Chiapas
13


Cachito
Los hijos del Cordobazo.
Crónica desde el Gran Buenos Aires *

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La crisis actual en la Argentina: entre la dolarización, la devaluación y la redistribución del ingreso

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La rebelión de la memoria. Entrevista con Mauricio Fernández Picolo

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Contraste entre miradas colonizadoras y subalternas sobre el Plan Colombia

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DEBATE

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Jérôme Baschet,
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PARA EL ARCHIVO

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Las palabras nuevas de los piqueteros

Cachito,
Los hijos del Cordobazo. Crónica desde el Gran Buenos Aires

León Rozitchner,
Los campos floridos de la Argentina


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El jueves empezó como un día jodido para nosotros... claro, era jodido para todos, ¿no? Con lo que venía pasando... pero digo que era jodido para nosotros, los desocupados que conquistamos un Plan de Empleo en los cortes de ruta, porque después de los piquetes que veníamos haciendo desde hacía una semana para cobrar antes de las fiestas, el gobierno provincial había anunciado el pago justo para esa mañana. Y con la necesidad que hay, te imaginás..., nadie quería correr el riesgo de que dejaran de pagar a media mañana por falta de efectivo, como habían hecho otras veces. Por más que si pasaba eso seguramente íbamos a tomar el banco, como hicimos el mes anterior. Así que todos tempranito al banco. Algunos, con la radio a pilas, en el aglomeramiento frente al banco tratábamos de informarnos cómo estaba la cosa en la Plaza de Mayo. Nosotros, desde el Movimiento, ya el día anterior habíamos acordado juntarnos en asamblea general a las dos de la tarde en el galpón comunitario, todos los compañeros de los distintos barrios de la zona que integramos el Movimiento. Mirá qué ingenuo, ¿no? Yo a esa hora, a media mañana, pensaba que se iba a llenar la plaza de gente, pacíficamente, me imaginaba, qué sé yo, cien mil, doscientas mil personas puteándolos a estos hijos de puta hasta que se vayan, pero no me imaginaba lo que después pasó.

Pero bueno, fuimos cobrando sin problemas, y me fui del banco para el rancho en el asentamiento. Le di, como todos los meses, 140 patacones[1] a la Zulma. Este hijo de puta de Ruckauf[2] paga en bonos... [...] Todos los meses igual, la guita del cobro dura dos o tres días, y con los alimentos que podamos recibir el mes que conseguimos algo del municipio, a fuerza de marchas y piquetes, así comen nuestros hijos. Bueno, el más grande de mis pibes, Jorgito, que tiene quince, ayuda un poco en la casa, cuando sale con el carro a cirujear,[3] para que puedan comer sus otros cuatro hermanos... Cuando lo veo al pibe tener que salir con el carro, y me acuerdo, no hace mucho, tres años hace, que todavía yo laburaba en la papelera y para estas fechas ya contaba con el aguinaldo, no sé, te digo la verdad, se me llenan los ojos de lágrimas, como de impotencia. Pero cuando me agarra así enseguida pienso en los compañeros, en la última lucha que tuvimos, y me imagino cómo va a ser la próxima. Y esta vez, la próxima estaba cerquita, iba a ser esa misma tarde. "Guardá la bronca para ese momento, Cachito", me decía a mí mismo, para adentro. [...] Por eso, volvamos a lo de la plaza. Te decía que pasé por el rancho a dejarle la plata a la Zulma, estuve un rato con los pibes, y enseguida me fui para el galpón donde íbamos a reunirnos.

Habían venido unos compañeros del colegio secundario de la zona, que nos dan una mano con apoyo escolar y alfabetización para adultos en el barrio, y esta vez querían ir a la plaza con nosotros. Como varios ni siquiera habían comido, compartían un sándwich de milanesa que venden en el almacén a dos por un peso. Creo que fue Aldo al que se le ocurrió traer el televisor de la casa al galpón comunitario, porque ya que nos estábamos juntando ahí, era bueno tener la información de primera mano. Yendo para el galpón, ya en la esquina, don Cosme, ese que nunca se mete en nada, me había dicho que habían reprimido a la mañana en la plaza, y me preguntó qué íbamos a hacer. Lo invité a la asamblea, aunque casi seguro que no iba a venir, lo invité igual. Y ahí empezamos a armar el rompecabezas de la información: cada uno comentaba lo que había escuchado desde el día anterior, y seguíamos con atención lo que pasaba en la tele; creo que fue Santiago que dijo: "Mirá, ahora estos putos de Canal 13 hablan de estallido, de bronca popular, cuando hasta ayer defendían al gobierno y ni siquiera sacaban nada cuando estuvimos doce días en la ruta". Así la discusión política se fue armando hasta la hora de la asamblea. Bueno, te cuento directamente la asamblea, porque mucho de lo que charlamos antes después se volvió a charlar ahí; en realidad, cuando a las dos y pico empezaron a llegar masivamente los compañeros, desde hacía un rato ya estábamos viendo en la tele que habían empezado a reprimir de nuevo: mientras les tiraban los caballos encima a las Madres, seguían llegando compañeros al galpón. Cuando empezaron los palos contra los muchachos y las pibas que querían resistir con una sentada pacífica en la plaza, todo esto era más o menos a las dos, más y más compañeros seguían llegando. Así que las imágenes mostraban que la cosa se iba poniendo cada vez más pesada en la plaza, y a muchos, estoy seguro de que a otros compañeros les pasó lo mismo que a mí, en ese momento nos agarró una sensación mezclada: porque por un lado estábamos seguros de que los más decididos, los compañeros que siempre hacíamos la seguridad en los piquetes, muchos de los delegados, iríamos a la plaza pasara lo que pasara. Pero por otro, también sabíamos y comprendíamos que otras compañeras y compañeros, algunos hombres mayores, sentirían miedo ante las imágenes brutales que todos estábamos viendo por la tele.

El miedo

Ahora que sale el tema del miedo, te cuento: el anuncio del estado de sitio, la tarde anterior, creo que no afecta lo mismo en un barrio de la capital, Palermo por ejemplo, que en uno de nuestros barrios, o en la "villa", como dicen ellos. Acá todos saben que nosotros somos piqueteros, lo saben los vecinos pero también los milicos de la zona, los punteros políticos del municipio contra quienes los vecinos se fueron volviendo más rebeldes desde que están en el Movimiento, y por eso los punteros nos tienen bronca. Y sobre todo los canas de la comisaría de la zona, esos milicos renegados de su clase, porque en muchos casos viven en barrios como los nuestros, pero en la policía les meten una ideología de odio al pueblo, no sé, les hacen creer que son superiores, aunque seguro que tienen un cuñado o un hermano que está en la misma que nosotros. Pero en la policía los transforman en asesinos, prácticamente, porque parece que disfrutan cuando pueden pegarle un tiro con impunidad a cualquiera de los vagos del barrio... Esos milicos a nosotros nos tienen una bronca bárbara, y con el estado de sitio estaban contentos, seguro que pensaban que ahora sí nos iban a dar. Por eso los cacerolazos de la noche anterior, que fueron muy importantes para quebrar el miedo y empezar a voltear a estos hijos de puta de los políticos que gobiernan, se dieron en los barrios de clase media, mayoritariamente en los barrios de la capital y en los centros comunales, ¿no? ¡Ni locos íbamos a salir nosotros a la madrugada, ni con cacerolas ni con nada, mientras los milicos patrullaban nuestros barrios deseosos de pescarnos y tirotearnos, como hicieron esa noche! Así que se dio como un complemento muy importante en esos dos días de lucha: muchos movimientos de desocupados como el nuestro, en los días previos fuimos subiendo la temperatura de la bronca con los piquetes en los grandes hipermercados de capitales multinacionales, porque nosotros no fuimos al mercadito del barrio a saquear, fuimos a los grandes hipermercados, donde están las multinacionales que le chupan la sangre al país; siempre charlamos eso en las reuniones de capacitación del Movimiento. Nosotros, que desde hace tiempo veníamos sosteniendo la lucha, esa noche estuvimos a la expectativa, pero sin salir. Y la clase media, que quizás hasta ahora no había salido a manifestar su bronca en forma masiva, suplantó por esa noche nuestro protagonismo, o mejor dicho, se sumó a la lucha, saliendo con las cacerolas hacia la Plaza de Mayo y el Congreso, bancando incluso las represiones que se dieron en la madrugada...

[...] Bueno, lo que pasó en Buenos Aires esa tarde no te lo voy a contar yo, vos ya sabés, estuviste o leíste los diarios. Aunque muchas veces en los medios ocultan las cosas como realmente son. Eso nos decían los compañeros que se quedaron en el barrio, que en los medios no se notaba todo lo que después les contábamos, y que hablaban de represión por un lado y vandalismo por el otro, como si fuera esa historia de los dos demonios que aplicaron en los setenta, ¿no? Pero bueno, te cuento entonces algunas cosas que no se vieron en la tele.

Lo que no se mostró

Nosotros, una vez que garantizamos que se volvieran al barrio los compañeros que iban a tener problemas para respirar o correr, buscamos la Avenida de Mayo, pensando que por ahí tenía que ser la forma central de retomar la plaza. Estábamos a dos cuadras, como doscientas, trescientas personas por esquina. Y ahí, apenas llegamos, al ver a todos los compañeros, ¿sabés qué pensé? En eso que a veces discutimos en el Movimiento, que somos todos iguales, que no queremos que aparezcan dirigentes entre nosotros...

[...] Es cierto eso que dicen algunos diarios: tirando piedras y esquivando gases había desde empleados de oficina hasta docentes, hombres grandes y pibes bien jovencitos, estábamos nosotros, otros flacos que parecían universitarios... Esa tarde sí que confluimos, quienes pudimos llegar a la plaza desde los barrios humildes del Gran Buenos Aires, con la juventud de clase media y los empleados bancarios, en las mismas trincheras.

[...] Fijate que si alguno se ponía a destrozar algo que podía ser de algún particular o a romper vidrios sin fijarse lo que era, en seguida la mayoría lo paraba. Yo ya había escuchado que había sido así en el Cordobazo, y no sé de dónde lo sabían todos los demás, pero era algo que defendía la mayoría de los que estábamos ahí. Te cuento que en un momento, a eso de las cuatro de la tarde, ya habíamos avanzado con las barricadas hasta media cuadra del Cabildo, en la esquina de Plaza de Mayo. Las barricadas con volquetes y los cables que poníamos de vereda a vereda para que no pudieran pasar con los caballos, se veían sólidos, y los milicos solamente podían tirarnos gases para disuadirnos, pero esa barricada bien hecha era como una posición ganada.

"¡Lo mataron!"

Fue en ese momento que los compañeros que estaban cien metros detrás nuestro se ponen a gritar "¡Lo mataron, lo mataron!" El Negro estaba en esa esquina, y viene corriendo a contarnos: en la última desbandada que habían provocado los gases, cuando algunos de los muchachos quedaban paralizados sin poder correr, de una moto se baja un milico, y al pibe que estaba agachado tratando de recuperar aire, con la mirada hacia el piso, le puso un tiro con la pistola nueve milímetros directamente en la sien. ¡Lo fusiló, así como te digo! Yo estaba en la esquina de adelante, pero el Negro, Santiago y los compañeros que estaban ahí lo vieron clarito. Ahí empezó a correrse la bola de que estaban tirando con plomo. Otros compañeros habían recogido los casquillos servidos, y eran de nueve milímetros. Nos juntamos todos los que pudimos, hablamos del tema, y analizamos: ¡los asesinos de mierda iban a desalojar las barricadas a tiros! Desde la esquina en que estábamos se empezaba a ver el charco de sangre a cien metros. Te juro que la rabia se me salía por los ojos, que ya me estaban lagrimeando por los gases, pero que me recordaron, justo ahí, la idea esa que había tenido a la mañana cuando pensaba en mi pibe de quince años teniendo que salir a cirujear con el carro. ¡Hijos de puta! ¡Hijos de remil reputas! La verdad no me acuerdo si lo grité para fuera o para adentro, pero miraba para el cordón de milicos sobre el Cabildo y creo que quien me viera la cara en ese momento no necesitaba escucharme para entender lo que sentía. Y ahí, que se veía bien clarito que a fuerza de plomo si era necesario iban a hacer valer su prepotencia, pensé que seguramente ellos tiraban porque estaban recagados en las patas, y que quienes les daban la orden, allá en la Rosada, estaban todavía más cagados que ellos de que ganáramos la plaza, entráramos a la Rosada y los colgáramos, que era lo que se merecían, como había dicho Juan en la asamblea. Y ahí, ¿sabés?, me seguía la idea de mi pibe que dejó los estudios en segundo año para ayudar en la casa, con el carro, y que yo no quiero que lo mismo les pase a los otros más chicos que tengo, ¿entendés? Por eso quería llegar a la plaza, quería que copáramos la plaza para que los gerentes esos del Fondo Monetario vieran que cuando nos decidimos no nos forrean más, y hasta pensé, que cuando nosotros traigamos balas ya van a ver... Pero bueno, más gases, hablamos rápido entre los que estábamos en esa bocacalle, algunos decían de llegar por la calle paralela, hasta que uno dijo, me acuerdo bien clarito: "¡Pará, hermano, nos están metiendo plomo y ni siquiera molotovs tenemos nosotros!"

Bueno, después decían que en la 9 de Julio había muchísima gente que seguía llegando, y nos fuimos replegando para ahí. Para garantizar las barricadas y el fuego en cada esquina que íbamos abandonando, para que no pudieran avanzar ni con tanquetas ni con las motos, prendíamos fuego a todo lo que encontrábamos, o mejor dicho, para ser honesto: las primeras veces yo rompía lo que encontraba, sin sacarme de la cabeza el charco de sangre del compañero fusilado en Chacabuco y Avenida de Mayo, ni la idea de que mis otros cuatro pibes pudieran terminar el secundario en un futuro más digno. Por eso prendía fuego yo, te digo la verdad. Pero es cierto que en cada esquina te encontrabas con alguno, lo conocieras o no, que iba marcando los "objetivos": "Esto no que es un edificio de familia, aquél, aquel que es una AFJP",[4] decía un flaco con pinta de universitario. Después, más cerca de la 9 de Julio, donde todo estaba un poco más tranquilo, si se puede decir así, no faltaba el que se quejaba por la violencia, y decía que no había que romper, que tenía que ser una protesta pacífica. Yo ya estaba más calmado, pero igual ahí me calenté mal: "¡Andá y decile al flaco que mataron que querés que sea pacífica, a los dueños de este banco que saquean el país y acá los chicos se mueren de hambre, andá y hablales de paz a los pibes que mataron ayer en el interior por ir a buscar comida a los supermercados!", le dije, y no sé qué cosas más.

"Justicia popular"

[...] Que sepan que si no nos respetan, si no aprenden a respetar al pueblo, que nadie piense que va a vivir tranquilo sobre la explotación del pueblo. Ése es el mensaje, me parece. Todo el centro de Buenos Aires humeaba por los incendios de bancos. ¿Viste cómo dejaron el McDonald’s? Y desde las esquinas más lejanas se veían las columnas de humo negro que nos marcaban que lo mismo pasaba en otros lados. Un tipo grande, de unos cincuenta y pico, mientras ayudaba a sacar los muebles de una de las sedes bancarias para quemarlos en la esquina, gritaba frente a las cámaras de televisión: "¡Éstos son los socios de Cavallo, los que nos fundieron a todos, a ver si ahora nos respetan un poco y se van del país!" Y después hacía un gran esfuerzo para que los vaguitos no se robaran las computadoras: "Acá no robamos nada, compañeros, hagámosle mierda todo lo que ellos nos robaron a todo el pueblo, pero no empecemos a robar porque no vinimos a eso, vinimos a echarlos a la mierda". Los vaguitos son los rateros que a veces roban billeteras en las grandes estaciones de trenes. Creo que se sorprendieron porque alguien los había llamado "compañeros", o no sé por qué, pero ahí nomás hicieron pelota los monitores y las computadoras contra el piso que antes querían llevarse. Yo no sé, pero aunque hablen de vandalismo y todo eso, yo creo que hay un poco de justicia en todo lo que pasó, ¿no?, qué sé yo, que alguna vez pierdan ellos, viejo. Que nos tengan miedo, que nos respeten. Que sepan que cuando el pueblo se cansa... ¿Cómo era esa frase? Yo creo que la gran mayoría sentíamos que la ciudad incendiada era una respuesta a tanta opresión, tanta burla, tanta muerte de tanto tiempo, que ahí explotó. Por eso creo, o estoy convencido, mejor, que lo que pasó fue un acto de justicia. Justicia popular, podemos decir, ¿no?

[...] Después, ya sabés, los festejos ante el anuncio de que había caído el gobierno, los autos de civil sin patente sobre la 9 de Julio disparando a la multitud, el repliegue al anochecer hasta la terminal de micros. Ahí ya había que controlar un poco la euforia, porque la presencia de gente era menor, y estaba lleno de ratis de civil. Juntamos algunas monedas, y una vez más con la complicidad de los choferes, a pesar de la fuerte presencia policial, subíamos muchos sacando pocos boletos. La desconfianza hacia algún pasajero que pudiera ser un cana de civil nos mantuvo la alegría contenida hasta que bajamos cerca del barrio. Por suerte no pasó nada, y llegamos todos bien.

Fuimos para el galpón comunitario y, ya en el barrio, dimos rienda suelta a la alegría. Los compañeros nos esperaban ahí, y nos recibieron con cantos y aplausos. Otros vecinos nos preguntaban si estábamos todos bien, si había alguno de nosotros herido. Los más viejos, emocionados, nos felicitaban. La Tana propuso que organizáramos un homenaje a los motoqueros, que se jugaron las pelotas transportando heridos, chuceando a los caballos de la montada, transportando piedras y trasmitiendo la información de un lado a otro. A esa altura, ya sabíamos que dos de los muertos eran compañeros motoqueros. Quito opinó que dentro de las cosas que habían cambiado, estaban los cantitos: ya no corría más ese que decía "A vos te queda poco, Chupete botón...",[5] y ahora teníamos que cantar, como habíamos escuchado en una de las esquinas, "Qué cagazo, qué cagazo, echamos a De la Rúa, los hijos del Cordobazo".

¿Y ahora qué?

¿Que cómo sigue esto ahora? ¡Qué sé yo! ¡Apenas echamos a un puñado de hijos de puta, pero quedan un montón! Esto no fue, como había exagerado yo en la asamblea del jueves, una revolución social. Falta mucho para eso. Nosotros sabemos, y lo hablamos desde siempre, en los talleres de capacitación del Movimiento, en las discusiones políticas en que hablamos del futuro, de la necesidad de un cambio social. Una de nuestras canciones dice "Echarlos a todos a la mierda y que gobierne el trabajador", ¿no? Pero lo que es seguro es que ahora, todo el pueblo, los trabajadores, los que estamos desocupados, estamos muchísimo más fuertes que antes para ese cambio social. Creo que lo sabemos nosotros y también lo saben ellos, la clase política y los milicos, que se pegaron un lindo cagazo, y los dueños del poder económico, que, por lo menos, quedaron bastante más preocupados que antes. Ya lo hablamos con los compañeros, no tenemos ninguna expectativa en el gobierno que pueda venir, porque como mucho hará un poco de asistencialismo y también, seguro, va a reforzar la represión, porque esto de otra manera no cierra.

[...] Y si perdemos, porque puede pasar, ¿no?, porque nosotros no inventamos la rebeldía, ya hubo antes que nosotros otros [...], si estamos así es porque esos compañeros no ganaron, ¿no? Entonces pienso que podemos perder, es cierto, y que si es así, cuando mis pibes que hoy tienen quince, ocho, seis, cuatro y tres años tengan mi edad y todo siga estando mal y sean sus hijos los que pasen necesidades, cuando alguno de mis pibes me increpe y me diga: "Viejo, ¿qué hizo tu generación cuando yo era chico que este país está hecho pelota?", yo podré contarle que perdimos, pero que dimos, como estamos dando ahora, lo mejor de nosotros para que esto cambie...


Notas:

[*]

Esta crónica, firmada por Cachito y fechada del 24 de diciembre, relata lo que sucedió en la jornada del jueves 20, una de las más violentas de la rebelión que terminó con el gobierno de De la Rúa, desde la óptica (el lenguaje, la práctica social y política) del Movimiento de Desocupados, animador de los piquetes. Fue tomada del semanario Brecha, n. 840, de Uruguay, que a su vez la recogió de la página trabajadoresdesocupados@hotmail.com

[1]

Bonos salariales canjeables por despensa (¿recuerdos de la tienda de raya?) [N. de E.].

[2]

Ministro del Trabajo [N. de E.].

[3]

Pepenar, recoger desechos con un carrito [N. de E.].

[4]

Equivalente a las Afores de México [N. de E.].

[5]

Chupete, borracho (apodo de De la Rúa); botón, policía de barrio [N. de E.].



Revista Chiapas
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2002 (México: ERA-IIEc)


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