticos.
El informe Rand analiza el obstáculo que presentan grupos armados "marxistas" como las FARC en el desarrollo de una agricultura comercial en Urabá y del comercio de las minas de oro en Antioquia. Critica la incorporación de este grupo armado al negocio de la coca de donde extrae "reservas financieras estratégicas" para "sostener un escalamiento del conflicto".
El documento enfatiza sobre los progresos de los militares colombianos bajo la asesoría de militares estadounidenses para instrumentar una táctica más agresiva que ya ha sido aprendida por ellos en las escuelas estadounidenses de entrenamiento de oficiales.
La "estrategia del sur" -admite Rand- debe hacerse con acompañamiento de helicópteros, con radares y colecciones de inteligencia. Calculan incluso que en las acciones militares contra las FARC hay que estar pendientes de esos "cerca de 314 mil habitantes que dependen directamente de la coca para su supervivencia, pues la intensificación de la erradicación de coca puede conducir a una resistencia de la población local".
También advierte al Pentágono que "el gobierno colombiano no tiene los recursos institucionales o materiales para dar soluciones". Se puede dar una tendencia al "efecto dominó" (que ya ocurrió en Centroamérica con Guatemala, El Salvador y Nicaragua y en el lejano oriente con Vietnam y Camboya) si Estados Unidos no interviene en la situación colombiana, lo que puede conducir a un conflicto regional. Por lo tanto, sugiere expandir la presencia militar estadounidense en las fronteras de la nación teniendo en cuenta que Panamá ha dejado un vacío de seguridad en las "provincias del sur". Termina con la siguiente frase tomada del teórico inglés thatcherista John Dunn: "No puede haber control político sin capacidad de coerción".
El documento se refiere también a la ubicación estratégica de Colombia por su proximidad a Venezuela, fuente petrolera de gran importancia para Estados Unidos. También trata el tema de los bienes que el mercado colombiano proporciona al pueblo estadounidense. Se pregunta qué pasaría con ese mercado si se daña la estabilidad de la región. El documento cierra con la mención de una serie de aparatos sofisticados sobre todo en el área de comunicaciones. La zona es vista ante todo como un centro de experimentación de tecnologías y de actualización de sus experiencias guerreras anteriores con el fin de garantizar la seguridad global.
"Yo pongo los hombres, usted los equipos"
¿Qué dicen los militares colombianos al respecto? El general Mario Montoya, encargado de la base militar de Tres Esquinas en el Amazonas con unos mil hombres entrenados por las fuerzas armadas estadounidenses en la base de Tolemaida en el Tolima, considera que su misión es
domesticar la selva y hacer de la base construida desde 1932 durante la guerra contra Perú, una sede de la fuerza de tareas conjuntas del sur, para luchar contra el narcotráfico y los grupos armados que lo apoyan o se nutren de él en los departamentos de Caquetá, Putumayo y occidente del Amazonas para adelantar la llamada "Guerra del Sur" [Bonilla, 2000].
Con el fin de disminuir las plantaciones de coca a la mitad sigue una estrategia para atacar a la guerrilla y los paramilitares que estén involucrados en el negocio, pues considera que donde está la coca está el conflicto. El general mira críticamente las cifras que manejan las FARC en su política de gramaje y las posibilidades que el negocio les abre para la compra de armas. Se siente orgulloso de haberle dado al ejército el estatus de fuerza antinarcóticos y de haber quedado involucrados en el Plan Colombia gracias a la presión ejercida ante el Pentágono.
Desde el punto de vista tecnológico admite las bondades de la transferencia de tecnología militar estadounidense y los progresos alcanzados por el ejército nacional. Si bien, como reza en el subtítulo de este apartado, "yo pongo los hombres, usted los equipos", afirmación hecha por el propio general, el rango subalterno queda explícito en este proyecto de cooperación militar. De la misma forma, el ejército estadounidense deja explícito su papel de vigilante del ejército colombiano en el sentido de controlar los movimientos de cada soldado colombiano, para evitar acciones violatorias de derechos humanos.
Hasta aquí, y desde las fuentes externas, se nota el bajo perfil protagónico tanto del presidente como de su ejército. Tampoco aparecen en un rol importante los pobladores locales que cultivan "ilícitos", mientras no se unan a proyectos subversivos de resistencia. El personaje central del discurso es el "guerrillero marxista", que le da razón de ser al guerrero estadounidense. En estos documentos no aparece ninguna mención a la ecología, a los mismos cultivos "ilícitos", que se tornan en personajes secundarios de una guerra contrainsurgente.
Desde esta perspectiva podemos ver que los objetivos antinarcóticos del Plan Colombia no son el principal motor del desarrollo propuesto. De esta manera, el fenómeno de la fumigación no sería más que un elemento complementario de desestabilización de un equilibrio controlado por actores subversivos que retan al poder global. Estos territorios en peligro deben, según el plan, ser recuperados para el orden global. Su importancia supera el orden nacional sinónimo de "provincia del sur", como formación territorial pasajera, funcional al orden global.
Podemos concluir que la guerra se presenta ante estos analistas como un problema técnico. Ellos no consideran aspectos de deterioro ambiental, concepciones y vidas de pobladores locales, problemas nacionales de territorialidad. Los personajes que son nombrados como protagonistas centrales son "las guerrillas marxistas" como factor principal para justificar una intervención y, por otro lado, el ejército colombiano como actor subalterno necesitado de capacitación técnica y de orientación de estrategias modernizantes que garanticen el orden global del cual los estadounidenses se erigen como principales responsables.
Una perspectiva de la esfera local
En este orden de ideas, es importante vislumbrar el potencial diálogo o interlocución entre la aldea global y la local. Para ello, elegimos el departamento de Cauca y a los actores locales caucanos que intentan articular un discurso propio en esta discusión.
A continuación, se hace una presentación del territorio caucano desde la perspectiva de lo que sería una aldea local con potenciales capacidades de negociar con la "aldea global". Se escogen actores sociales que de una u otra manera han exteriorizado sus preocupaciones con respecto al tema de la fumigación y que representan sectores populares de la población rural y urbana del Cauca.
El paisaje
El departamento del Cauca como ente administrativo se encuentra actualmente gobernado por el movimiento político denominado Bloque Social Alternativo (BSA), que surgió de alianzas de hecho producidas entre diversos movimientos sociales y que tuvieron como evento principal el bloqueo a la carretera Panamericana en noviembre de 1999. Allí se unen varios movimientos sociales entre los que se cuentan principalmente el CRIC (Consejo Regional Indígena del Cauca), que agrupa a indígenas paeces, coconucos, totoroes principalmente; el MAICO, Movimiento de Autoridades Indígenas de Colombia, que agrupa sobre todo a indígenas guambianos vecinos de los paeces; el CIMA (Comité de Integración del Macizo Colombiano), que representa el movimiento campesino del sur del Cauca y el norte del vecino departamento de Nariño. También participan el Cabildo Mayor Yanacona, varias asociaciones de cabildos, además de grupos sindicales de maestros, de agrarios como la Asociación de Usuarios Campesinos -ANUC-, de salud, de destechados, de barrios populares y últimamente de desplazados de la guerra y de mujeres, entre otros. Estos movimientos vienen impulsando en las últimas décadas procesos en el Cauca, que impactan en el nivel nacional e internacional. En las décadas anteriores, estos movimientos sociales habían concertado con el gobierno colombiano planes y proyectos que generalmente fueron incumplidos. Éste es uno de los elementos comunes que une a los grupos antes mencionados. (Una más amplia presentación de los movimientos sociales del Cauca se encuentra en Espinosa, 1998.) Los movimientos armados que hacen presencia en el país también impactan al Cauca y van haciendo historia y atravesando imaginarios sociopolíticos y de la geografía cultural.
La base social campesina e indígena de estos movimientos está siendo afectada directamente por las fumigaciones. Como propuesta del BSA se ha venido construyendo el Plan Alterno, cuyo énfasis principal es la erradicación manual de los cultivos denominados de "uso ilícito". Se toma al BSA como actor protagónico en esta coyuntura, pues aparece como uno de los principales interlocutores locales y representa a los sectores populares urbanos y rurales. Por este motivo, también tiene grandes contradicciones con los partidos tradicionales y las castas que han gobernado el departamento hasta fines del siglo pasado.
La supervivencia política de este movimiento se ha puesto a prueba frente a grupos de ultraderecha que vienen amenazando a sus líderes. Respecto a su negativa a utilizar la estrategia de las fumigaciones con la propuesta de erradicación manual, se le ha venido en contra una opinión pública manejada por los medios de comunicación que sataniza toda posición que contradiga esta política.
Si bien el BSA es producto de una construcción de movimientos sociales, éstos han continuado con su dinámica organizativa y apoyan al BSA que gobierna pero logran diferenciar los espacios de negociación en que se encuentran y no permiten que sus identidades organizativas se refundan en el bloque. Los movimientos sociales saben que el BSA se mueve en un espacio diferenciado donde tiene que confrontar cotidianidades marcadas por la cultura política, que utiliza la burocracia y los engranajes clientelistas para mantener su poder. Éste es un tema que por ahora no podemos abordar más ampliamente, pero es necesario mencionarlo sobre todo para distinguir los roles que unos y otros juegan en la política actual.
En el tema concreto de las fumigaciones, el gobernador del Cauca ha representado directamente al BSA y a los movimientos sociales en sus intervenciones ante el congreso colombiano, en el parlamento europeo y en el parlamento estadounidense. Allí, ha participado de la discusión sobre fumigaciones y ha expuesto su propio Plan Alterno, cuyo énfasis central se da en la erradicación de los "cultivos ilícitos" (ver BSA, 2001).
El gobernador del Cauca y su equipo de gobierno han elaborado algunos materiales donde muestran las experiencias de erradicación manual llevadas a cabo por indígenas guambianos y yanaconas en el departamento, y las causas del fracaso de este tipo de proyectos debido sobre todo al incumplimiento del estado en la sustitución de cultivos. Estos cuadros de indígenas arrancando lentamente las plantas de amapola contrastan con la veloz avioneta fumigadora. La política de defensa del medio ambiente y de la supervivencia de las comunidades ha llevado a que se vaya conformando una alianza con departamentos vecinos (Nariño, Putumayo, Tolima, Huila y Caquetá) que ha tomado el nombre inicial de Bloque Sur. Toda la región compuesta por los departamentos mencionados ha vivido en carne propia las fumigaciones y toda ella conforma el blanco estratégico de ejecución del Plan Colombia. Es aquí donde se fusionan las estrategias de guerra antinarcóticos y contrainsurgente.
La variedad natural del Cauca va desde los cálidos manglares, pasando por las selvas bajas del litoral, hasta las frías selvas andinas y páramos. También posee regiones secas, casi desérticas, en el sur del valle del Patía, contrastando con la humedad de la selva tropical amazónica de la Bota Caucana; tiene cuarenta y un municipios y una superficie de 30 500 km2. Cuenta con ricos parques nacionales, como el Puracé, el Huila, el Munchique; se halla irrigado por una cantidad de ríos. Este espacio es resultado de la interacción con poblaciones paeces, ingas, yanaconas, guambianos, mulatos afrodescendientes y mestizos, quienes definen sus territorios con prácticas distintivas, antes que por sus características civilizatorias.
No podemos sumarnos a una idea que abstraiga todas las historias locales de las múltiples culturas, de las múltiples lenguas desconectadas de sus lugares, de su pasado, sin nexos comunitarios y unidos bajo el imperio de la ciencia, el mercado y el estado, como negocio rentable. La biodiversidad se constituye en una interfase entre naturaleza y cultura, involucra una vasta red de localidades. Para el caso del Cauca, la zona Pacífico, la andina y la amazónica. En este sentido, conceptos como cultura y ecología política son negociados desde las perspectivas de narradores locales, quienes se enfrentan a la ambigüedad entre la búsqueda de la posibilidad de una tierra, vías de comunicación, salud, educación y recreación, y las tensiones regionales y nacionales de conflicto, además de la responsabilidad sobre la sustentabilidad de la naturaleza y la vida. Pareciera que oscilan sin salidas directas y locales. Aunque los movimientos sociales no armados del sur del Cauca negocian ante instituciones de orden nacional, estos acuerdos se firman pero no se cumplen. En cambio, sí se sienten los efectos directos de la transnacionalización de la guerra y, día a día, aumenta el número de desplazados.
La ecología política se valida en una tendencia donde su aproximación conceptual se dirige a la conservación de la diversidad desde la perspectiva de la conservación de la autonomía de un territorio-región donde la defensa es sobre modelos locales de naturaleza, documentados por prácticas desde el conocimiento de la naturaleza local y de racionalidades económicas de producción alternativas al modelo de industrialización capitalista. Tales modelos conceptuales se decantan desde los análisis de los movimientos sociales que emergen en el orden regional, como Plan Alterno, Vida Digna, Unidad, Tierra, Cultura y Autonomía, Autoridades Indígenas. Aunque la distancia entre los discursos del movimiento social y la biodiversidad es inmensa, se esperaría que en las redes de relaciones y en el diálogo y los avances en la investigación desde el subalterno surjan debates de encuentro. Entonces tendríamos elementos para acercarnos si es posible, desde una mayor sofisticación, a redefinir el mundo desde las múltiples prácticas culturales y ecológicas que aún subsisten en nuestras localidades.
Septiembre de 2001
Bibliografía
Balandier, George, El poder en escenas. De la representación del poder al poder de la representación, Paidós, Barcelona, 1994.
Bloque Social Alternativo, Lineamientos del Plan Alterno, noviembre de 2001, mimeo.
Bonilla, María Elvira, "El general del Plan Colombia", Revista de El Espectador, 20 de agosto de 2000, pp. 14-22.
Corporación Rand, El laberinto colombiano: la sinergia de la droga y la insurgencia y sus implicaciones en la estabilidad regional, citado en Alexander Cockburn, "Blueprints for Colombian War", Colombian Labor Monitor, 2 de agosto de 2000; kolko@t-online.de
Escobar, Arturo, La invención del Tercer Mundo. Construcción y deconstrucción del desarrollo, Vitral, Norma, Barcelona, 1996.
Espinosa, Myriam Amparo, "Práctica social y emergencia armada en el Cauca", en María Lucía Sotomayor (comp.), Modernidad, identidad y desarrollo, construcción de sociedad y recreación cultural en contextos de modernización, Instituto Colombiano de Antropología, Ministerio de Cultura y Colciencias, Santafé de Bogotá, 1998, pp. 139-66.
Revista Chiapas
http://www.ezln.org/revistachiapas
http://membres.lycos.fr/revistachiapas/
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Chiapas 13 2002 (México: ERA-IIEc)
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